—¡De ninguna manera! —me opuse firme, frunciendo el ceño al teléfono móvil.
De ninguna manera iba a mencionarle a mi padre y a Sophie el accidente del laboratorio. No quería hacer de una llovizna un vendaval de telenovela como hacía mi padre cada vez que me caía de la casa del árbol y llamaba a los paramédicos.
Y quiero aclarar que la casa del árbol tenía exactamente un metro de altura y estaba repleto de gordos y frondosos arbustos que amortiguaban la caída con olor a lavanda.
—Bery, puedes necesitar una curación menor...
—Alden, estoy bien —aseguré al tiempo que me daba un vistazo frente al espejo de piso en mi rosada habitación—. Solo es un ligero eritema, sanará en un par de días. Además, la enfermera ya hizo lo necesario.
El silencio del otro lado de la línea se prolongó más de lo debido.
—Ni siquiera lo pienses —advertí presagiando sus intenciones.
Al otro lado de la línea, Alden rio.
—Lo haré si tú no lo haces.
—No dejaré que entres a esta casa. Montaré guardia —Me acerqué a la ventana y clavé la mirada en el cielo oscuro—. Alden, conoces a mi padre lo suficiente como para saber que me internará en la UCI apenas abras la boca.
Alden soltó un bufido frustrado, pero se rindió.
—De acuerdo.
¿Qué? ¿De verdad? ¿Tan fácil? ¿Había ganado?
—Gracias —chillé como adolescente.
Cualquiera pensaría que me había ganado un boleto en primera fila para el concierto de Justin Bieber y la risa musical de Alden me dejaba claro que pensaba algo similar, pero no me importó. Había ganado e iba a atesorar ese momento en mi memoria como todos los anteriores, que tampoco eran tantos, pero valían oro.
—No me agradezcas, Berly. Solo lo hago porque no quiero tener que ir a visitarte a la UCI para terminar la bitácora. Los hospitales son tan deprimentes —se quejó de broma—. Por cierto, tienes que venir a hablarme sobre los avances del proyecto, necesito anexarlo a la bitácora.
Gruñí.
Había llegado la hora de comenzar a hablarle de mis sentimientos al único hombre sobre la faz de la tierra a quien no quería decirle ni siquiera mi talla de zapatos. Por primera vez en mucho tiempo, en verdad odié al CIC.
—¿Por qué no vienes a casa? Estoy segura de que a mi padre le encantaría hablarte sobre las nuevas del Super Bowl —ofrecí examinando una lata de jugo azul sobre mi buró, como muestra de que Linus había estado rondando por mi habitación.
—Por tentadora que suene la idea de avergonzarte un poco más, todavía no te perdono por haberme echado de tu casa y acosarme sexualmente el fin de semana.
Mi boca se abrió tan grande que comenzó a doler.
—Yo no estaba...
—Ah, vamos, Berly, ese espejo frente a la puerta es lo suficientemente grande —tentó—. No es que te culpe, yo habría hecho lo mismo.
—Y es por eso que jamás voy a darte la espalda.
—No hablaba de tu trasero Berly, hablaba del mío. Hasta para mí resulta irresistible, tengo que conseguir un espejo igual, pero la idea del tuyo también resulta tentadora, gracias por implantarla en mi cabeza.
—Puaj. Eres repulsivo Alden.
Rio con altivez.
—No parecía resultarte repulsivo el fin de semana.
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La química del amor
Novela JuvenilBerlilia Collins es hija de la famosa «Química del amor». Su madre ha hecho el descubrimiento del siglo, creando un fármaco capaz de bloquear estos sentimientos. El experimento para comprobar su eficacia está a punto de comenzar, pero en los laborat...