Caminé por toda la casa buscando un baño en el cual esconderme. Por suerte uno de los de arriba no estaba ocupado, así que entré y pasé el pestillo.
Era una mierda y lo sabía. Había hecho todo mal.
El pensar que uno de los amigos de mi hermana sería bueno y amable conmigo era una locura. Tenía que lo sospecharlo, tenía que saberlo. Todo era una mierda por mi culpa, las cosas me las había buscado yo sola.
Pero ahora que lo pensaba.
Estoy drogada, borracha y él intentó obligarme a hacer algo que no quería. Sino hubiera sido por la fuerza que ejercí y el valor, pudo haber pasado algo peor. Pero la cuestión era la siguiente: ¿A cuántas chicas más le habrá hecho la misma mierda que había pasado conmigo o hasta incluso peor?
Porque se notaba lo manipulador y enfermo que estaba ese tipo, y yo, como una estúpida había caído en sus garras.
Me sentí con muchas ganas de llorar y explotar. Deseaba con todas mis fuerzas gritar, así que lo hice. Lo hice muchas veces, dejando caer lágrimas de mis ojos por la frustración del momento. Estaba más que drogada, sola y me sentía una idiota por confiar en que Colin era un chico increíble y que sería diferente al resto.
Luego de desahogarme, me limpié el rostro y decidí salir del baño. Era momento de buscar a Bill y Paul.
Bajando las escaleras, me encontré a Eros con las chicas Elliot. Mis ojos estaban hinchados, rojos y quizás también dilatados. Él no debía verme así, porque seguramente preguntaría y las preguntas no me gustaban para nada. Estaban justo al final de las escaleras, así que tendría que pasar muy rápido para que no me viera.
Justo cuando iba a caminar más rápido, Eros cruzó sus ojos con los míos, sorprendiendose nuevamente por encontrarme. Yo fingí estar alegre y le sonreí.
—¡Estás sonrojada!— Dijo alzando la voz, ya que la música estaba resonando por todo el lugar.
Me sorprendió que lo notara, porque la verdad que yo nunca me sonrojaba, era extraño que me sucediera. Mi piel era pálida, pero no de esas bonitas, sino más bien de esas que parecían grisáceas.
—Ni me lo digas— La idea de que él estuviese viendo mi rostro en una de sus peores facetas era inquietante, pero la adrenalina corría tanto por mi cuerpo aún que me sentí a estallar.
Paige y Christine me observaron con detenimiento, y percibí que no era muy bienvenida a su grupo por parte de Paige.
—Me quiero ir— Dijo Paige Elliot.
—No seas aguafiestas— Le respondió Christine dándole un pequeño golpe en el brazo.
Christine se veía un poco más relajada y abierta, aunque no perdía esa dulzura tan particularmente suya.
—Puedes quedarte con nosotros si no tienes nada mejor que hacer— Me invitó Eros.
Por la mirada rápida y poco disimulada de Paige, entendí que no quería que los interrumpiera. Pero ¡al diablo! Estaba totalmente drogada, había sido traicionada y manoseada por un idiota, unos matones me hicieron esnifar coca y ahora merecía divertirme un poco más.
—De acuerdo— Le respondí mirándolo a los ojos— ¿Es demasiado raro que les pregunte por qué decidieron venir?— Me dirigí a las primas, ellas ciertamente no eran de este tipo de reuniones y verlas aquí con Eros, un chico bueno, era extraño.
Paige entorno sus ojos con fastidio y decidió darse media vuelta. En cambio Christine, sonreía con amabilidad y entendió mi punto.
—Nos han invitado a ésta fiesta, y como nuestro nuevo amigo quería asistir, estamos aquí por él— Respondió.
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El día que la luna bajó a la tierra ©
Teen FictionMoira Spellman es una chica completamente descolocada de todas sus emociones y sentimientos. Buscando alguna forma de desahogo y hundiéndose cada día más en su miseria, hasta que algo cambia en su historia. Ella recorre un viaje que hará cambiar tod...