El Canto Del Fénix.

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Chloe quería gritar, a ella nunca le dolió la maldición, pero a Harry si y ella no lo soportaba.

Y luego todo cesó. Harry se dio la vuelta y, con dificultad, se puso en pie. Temblaba tan incontrolablemente como Colagusano después de cortarse la mano. En su tambaleo llegó hasta el muro de mortífagos, que lo empujaron hacia Voldemort.

—Un pequeño descanso —dijo Voldemort, dilatando de emoción las alargadas rendijas de la nariz—, una breve pausa… Duele, ¿verdad, Harry? No querrás que lo repita, ¿a que no?-

Harry no respondió y Chloe pedía en su mente que su amigo saliera vivo.

—Te he preguntado si quieres que lo repita —dijo Voldemort con voz suave —. ¡Respóndeme! ¡Imperio!-

Chloe escuchó como Voldemort le decía a Harry que implorara, pero conociendo a Harry, la muchacha sabía que antes muerto.

—¡NO LO HARÉ!-

Y estas palabras brotaron de la boca de Harry. Retumbaron en el cementerio.

—¿No lo harás? —dijo Voldemort en voz baja, y los mortífagos no se rieron aquella vez—. ¿No dirás «no, por piedad»? Harry, la obediencia es una virtud que me gustaría enseñarte antes de matarte… ¿tal vez con otra pequeña dosis de dolor?-

Voldemort levantó la varita, pero aquella vez Harry estaba listo: con los reflejos adquiridos en los entrenamientos de quidditch, se echó al suelo a un lado. Rodó hasta quedar a cubierto detrás de la lápida de mármol del padre de Voldemort, y la oyó resquebrajarse al recibir la maldición dirigida a él.

—No vamos a jugar al escondite, Harry —dijo la voz suave y fría de Voldemort, acercándose más entre las risas de los mortífagos—. No puedes esconderte de mí. ¿Es que estás cansado del duelo? ¿Preferirías que terminara ya, Harry? Sal, Harry… sal y da la cara. Será rápido… puede que ni siquiera sea doloroso, no lo sé… ¡Como nunca me he muerto…!-

La rubia comprendió que Harry se iba a batir en duelo con Voldemort, también sabía que mientras este estuviera distraído era su oportunidad de atacar.

Voldemort estaba listo. Al tiempo que Harry gritaba «¡Expelliarmus!», Voldemort lanzó su «¡Avada Kedavra!».

De la varita de Voldemort brotó un chorro de luz verde en el preciso momento en que de la de Harry salía un rayo de luz roja, y ambos rayos se encontraron en medio del aire.

Repentinamente, la varita de Harry empezó a vibrar como si la recorriera una descarga eléctrica. La mano se le había agarrotado, y no habría podido soltarla aunque hubiera querido. Un estrecho rayo de luz que no era de color rojo ni verde, sino de un dorado intenso y brillante, conectó las dos varitas, y Harry, mirando el rayo con asombro, vio que también los largos dedos de Voldemort aferraban una varita que no dejaba de vibrar.

Chloe comprendió que había llegado la hora cuando la imagen de Regulus vino a su cabeza con una sonrisa mientras asentía.

Y entonces (nada podría haber preparado a Chloe para aquello) vio que sus pies se alzaban del suelo. Tanto Harry como Voldemort estaban elevándose en el aire, y sus varitas seguían conectadas por el hilo de luz dorada. Se alejaron de la lápida del padre de Voldemort, y fueron a aterrizar en un claro de tierra sin tumbas.

Los mortífagos gritaban pidiéndole instrucciones a Voldemort mientras, seguidos por la serpiente, volvían a reunirse y a formar el círculo en torno a ellos. Algunos sacaron las varitas.

Chloe los siguió lo más silenciosa que pudo.

El rayo dorado que conectaba a Harry y Voldemort se escindió. Aunque las varitas seguían conectadas, mil ramificaciones se desprendieron trazando arcos por encima de ellos, y se entrelazaron a su alrededor hasta dejarlos encerrados en una red dorada en forma de campana, una especie de jaula de luz, fuera de la cual los mortífagos merodeaban como chacales, profiriendo gritos que llegaban adentro amortiguados.

Un Fénix Oscuro. [2] Donde viven las historias. Descúbrelo ahora