Capítulo 1

400 11 0
                                    

No todas las personas somos iguales. Físicamente, todo el mundo se parece en algo, pero nadie piensa o se comporta igual.

Para empezar no vemos la vida de la misma manera: los hay que piensan que tiene un principio y un fin, nada más; otros creen que hay algo después de la muerte; hay incluso, los que más sed de vida tienen, que afirman que la vida termina y, después de un juicio moral, se reencarnan en otra cosa; así hasta citar miles y miles de casos más. Cada uno es diferente.

Puede que sean todas verdad que solo uno tenga razón o ninguno. Yo simplemente prefiero no pensar en ello; me alejo de la muerte y espero a que, cuando llegue el momento, se acerque a mí y me lleve consigo y junto con el resto de mi familia. Pero mientras tanto, sigo aquí. Será porque Dios ha escogido que me quede en contra de mi voluntad, y que vague por la vida hasta encontrar su final. Pues, si eso es lo que quiere, no se quedará muy satisfecho.

Recuerdo perfectamente las palabras de mi madre cada vez que caía enferma o le pasaba cualquiera otra cosa: "Sé fuerte, Katie. Pase lo que pase no te rindas"; "por muchas bofetadas que te dé la vida, levántate, sigue andando y haz como si no pasase nada"; " eres valiente, lo veo en tus ojos. Solo tienes que demostrarlo". Yo era pequeña y no la entendía-¡cómo iba a entenderla!- y me limitaba a contestarle que sí, como se les contesta a los locos, y darle un gran abrazo. Ahora ya la entiendo y, sinceramente, no me gusta.

Llevo horas en el coche escuchando música, absorta en mis pensamientos. Podríamos haber tenido un accidente y ni me habría dado cuenta. Pero así es como mejor se está. De hecho, creo que si todo el mundo estuviera en su mundo no habría guerras ni nos molestaríamos entre nosotros. Tampoco nos relacionaríamos, pero eso no me preocupa en absoluto. Es más, no le veo ningún inconveniente. Lo único que me hace despertar y volver en mí es esa canción que compuse junto con mi madre, mientras yo tocaba el piano y cantaba y ella la escribía en preciosa caligrafía musical. Me propuse millones de veces borrarla, pero no lo conseguí nunca. Supongo que no soy tan valiente después de todo.
Parte de mí quiere hacerlo, dejar todo eso atrás, pero detrás de cada nota hay un recuerdo feliz con la música que temo olvidar si se desvanece la melodía.

Tengo ganas de cantarla, de que me escuche todo el mundo, pero me prometí que no lo haría. Nunca más. Esa parte de mí había quedado enterrada en alguna esquina de mi corazón y el dolor no me permitía sacarla a la luz. Por ella.
Me limito a mirar por la ventanilla y seguir en mis pensamientos, donde nada ni nadie puede hacerme daño. No, desde luego no soy valiente para nada. Lo sé, pero no me importa. Si por mí fuera viviría en un caparazón y no saldría de él nunca. Sin embargo, le prometí a mi madre inconscientemente que lo haría, que seguiría con mi vida, me pegase las veces que me pegase, al igual que hacen mi padre y mi hermano.

Un par de minutos u horas más tarde, la verdad es que no sé cuanto tiempo ha pasado, me despierto. Mi padre se había cambiado al asiento del copiloto y parecía que también se había echado una buena siesta. Estira su brazo y posa su mano sobre mi rodilla, acariciándome el cuádriceps. Me comienza a hablar en bajito, como se les habla a los locos, y seguramente pensaba en eso, en que estaba loca, pero no le culpo por creerlo. Supongo que eso me hacía diferente o incluso especial, dirían algunos. Lo que pasa es que me gusta estar en mis pensamientos o narrar cada cosa que hago, como si estuviera escribiendo constantemente la historia de mi vida. Y en parte me gusta escribir, así que no veo ningún problema en llamarme eso. Pero creo que debería utilizarse otra palabra, porque "loco" se puede referir a muchas cosas.
Mi padre termina de hablarme y acaba las últimas palabras en tono interrogante. Yo asiento, como si le hubiese hecho algo de caso, y él comienza a reír. He vuelto a crear una situación embarazosa, para lo cual debo de tener un don especial, porque no me explico que siempre me ocurra a mí. Veo a través del retrovisor que me sonrojo. Seguramente, se habría dado cuenta de que no le estaba escuchando y me haría una broma, como me hace habitualmente cuando no le atiendo. Oigo que a mi hermano se le escapa una risilla y no le culpo, pues cada vez que me sonrojo me pongo como un tomate. Él dice, no sé si de broma o en serio, que en realidad parece que el sol se pone en mi pequeña y redonda nariz, y mis mejillas se tornan en el color de las puestas de sol. Es todo un poético.

- Te decía que ya queda poco, que antes de que te des cuenta llegaremos.

- Viva, supongo.

- ¡Oh, vamos Katie! Al menos finge un poco mejor - contesta mi hermano entre risas.

- Lo siento, papá. Es que esto me sigue pareciendo una estupidez.

- Buenos, no empecemos. Ya sabes que solo quiero lo mejor para vosotros.

Siempre la misma excusa, pero prefiero no seguir con lo que terminará posteriormente en una discusión con mi padre y con mi hermano en medio, haciendo de apaciguador. Decido desconectarme y volver a sumergirme en mis pensamientos.

Duermo y sueño con el lugar al que me arrastra mi padre por "mi propio bien".

Quédate cerca #Wattys2017Donde viven las historias. Descúbrelo ahora