—¡Cuidado, idiota!
Esa era una chica aen un auto que me gritaba con desesperación. Había caminado lo más rápido posible por la calle, pero mi cuerpo no daba mucho más.
La chica se había exasperado tanto, que arrancó su auto aprovechando que aún la luz seguía en verde. Yo, por mi parte más sensata, me tiré a un lado de la calle antes de que ella pudiese pasarme por encima.
Que irónico, y yo que deseaba tanto morir.
La noche anterior había ido todo bien con mis padres. No hubo disputas, solo algunas conversaciones incómodas. Lo único malo quizás, fue que me desvelé, hice mucho café en la madrugada y probé un poco de lo que había comprado.
Era la segunda vez que esnifaba esa cosa, y si alguien se daba cuenta de quello sentiría mucha vergüenza. No era tan malo como te lo pintaban. Se sentía genial, pero solo en el momento. Luego llegaba aquél puto malestar que te hacía querer saltar de un segundo piso; era algo parecido a una resaca, solo que de cocaína.
Por eso estaba así. Las drogas y la cafeína aún corrían por mi sistema, y eran las ocho y media de la mañana y decidí dar un paseo espontáneo.
No tenía idea de a dónde me dirigía, ni tampoco lo que quería hacer, pero solo quería alejarme un poco de los problemas que tenía en mi mente y despejarme haciendo algo. Por ello, me llevé una mochila vieja, con mi bloc, lápiz, sacapuntas y borrador. Solo eso.
Caminaba por la ciudad sin un rumbo fijo, hasta que observé con detalle la cafetería donde había mantenido una grata conversación con Eros por primera vez. Dónde los nervios se esmufaban con la timidez, y solo quedaba el recuerdo de dos personas tratándose cómo si se conocieran de toda una vida.
No me paré en aquel lugar, solo lo observé. Paré más adelante, en un salón de belleza con vidrios transparentes. Podía observar cada chica que entraba y se hacía arreglos en lo que pudieran ofrecerles. Me inspiré en unas cuantas chicas que su belleza parecía realmente escupida por los mismos dioses.
Si. Escupida. Porque no podía creer que alguien fuera tan odiosamente hermosa como aquellas chicas de ahí adentro.
Mi lápiz y papel jugaron un papel importante en aquel momento, pues saqué de ellos para plasmar los rostros de esas chicas en miniatura. El trasnocho me había causado graves consecuencias con los dibujos. A medida que las iba dibujando y plasmando en papel, los dibujos se distorsionaban de una manera atroz. Sentía mi mirada pesar y el cuerpo cansado, y con tanto agotamiento termine los dibujos.
Dibujé tres rostros, mientras me encontraba parada frente a el local. Las personas me miraban como si fuese una asaltante o acosadora, y no me sentía como ninguna de las dos opciones.
Recorté los tres dibujos en tres partes, y con un valor absoluto decidí entrar en el local.
Al entrar la campanilla del sitio hizo saber que alguien estaba entrando, así que todas las chicas me miraron de pies a cabeza. Y si que era extraño aquel escenario, una chica desaliñada y mal vestida, yendo a un salón de belleza. Me aproximé a una de las chicas que había dibujado, y me dí cuenta con gran pena que el dibujo no se parecía mucho a la joven, por lo que me sentí algo frustrada y desmotivada.
Ella me observó de arriba a abajo, con una media sonrisa.
—Hola— Le saludé.
—Hola— Ella respondió mientras una mujer mayor y castaña le arreglaba el peinado.
—Estuve afuera dibujando y quería entregarte esto— Comenté con vergüenza— Espero pueda gustarte.
Le entregué el pequeño retrato de ella, y solo me dió las gracias con un asombro antinatural. Quizás no le hubiese gustado el dibujo, pero lo hecho, ya estaba hecho.
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El día que la luna bajó a la tierra ©
Teen FictionMoira Spellman es una chica completamente descolocada de todas sus emociones y sentimientos. Buscando alguna forma de desahogo y hundiéndose cada día más en su miseria, hasta que algo cambia en su historia. Ella recorre un viaje que hará cambiar tod...