—¡Oh si, nena! ¡Ahí viene la mejor de todas!— Gritó Bill sacando su cabeza por una de las ventanillas del auto, mientras me señalaba con sus brazos al aire—¡Ella es Moira Agatha!
—Callate, Bill— Le dí un pequeño golpe empujandolo dentro del auto.
Me metí de lleno en los asientos traseros mientras el olor a humo impregnaba libremente mis fosas nasales.
—Hola, pequeña Agatha— Saludó Paul, el conductor de la noche.
—Hola idiotas. ¿Saben en el problema en que acaban de meterme? Me debes algo, Bill.
El pecoso se excuso con una mirada indignada para luego colocar sus brazos en mis hombros a modo de abrazo, tratando de calmarme un poco.
—Tranquilizate, Moira. Ésta noche te divertirás como nunca y podrás ser Agatha sin problema alguno.
—Solo quieren que consiga drogas.
—¿Cómo puedes decir eso? Eres nuestra amiga, mocosa— Respondió Barrie, el mayor del grupo, pero el más inmaduro. Sus rastas largas no me dejaron mirarlo muy bien en el asiento del copiloto.
Esos eran mis únicos amigos— o como quería considerarlos— en toda mi vida. Nunca han traicionado mi confianza y hacen oídos sordos a lo que digan de cada uno, por esa razón nos llevamos tan pero tan bien.
—Soy una estúpida por caer en sus juegos.
Y riendo partimos hacia la Damn Party.
Las Damn Party eran una extraña mezcla de lo mas cool en Gashfield. Una extraña fiesta en donde las personas como mi hermana y como yo podíamos estar al mismo tiempo sin prejuicios, porque al final de la noche terminábamos haciendo casi exactamente lo mismo. Ciertamente no sabía si Lori asistiría a ésta, porque había estado babeandose por Gin, pero lo más probable es que todos sus amigos estuvieran ahí.
Al llegar, divisé uno de los tantos terrenos inhabilitados que se usaban para este tipo de cosas. Habían luces de colores corriendose fuera de la gran casa abandonada, que provenían de adentro. Los altavoces reventaban tanto que mis oídos podían explotar en cualquier momento, y eso al dj no le molestaba en lo absoluto.
Mientras caminábamos, Bill me pasó un cigarrillo que tenía marcas de un labial rosa oscuro. Yo lo miré extrañada, en la espera de que me explicara de quién era el cigarrillo entre mis dedos, pero sin tanto rebuscar mi mirada cayó en Rosie; una linda rubia con rastras iguales a las de mi amigo Barrie, y la verdad era que esos dos compartían más saliva que ganas de seguir fumando. Rosie era una chica un poco tranquila, pero se anotaba a todas las cosas que pudieran causar desastre cuando estábamos involucrados alguno de nosotros. Ella en particular era considerada mi amiga. Una muy lejana pero amiga.
Reí al instante en que ella le dirigía rápidas miradas a Barrie sin que él se diera cuenta, y eso causó en mí las ganas de fumar, así que acerqué el cigarrillo a mis labios y le dí una calada larga.
El amor nunca había llegado a mí de una forma eficaz. Había sentido el amor de mi familia algunas veces, aunque no pareciera creíble. Pero Rosie tenía algo que yo envidia, y era el hecho de poder observar con ternura a alguien sin miedo a ser arruinada en el intento. Ella podía sentir amor, podía sentirse querida por él, hacer cosas imposibles por amor, pero yo solo era un problema, y he de imaginar que ya saben lo que le pasa a los grandes problemones.
Se exterminan.
Entramos y las luces hicieron un buen contraste con la música electrónica, dejándome una sensación de relajación por todo mi cuerpo y deslizandome sin pudor hasta el medio de toda la sala. El cigarro había sido desplazado de mis dedos hacia segundos y ahora solo estaba yo concentrandome en la musica.
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El día que la luna bajó a la tierra ©
Teen FictionMoira Spellman es una chica completamente descolocada de todas sus emociones y sentimientos. Buscando alguna forma de desahogo y hundiéndose cada día más en su miseria, hasta que algo cambia en su historia. Ella recorre un viaje que hará cambiar tod...