Reí.
—Vamos, él no va a morderte.
Alden frunció el ceño y negó con la cabeza, siguiéndome el paso por la acera. No estaba tan convencido de que mi padre no tuviera la rabia o la peste reptante. Estaba tan nervioso que ya hasta estaban transpirándole las palmas de las manos. Lo noté cuando las sacudió en los vaqueros por quinta vez después de que le dijera que nuestro siguiente encuentro sería en mi casa. A papá no le gustaba nada saber que pasaba el rato en la casa de un hombre al que ya no conocía. Cuando era pequeño, Alden le agradaba a mi padre, pero ahora papá tenía otra perspectiva de los hombres y había sido muy claro con su ceño fruncido y su dedo acusador.
—No lo sé, Berly, generalmente cuando me invitan a conocer a los padres es mi señal. —Señaló el camino detrás de él con el pulgar.
Rodé los ojos.
—No puedes botarme como a una de tus citas.
Podía sentir el calor de los rayos del sol inundando mi piel. El frío de diciembre me impedía salir a llenarme de vitamina D por todos lados, pero, a pesar de eso, era agradable poder ver la luz del sol sin el estrés de tener que cambiar la centrifuga de habitación o darle de comer a las ratas del laboratorio o llegar a tiempo al A1-2 para que el doctor Bell no me reprendiera ni maldijera entre dientes como hacía con todo el mundo.
—Bueno, no, porque para eso primero tendríamos que salir —objetó.
—Eso no va a pasar —aseguré dándole una mirada cansina.
De ninguna manera iba a convertirme en una de sus retorcidas conquistas de tres días.
—No esperaba que lo hiciera —respondió de igual forma.
Entonces nos limitamos a entrar a casa a hurtadillas. Bien, era yo quien entraba a hurtadillas. Si podía evitar que mi padre interactuara como el hombre posesivo que parecía al exigirme conocer a Alden, lo haría.
Al ser fin de semana la familia estaría completa. En realidad, en casa la familia siempre estaba completa, excepto cuando papá tenía el famoso «bloqueo del escritor» y entonces tenía que salir a escribir a otro lado. Mi padre era un escritor profesional, sus libros de fantasía adornaban las estanterías de millones de librerías en todo el mundo, sus números en ventas eran impresionantes y no lo decía solo porque fuera mi padre, su trabajo en serio era magnífico.
—Berly, cariño, necesito tu ayuda —aulló papá desde la sala.
Bueno, lo había intentado.
Giré hacia Alden y le advertí antes de olvidarlo:
—No es un pez espada, es un dinosaurio azul.
Acto seguido: Tiré de su brazo hacia delante preparada para ayudar a mi padre, pero sospechaba que, en realidad, más que necesitar mi ayuda estaba interesado en estropear mi huida ninja hacia la habitación.
Cuando aparecimos debajo del marco de la puerta, mi padre bajó con lentitud el periódico y nos escrutó sobre el armazón de sus gafas.
Él analizó a Alden con la mirada, se tomó el tiempo necesario para mirarle con severidad y ponerme de los nervios. Por un segundo creí que iba a sacar una escopeta debajo del escritorio para perseguirlo por el jardín con ella, lanzando tiros al aire mientras se alisaba el bigote (que no tenía) en algunas pausas.
—Berilia Collins ha traído un hombre a la casa —masculló mi padre entrecerrando los ojos en mi dirección.
Me analizaba con tanto ímpetu que no pude hacer más que mirarle petrificada y tragar fuerte. Había sido una mala idea llevarlo a terminar la bitácora en mi habitación.
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La química del amor
Teen FictionBerlilia Collins es hija de la famosa «Química del amor». Su madre ha hecho el descubrimiento del siglo, creando un fármaco capaz de bloquear estos sentimientos. El experimento para comprobar su eficacia está a punto de comenzar, pero en los laborat...