Juramos que la vida comienza a cobrar sentido cuando hallamos el motivo de felicidad absoluta. También cuando algo tan impactante, tan inconmensurable, hace que todo se convierta en una especie de tortura maligna. Por eso dejamos la culpa en hombros de un ser imaginario, un ser vago, un mito.
La vida cobra dos tipos de sentido: El que sólo es para priviligiados, el más maravilloso en todas sus partes, como una epifanía de Dios tocando el corazón de la gente y volviendo todo color de rosa. Y el otro es el más cruel, la dura realidad y el gusto amargo del cuento, es cuando nos damos cuenta de que estamos ahogados, desorientados y apunto de perder la razón.
Así me encontraba yo, había optado por la segunda percepción de la vida. Eso hacía que el ambiente fuera espeso, lleno de incomodidad e inseguridad. No era porque estuviera en un risco, ni mi miedo al mar que se abría bajo mis ojos. Tampoco el arrebol que me despedía de todos mis días. Eran mis pensamientos tortuosos los que hacían de éste momento el más duro para mí. Tantas preguntas venían a mí en ráfagas, ¿era lo correcto? ¿mi alma estaría en paz?, ¿por qué no fue todo más fácil antes? Y aunque no tenía respuesta alguna sabía que no perdería mucho con intentarlo.
—Dios— Le hablé al ser mitológico en voz alta— Si existes... Si en verdad existes, dejame ir— Miré las olas moviéndose bruscamente contra la parte baja del risco. Algo en mí quería arrepentirse y llorar por ser una cobarde, pero estaba aquí y ya no debía volver atrás—Si eres dueño de la vida, sí sólo tú tienes los grandes dotes de ella, ¿por qué decidiste hacer de la mía un infierno?
La luna se hacía presente cada vez más, no me había dado cuenta de que ya era algo tarde, y debía hacerlo. Mis manos sudaban y temblaban, tenía los nervios de punta. Busqué el impulso más grande que tenía para saltar, y lo hice, por todo lo agria que había sido conmigo misma. Salté.
Al caer sentí dolor, dolor en todo mi cuerpo, y poco a poco me hundía, no sentía ni quería sentir. Mis ojos pesaban cada vez más, y podía visualizar la luz que provenía de la superficie. Pero todo fue oscureciendo y ya no me importaban los cuentos de monstruos marinos, ya no sentiría nada parecido.
🌙
—¡Hey!
Una voz gritaba a lo lejos.
¿Así era el cielo? ¿Sería ese el lugar en el que estoy ahora?
—¡Despierta!
La voz gritaba cada vez más fuerte, así que decidí abrir los ojos.
Atónita. No había mejor palabra que describiera mi expresión en este momento.
Un chico se encontraba encima de mí, viéndome con detenimiento. Sus ojos me miraban con sorpresa, y más sorpresa para mí fue ver el risco detrás de él y mi cuerpo sobre la arena.
—¿Por qué saltaste de ahí? ¿Estás loca?— Se exaltó el chico de ojos grises.
Yo no podía responder, al observar su cabello me di cuenta que estaba húmedo, igual que su camisa y pantalón, lo que me dió a entender que me había sacado del agua al instante en el que me desmayé. No sabía cuánto tiempo había pasado de eso, pero imaginaba que no había pasado tanto. El chico me miraba aún con paciencia esperando mi respuesta, y aunque yo trataba de hacerlo mi lengua estaba algo enredada, metafóricamente.
Mis ojos se llenaron de lágrimas instantáneamente, ahora estaba algo confundida. Mi mente se encontraba trabajando arduamente para descifrar el por qué tomé esa decisión, y no sólo por el hecho de decir y afirmar que mi vida era una mierda, sino algo más allá de eso.
ESTÁS LEYENDO
El día que la luna bajó a la tierra ©
Teen FictionMoira Spellman es una chica completamente descolocada de todas sus emociones y sentimientos. Buscando alguna forma de desahogo y hundiéndose cada día más en su miseria, hasta que algo cambia en su historia. Ella recorre un viaje que hará cambiar tod...