Dedicado para una persona sumamente especial, que ha llegado a identificarse con Moira y ha conseguido sobrevivir cada día un poco más, llenadome de orgullo.
VP🤍.
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Había dejado a mi tía Agatha hace unos minutos y me encontraba frente a la puerta de mi casa. Estaban todos ahí, pero quizas cuando pusiese un pie dentro de ella se sentiría como si no hubiese nadie allí. Suspiré cansada, y entré con movimientos flojos.
Mi madre se encontraba en el comedor revisando algunas fotografías, mientras que tomaba una taza de café. No levantó la mirada hacia mí, no habló sobre mí ausencia en la casa, y tampoco dijo nada sobre tía Agatha.
—Se te hará tarde para la escuela—Fue lo único que alcanzó a decir.
Yo asentí con incomodidad y me dirigí hacia mí habitación. Me duché, fumé un cigarrillo y me vestí como usualmente solía vestirme. Peiné mi cabello, dándome cuenta de que estaba demasiado enredado y que ya comenzaba a caerse.
—Mierda.
Una gran parte de cabellos quedaron el peine, y como no estaba de humor lo lancé contra la cama.
Sentí una sensación de inutilidad. Me sentía una completa idiota por no poder hacer lo que se pedía por una vez en mi vida, y eso lograba decepcionar a quién tuviese expectativas en mí. Comencé a tener sentimientos de insuficiencia en el momento en que no podía distinguir entre mi deber y lo realmente desanimada que me sentía para hacer cosas fáciles; como peinarme, por ejemplo.
No pude evitar que mis mejillas se sonrojaran y mis ojos enrojecieron junto a mi nariz, pero deseché todo lo que tenía por dentro de mí, solo por un pequeño instante para poder salir de casa erguida.
Salí junto a mi mochila y la patineta que día a día usaba y me acompañaba a todos lados. Podía sentir las miradas de los vecinos sobre mí, juzgandome. Juzgando mi ropa desgastada, mi andar y mi aspecto físico. No pedía que no lo hiciera, pero por lo menos la discreción era de esperarse un poco.
¡Y discreción! Ellos llevaban una vida deplorable, sintiéndose vacíos en cuatro paredes y a solas. No disfrutaban de ser ignorados y mucho menos de la soledad, cosa que para mí era lo mejor del mundo. Todos en aquella calle eran unos farsantes, viviendo una vida en casas de muñeca, tratando de justificar sonrisas fingidas.
Buscaba no darle importancia a la tanta falta de atención de mis vecinos, que cuchicheaban cada vez más sobre mis hombros. Por eso patiné más rápido hasta llegar al instituto.
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Mi profesor de historia explicaba arduamente algo que no me importaba en lo más mínimo, y yo comenzaba a jugar con mi lápiz tarareando canciones por lo bajo.
Decidí sacar mi block de dibujo rápidamente, antes de que el profesor Bredford se diera cuenta de que no estaba prestando ni la más mínima atención. Lo abrí con lentitud, y justo mis dedos se detuvieron en el dibujo que había hecho del desconocido que me había salvado en la playa.
Era guapo, sin duda alguna. Tenía rasgos varoniles, y un porte de modelo cualquiera, como el que mis padres preferirían para sus fotografías. Tenía un aire alegre, pero tanto o quizás menos que el misterio que cernían sus ojos sobre mí la única vez que nos vimos. No habíamos vuelto a encontrarnos a excepción de la fiesta, que quizás solo fue una de mis alucinaciones, o quizás no.
No necesitaba vestir de forma juvenil, ni a la moda. Se veía espléndido con camisas blancas, y solo eso. La palidez de su tez era extraordinaria, pero eso no lo hacía menos cálido para mí. De alguna forma tenía una extraña sensación de familiaridad ahora que lo veía detenidamente.
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El día que la luna bajó a la tierra ©
Teen FictionMoira Spellman es una chica completamente descolocada de todas sus emociones y sentimientos. Buscando alguna forma de desahogo y hundiéndose cada día más en su miseria, hasta que algo cambia en su historia. Ella recorre un viaje que hará cambiar tod...