Capítulo 25

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Se despabilaba lentamente, abría los ojos como si fuese de mañana y la luz del sol le dañara la visión. Enfocó la mirada primero hacia el causante de su nueva jaqueca y luego giró hacia mí. Cuando nuestras miradas se cruzaron, como si de dos magnetos con la misma polaridad se tratara, brincamos hacia lados opuestos de la cama. Lamentablemente yo no pude calcular bien la relación entre el espacio y la materia tangible, lo que me llevó a una caída libre sobre el suelo de la recamara.

Gracias a Dios porque era un suelo alfombrado.

—¡¿Quieres explicarme qué demonios haces en la cama con un hombre?! —demandó escandalizado.

Venga, admito que debíamos dar una imagen poco confiable a los ojos de un buen padre, pero no había sido para tanto. ¡Solo dormíamos! Además, las chicas de mi edad hacían cosas peores, debería estar haciendo un ayuno de cuarenta días como ofrenda de agradecimiento.

Tiré de las sabanas para tomar impulso y volver a sentarme en la cama. Brincar fuera de ella como si la cama fuera lava no ayudaba a demostrar mi inocencia, más bien corroboraba las sospechas de mi pobre y escandalizado padre. Como decía Sophie: «Quien nada debe, nada teme», claro que ese era un dicho aplicado de dientes para afuera destinado únicamente a la fachada, porque yo temía, pero no podía demostrarlo porque se suponía que no debía nada.

—¡Esto no es lo que parece! —chillé con la voz de pito de un patito de hule.

Bien, cuando los nervios me ganaban no era la mejor abogada, pero lo importante era participar.

Me había vuelto un ovillo sobre la cama. Mi padre se alzaba imponente bajo el marco de la puerta, sus manos se habían vuelto puños a los costados y su ceño estaba más que fruncido.

Toda su expresión estaba descompuesta y la mía no era ni un poco mejor.

—¡No puedo creerlo! —gritó cambiando de piel a rojo— ¡Creí que no viviría para ver este día! —Inesperadamente, sonrió como si la vida se le fuera en ello y, alzando el puño al cielo, gritó con una euforia francamente preocupante.

Alden no perdió tiempo para soltar una de sus sonoras carcajadas, mientras yo no podía hacer nada más que mirar a mi padre patidifusa, boqueando como un pez incapaz de proferir palabra alguna.

—¿Qué? —logré articular por lo bajo.

—¡Sophie, cariño, trae la cámara! —gritó sin menguar un poco su sonrisa abierta— ¡Berilia está en la cama con un hombre!

Al poco tiempo apareció Sophie sonrojada, exaltada y, sobretodo, taquicárdica. Sus ojos se movieron del uno al otro buscando establecer alguna relación entre el grito de mi padre y la escena en cuestión.

Linus no tardó en seguirle el paso, abriéndose camino a manotazos entre las piernas de sus padres. Apenas vio a Alden, sus ojos brillaron maravillados. Su expresión era el equivalente a haber visto a Pocoyo en una fiesta de té con Caillou y los Backyardigans.

—¡No es un hombre, es Alden! —exclamó animado de volverlo a ver, antes de correr hacia él como una prometida que ha visto a su novio volver de la guerra.

Alden rio cuando Linus llegó hacia él y despeinó el cabello dorado del niño con una mano.

—Estoy de acuerdo contigo —le dije al niño, cruzándome de brazos sobre el pecho. A esas alturas no sabía si lo mejor era sentirme ofendida o enfadada. Quizá sería bueno tener un poco de ambas.

Alden me miró mal, pero decidí ignorarlo.

—¿Qué haces aquí, Berilia? —exigió Sophie expresando toda la dureza que mi padre había suplantado por una sonrisa de oreja a oreja.

La química del amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora