Capítulo 13: Familia

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Era un día caluroso y un poco aburrido. El viernes ya había llegado más rápido de lo que pensaba, mientras que mi mente aún se quedaba en un domingo.

Las clases eran aburridas, y esa semana no había pasado nada bueno.

Colin, por otro lado de la historia, mostraba su verdadera faceta de idiota, aunque muchas personas no se diesen cuenta. Ypensar que yo fui una de ellos. ¡Ja!

Eros siguió todo el tiempo junto a las chicas Elliot. Era como si Paige no quisiese que él estuviera junto a mí, porque cada vez que pasaba cerca de ellos, ella buscaba desviar la atención de él. No puedo decir que no cruzamos palabra alguna, porque mentiría. Ciertamente él y yo nos encontrábamos de casualidad en los pasillos cuando nadie nos notaba, y nos saludábamos cómo cualquier otro día.

Él se mostraba igual de dulce que siempre, y aunque ahora sabía que había una posibilidad de que Elina fuese su novia, no podía sacarlo de mi cabeza. Era como ver un vídeo de un gatito haciendo cualquier cosa, era demasiado para mí.

Me encontraba sentada, prestando la mayor atención a la clase de castellano, repitiendo todo el contenido que habíamos visto en los años anteriores. Y aunque no me había detenido para pensar que sería de mi ahora que era mi último año en el instituto, no me importaba tanto. Era una de las pocas cosas relevantes en mi vida.

Dibujaba en mi cuaderno, sabiendo ya el tema que el profesor se esforzaba en explicar con detalle para algunas personas que aún seguían a su paso con respecto a la materia. Dibujé garabatos y algunos rostros flojos, nada detallados para ser exactos.

Sentía una inquietud por salir rápido de la clase. Siempre me pasaban estas cosas, era una persona demasiado ansiosa y me costaba ser paciente. Había algo en mi que quería salir corriendo hacia afuera y tomar aire libre, me sofocaba estar encerrada haciendo nada.

Cuando sonó el timbre no dude en caminar lo más rápido posible a la cafetería. Al entrar a ésta, me acerqué a una de las máquinas expendedoras y decidí pagar por unas papitas fritas. Coloqué el billete en la rendija y lo absorbió cómo si fuera comida. Unos segundos después la máquina soltó lo que había pedido.

Abrí la bolsa de papitas y empecé a comerlas. Tenía hambre y me sentía aún sofocada por ver a tantos estudiantes juntos.

—Dios...— Dije en voz baja para mí misma.

Salí al patio del instituto para poder estar sola. Me senté en el césped, debajo de un árbol. Miraba como la gente pasaba con sus amigos, conversando, y hasta quizás diviertiendose. Sabía que mi adolescencia no había sido algo así, pero imaginaba que aquellos chicos que se burlaban, que eran tan críticos y sonrientes seguro tenían problemas en casa como yo o como muchos más.

Me sentí mal por imaginar que secretos tendría cada persona, porque a mí no me gustaría que adivinaran mi pasado al azar, como un concurso.
Vi como chicos y chicas que terminaban sus clases salían a tomar el aire lleno de naturaleza, se reunían en grupos y hacían exactamente los mismo que yo, sentarse el en césped, solo que ésta vez como muchas, yo era la que me encontraba en soledad.

Las papitas se habían acabado en un dos por tres. Era como sí yo hubiese estado todo ese tiempo viendo una película o estando hipnotizada por el vaivén y los quehaceres de la gente.

De un momento a otro, noté como algo raro pasaba en el patio de la preparatoria. Había cierta inquietud en algunos estudiantes casi que podía ser imperceptible, pero para esas cosas yo era buena. Un chico delgado, de estatura alta y lentes gruesos se encargaba de repartir algo con suma precaución mientras que las personas miraban hacia los lados y tomaban lo que el chico les pasaba.

El día que la luna bajó a la tierra ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora