Navidad

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Era víspera de Navidad y, como solíamos hacer en chicago, nos reunimos de noche con la familia. Tomamos bastante alcohol, pero sólo estábamos nosotros 4. Nos dormimos tarde, tras jugar serias partidas de póker contra Adam y ganarle constantemente.

Estaba vestida con el pijama, Adam también. Mi mamá tenía un cómodo vestido de verano y Sam tenía la ropa de nuestra cena en la playa. Recordé esos incómodos momentos.

Dejé los regalos que había comprado debajo del árbol cuando todos se fueron a dormir. Todos los regalos menos el de Jeff, el suyo lo guarde con decepción bajo mi almohada. Me sentí estúpida, tan estúpida. Le había comprado un regalo. Me daba vergüenza pensarlo, mientras él seguro estaría con otra persona.

Lloré, pero no por él, él no había hecho nada malo; sino porque yo era muy romántica y siempre me haría daño a mí misma así. Finalmente, con mi almohada mojada de lágrimas y todo, me quedé dormida.

Mi madre me despertó, pidiéndome que me arreglara porque vendría la familia de Adam, que algunos invitados ya habían llegado.

Me bañe y me vestí. No podía creer el vestido rojo que mi madre había elegido, era hermoso. Muy navideño, pero hermoso, así que me lo puse. Maquillada y todo, bajé atraída por el aroma a comida.

Entonces como en cámara lenta mientras bajaba la escalera, mi mirada se cruzó con la Jefferson, que estaba allí, junto a la puerta de entrada. Vestido elegante, de traje, como todos los hombres. Miré rápidamente a mi mamá, ella me había dicho que él no vendría. Ella me miró y sonrió.

Terminé de bajar la escalera cabizbaja, me había sonrojado un poco. Nos miramos ya cerca, ninguno dijo nada, nos reimos bajo.

-Te ves bien –Ese fue su cumplido

-Gracias y tu no te ves como doctor –Le dije frunciendo las cejas. Rió

Nos sentamos en una mesa, comenzamos a hablar ignorando parientes que ni siquiera había saludado.

Comimos algo sin salir de nuestra burbuja. Ya era el mediodía y no había abierto mis regalos, me acerqué con Jeff al árbol navideño y tomé 3 regalos. Primero abrí el de Sam era un libro que había nombrado hacía unos días de mi autor favorito que quería leer. Sam estaba cerca así que lo abracé y le pregunté si le había gustado mi regalo –Una funda para guitarra intervenida por mi, es decir, con frases y demás pintadas sobre está. Fue costoso-

Luego el de mamá, plata. Por ultimo el de Adam, un portarretrato con una foto de nosotros cuatro al salir Sam del hospital. Se lo agradecí a la distancia porque estaba en la otra punta de la sala.

Jeff tosió. –¿Para mi no hay nada?

Me reí. –No, no lo hay. –Recordé mi almohada. –De hecho... No, olvídalo.

-¿Qué? –Preguntó extrañado.

-No. Creerás que soy una niña tonta.

-¿Qué, niña tonta? –comentó gracioso.

Tomé una respiración profunda. –Sígueme –Le indiqué

Llegamos a mi cuarto

-Cierra los ojos, te he comprado un regalo. Pero no te entusiasmes mucho, no es la gran cosa –Le mencioné tímida.

Se quedo asombrado pero obedeció y cerró los ojos.

Posé su regalo frente a sus ojos. –Okey, ábrelos.

Tomó con delicadeza el gorro que decía DOC, y sonrió, no lo comprendía.

-Gracias. Gracias –repitió –esto es... Gracias

-No hay de qué. –Le respondí por demás ruborizada. –Deberíamos bajar.

-Claro, pero espera.

-¿Qué? –Pregunté desde el marco de la puerta con intriga.

Se acercó a mí. Sin decir nada. Se acercó más, tuve que apoyarme contra la pared. Y sin romper la mirada que sosteníamos se acercó aún más y yo rodee su cuello con mis brazos. "¿Sería un sueño? Ojalá no lo sea" pensé

Nuestras respiraciones de mezclaban y nuestros labios se rozaban. –Espera –susurré

-¿Qué? –me preguntó extrañado alejandosé poco de mí, algo asustado, diría yo.

-No hay muérdago. –pronuncié riendo. Centré mis ojos en él nuevamente, para ver su expresión.

-Al diablo con eso. –Dijo para callarme con un beso interminable. Era definitivamente el mejor regalo de navidad.

Bajamos las escaleras, yo iba a delante, tomando su mano e intercalando unas miradas acompañadas de sonrisas a medida que avanzábamos, como chiquillos que se habían mandado una travesura.

Llegamos a la planta baja, nuestra burbuja se desintegraba. Nos soltamos las manos y su mirada cambio. Parecía que nada había pasado. Se alejó de mí, hablando con las primas de Sam. ¿Celos? No. Bueno, sí. Celos

Almorzamos, durante el almuerzo compartimos una mirada de complicidad. Pero nada más que eso, y me sentía estúpida, como el día anterior.

Cayó la tarde, la familia por fin empezaba a irse. Jeff no se iba. Igual no quería que se fuera, quería confrontarlo primero. Hacerle saber que yo, no era estúpida, y no lo dejaría jugar. "¿Seré estúpida? Debo estar actuando como inmadura. ¡Ay, sí, que inmadura!" comencé a pensar.

Me sentía vacía. Por un lado quería algo con Jeff, pero por otro era tonto, quizá –seguro –que él no se sentía así. Tal vez le impacto que le regalara algo, y no fui más que un caso de caridad.

Estaban Jeff, mi mamá, Adam, Sam y yo en la mesa. Ellos charlaban y reían a carcajadas, tal vez por el champagne, pero yo no lo hacía. Estaba pensando en la incómoda situación en la que me encontraba mientras jugaba con un tenedor sobre el mantel.

-Discúlpenme, no me siento muy bien, me voy a ir a acostar. –Me excusé.

-¿Estás bien, cielo? –Dijo mi madre con afecto. Jefferson me miró por un segundo y desvió la vista.

-Sí, es sólo un dolor de cabeza.

Todos asintieron y yo me dirigí al dormitorio.

Al cabo de media hora me había quedado dormida, estaba cansada pero no me dolía la cabeza.

A las siete de la noche, una voz familiar me despertó. Era Jeff.

-Ya... Ya me voy, tengo guardia.

-¿No se suponía que tendrías guardia todo el día? –Le comenté algo dormida todavía.

-NO, supongo que hice tiempo –Se rio. ¿Por qué reía siempre? Se sentó junto a mí y palpó mi frente.

Me senté en la cama con mi espalda en el respaldo y tragué saliva.

-Bueno, cuídate. –Le saludé cortante

-Tú cuídate, tú estás enferma.

-¿Qué? Sólo me dolía la cabeza, eso era todo.

-Claro –dijo y miró hacia abajo.

Mi instinto decía que me abalanzara y le dijera que lo quería, que lo deseaba, que seriamos happy ever after. Me reí por pensar todo eso.

-Bueno, cuídate. –Le repetí sonriendo, desafiándolo con la mirada.

-Con respecto a lo anterior... -Hizo una pausa, esperando probablemente que lo interrumpiera.

-Descuida, no... no tienes que decir nada.

-Bueno, adiós. Me saludó con un beso en la mejilla, pisoteando todas mis ilusiones. Caminó unos pasos dirigiéndose a la puerta.

-Chau –le repetí desviando mi vista de él.

Entonces se volteó hacia mí. Volvió sobre sus pasos, y me besó. Casi fríamente.

Lo abracé y le susurré que se vaya. Lo golpeé suavemente, sonriendo

Atardecer de amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora