Ya estaba, listo, ahora mi tarea era mantenerme de brazos cruzados toda la reunión.
—Ya puedes girar —le indiqué a regañadientes, preparándome para un comentario burlón que nunca llegó.
Alden giró, me dio un breve vistazo y volvió a su labor junto al chocolate caliente.
—La ropa holgada te hará bien. —Me miró de reojo—. Siento decírtelo, Ber, pero mañana no será diferente.
—¿De qué estás hablando? ¡No voy a ir a la escuela sin... sin nada!
Rodó los ojos y vació un poco de chocolate caliente en dos tazas. Me entregó la mía y me miró directo a la cara.
—Tendrás encima tus quince suéteres de abuela, nadie va a ver nada —aseguró—. Lamentablemente —añadió en un murmuro apenas audible, antes de llevarse la taza de chocolate caliente a los labios.
Le miré mal (como debía ser) y caminé de regreso a la sala, donde una bitácora y una base de datos exclusiva nos esperaban con ansiedad.
Tomé la bitácora de Alden pero no sirvió de mucho, al instante, Alden la tomó de regreso sentándose frente a mí a una distancia considerable.
—El sujeto a experimentación no debe revisar los registros hasta que estén concluidos —recordó, haciéndome rodar los ojos una vez más.
Entonces comenzamos a poner manos a la obra.
Parámetros, muestras, señales, ordenes de inicio, claves de registro que teníamos que unir para entrar a la base de datos oficial, anexar la bitácora escaneada para reforzar la evidencia, investigar los avances del proyecto. Me sentía como un pez en el agua. La ciencia era mi hábitat y no podía negarlo, nada me hacía sentir tan bien como echar a andar la imaginación y reforzar teorías de vida.
Todo iba bien, hasta que llegamos a la actualización del informe sobre el proyecto del Ketosinol.
Alden no había mentido. Mi madre me había ocultado el último informe. En la imagen del escáner se veía mi firma, estaba allí, firme y alegre sobre mi nombre, pero de eso yo nada sabía. Había confiado en ella, cuando me pidió que firmara el informe no me dijo que había actualizaciones, cuando me pidió que lo firmara estaba tan absorta en mi trabajo de investigación con el doctor Bell, que lo había hecho sin rechistar.
Era mi madre, tenía que confiar en ella, no creí que...
Sacudí la cabeza y me acurruqué más entre las almohadas del sofá intentando deshacerme de los recuerdos de la última video llamada con mi madre. Esperaba que Alden no lo notara, pero mi esperanza murió prematura.
—¿Está todo bien? —Alden se cuadró en su lugar, frunciendo el ceño como hacía en cada exploración física de los pacientes que aceptaban someterse a experimentación en el CIC. De pronto no tenía de frente a Alden la persona, tenía al médico serio y analítico. Y eso no me gustaba ni un poquito.
No, tranquilos y sin miedo. No éramos unos monstruos que jugaban al doctor Frankenstein en un subterráneo. Toda la ciencia es así, primero hay experimentación con animales pequeños, luego monos y finalmente humanos que deciden aportar a la ciencia. No implementamos en seres humanos nada que no tenga más de un noventa por ciento de probabilidades de funcionar y todos están en constante vigilancia, ningún proyecto se realiza sin un protocolo de emergencia, así que son totalmente seguros... la mayor parte del tiempo. Suena duro, pero no hay un solo medicamento en el mundo que no se haya creado de esa manera, con un primer valiente.
Negué con la cabeza.
Yo podía ser una mala perdedora muchas veces, pero sabía que Alden merecía una disculpa por mi comportamiento del fin de semana. No había sido correcto haberlo echado de la casa sin darle la oportunidad de comprobar su inocencia, pero el amor a mi madre me cegaba por completo, yo... solo quería creer que no era verdad, que ella no me haría algo así. Necesitaba creerlo.
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La química del amor
Novela JuvenilBerlilia Collins es hija de la famosa «Química del amor». Su madre ha hecho el descubrimiento del siglo, creando un fármaco capaz de bloquear estos sentimientos. El experimento para comprobar su eficacia está a punto de comenzar, pero en los laborat...