—Princesa, por más divertido que me parezca hacerte poner la cara roja, tengo que pedirte que cierres la boca y que por una vez en la vida escuches algo de lo que digo —silenció con la mirada clavada en el espejo.
—Eres un bruto.
—Gracias. —Me dedico una sonrisa y una mirada fugaz—. Pero no es momento para hacernos cumplidos. ¿Ves esos dos carros de allá? —Señaló por el espejo retrovisor a dos bonitos y elegantes autos negros de cristales polarizados a un nivel máximo—. Nos están siguiendo. —Abrí la boca para preguntarle por qué demonios no me lo había dicho antes, pero él me silenció adelantándose a mi reacción—: Si fuera tú cuidaría esa garganta y guardaría los gritos para cuando tus nuevos amigos intenten meterte al maletero. —Me regaló una mirada y una sonrisa fugaz otra vez—. Qué suerte que seas tan compacta.
¿Cómo podía tomarse aquello con tanta tranquilidad? ¡Dos autos sacados de una película de mafiosos venían siguiéndonos de cerca! ¡Deliberada y descaradamente!
—¡¿Por qué no me lo dijiste antes?!
—¿Qué iban a meterte al maletero? ¿No te parece un poco grosero? Últimamente estás muy sensible —me miró con diversión. Una diversión inexplicable. Yo estaba a punto de mojar el asiento y él todavía se las arreglaba para bromear bajo esas circunstancias.
—¡¿Por qué no intentas perderlos?! —La histeria gobernando en mi cabeza.
—Ah, claro, ¿cómo no se me ocurrió antes? Quizá también debí haberme desviado del camino, dar giros innecesarios y conducir sin sentido para perderlos. ¡No puedo creer que lo haya olvidado! Malditos títulos universitarios, me han atrofiado el cerebro.
Lo miré mal y resistí el predominante impulso de golpearle la cabeza con el móvil.
El móvil.
¡El móvil!
—¡Podemos llamar a la policía! —Brinqué como hacía siempre que le ganaba a la doctora Pérez en el bingo, lo cual no pasaba muy a menudo porque, a pesar de tener setenta años, era una mujer con suerte.
Alden inspiró exageradamente y abrió los ojos fingiendo sorpresa.
—¡Lo sé! —Chilló como porrista embelesada—. Es justo lo que estaba a punto de hacer antes de que ¡me quitaras el móvil!
Me regalé el pequeño placer de fulminarlo con la mirada una vez más, antes de intentar desbloquear la pantalla para llamar a la policía. Alguien debería de patentar esa mirada solo para él.
Intenté e intenté, pero la pantalla no encendía, pedí a Dios y maldije a Murphy, pero nada funcionó. El teléfono estaba muerto.
—Creo que se ha descargado —admití sintiendo el peso de la culpa caer sobre mis hombros. Tal vez si hubiera esperado un poco antes de quitarle el móvil la policía ya estaría en camino.
Esta vez quien fulminó con la mirada, fue Alden. Tenía razón, incluso yo quería sacarme los ojos y ponerlos frente a mis cuencas solo para auto-fulminarme con la mirada.
—¡Felicidades Berilia! Alguien debería darte el Nobel a la peor suerte del mundo —ladró.
—¡Es tu suerte! ¡Este es tu móvil! —acusé.
—¿Y en manos de quién está? —demandó clavando la mirada en el retrovisor una vez más—. Mierda.
El auto tomó una curva de último momento y giró abruptamente, enviando mi cuerpo al lado opuesto, golpeando mi cabeza contra el grueso vidrio de la ventana y haciendo que mis mejillas golpearan el borde.
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La química del amor
Teen FictionBerlilia Collins es hija de la famosa «Química del amor». Su madre ha hecho el descubrimiento del siglo, creando un fármaco capaz de bloquear estos sentimientos. El experimento para comprobar su eficacia está a punto de comenzar, pero en los laborat...