Capítulo 29

27 4 0
                                    

Ya es la décima vez que mi madre me escribe pidiendo que vuelva a casa. Estoy en el bosque, sentada en el medio del claro, rodeada de margaritas en flor. Estuve en mi habitación, recogiendo lo necesario para irme. He dejado la mayoría de mi ropa. Llevo conmigo mi anterior móvil, fotos y partituras, todo metido junto a mi sudadera favorita en una mochila. Oigo a mi padre volver en coche y meterse en el garaje. Me levanto y me voy, dejando todo eso atrás, diciendo adiós a todo aquello que nunca me hizo falta para vivir.

Nada más llegar, mi madre me mete dentro y cierra la puerta con llave. No me importa que me riña.

-¿En qué estabas pensando? -me grita, enfadada-. Te he enviado un montón de mensajes. Llegué a pensar que te había pasado algo.

-Lo siento, pero necesitaba ver a Will -me disculpo.

-Vale, está bien -accede mi madre-. ¿Te ha visto alguien?

¿Le digo la verdad o le miento? Tampoco corro el riesgo de que le pase nada malo, así que, ¿para qué hablar el lenguaje de los cobardes? Mejor enfrentarse a ello.

-Andrew me vio cuando estaba con Will-contesto.

Se le encienden las mejillas. Diviso un buen cabreo. Pero me da igual. Solo me importa Will. Me enamoré de él. No sé cómo, no sé cuándo, no sé dónde... Pero lo hice. Y siento que lo amaré infinitamente.

-Bueno, no pasa nada -se dice a sí misma-. Andrew es de confianza. Pero no vuelvas a hacer eso.

-¿El qué? ¿Una estupidez? Por favor, mi vida está basada en una larga sucesión de estupideces. Y para el colmo, me he enamorado. ¿Acaso no es esa la estupidez más bella y dolorosa?

Mi madre permanece en silencio, viendo como su hija crece y se le escapa de las manos.

-Cielo, lo siento -se disculpa-, pero nos vamos en unos días. No sabía que te habías enamorado. Lo...

-Espero que no vayas a decirme que lo superaré -le advierto-, porque entonces curaré la herida más bonita que me han hecho en mi vida.

Me voy a la habitación, intentando encontrar algo de paz. Por desgracia, la guerra está dentro de mí. Saco mi cuaderno con las partituras y meto las de Will con ellas. Están manchadas con sangre y lágrimas, los dos intrumentos con los que se enfrenta uno a la vida. Paso las páginas de la canción y, en la última de ellas, en el final, Will había escrito esto:

Según Platón, la mayor declaración de amor es la que no se hace; el hombre que siente mucho, habla poco. Pero yo creo que necesitas saberlo. Necesitas saber que me enamoro de ti cada vez que sonríes, cada vez que intentas apartarme por mi bien. Nunca pensé que podría llegar a sentir esto por alguien, pero ahí estás tú, haciéndome mejor persona, mostrándome que aún queda algo por lo que luchar. Hay millones de casualidades; pero la más bonita de todas fue encontrarte. Te quiero y sé que hay una persona mejor que yo, tu perfecta alma gemela; pero por favor, no la encuentres.

Lo que Will no sabía era que yo ya la había encontrado; y era él.

De repente, mi móvil vibra en el fondo de mi mochila. Lo cojo, esperando que mi madre no lo haya oído; por suerte, respeta la intimidad. Es Andrew.

-¡Andrew, se supone que estoy muerta! -exclamo en un susurro.

-Pero Katie, esto es importante: Will ha despertado.

Dentro de mí se hay una mezcla de emociones. Quiero saltar de alegría por saber que se pondrá bien, pero a la vez llorar por saber que va a sufrir con su padre.

-Genial -contesto, no muy convincente.

-Sí, genial -no me gusta nada el tono irónico de mi hermano-, pero quiere verte.

-¿Qué? -me quedo paralizada, con sus palabras retumbándome en la cabeza.

-Oye, yo no he hecho nada -se disculpa-. Despertó diciendo tu nombre. Le intenté explicar que ya no te encontrabas entre nosotros, pero no me creyó.

-¿Qué? -repito, sin dar crédito a lo que estoy oyendo. No puede ser. No, no. Justo esto era lo que quería evitar.

-Dijo que te oyó mientras dormía -me quedo callada-. Y le pregunté al médico y me dijo que sí que cabía la posibiliad de que te hubiera escuchado.

-No, no, no. ¿Qué voy a hacer? -pienso en alto.

-Kate, le dan el alta en tres días. Me pidió que, si sabía en dónde estabas, que te dijera que iba a estar al atardecer en donde tú ya sabes. Ahora la decisión es solo tuya; pero, por favor, piensa por una vez en ti.

Cuelga el teléfono. Tengo veinticuatro horas para decidirlo. Obviamente, si le pregunto a mi madre no me dará permiso. Si voy, no seré capaz de decirle adiós; si no voy, ninguno de los dos me lo perdonará. Pero siento la necesidad de que me sostenga en sus brazos, de que susurre un "te quiero" honesto y verdadero y de perderme en el brillo de sus ojos.

Quédate cerca #Wattys2017Donde viven las historias. Descúbrelo ahora