Capítulo 22

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Me despierto con la cara de la mujer como un espectro en mis ojos y un molesto dolor de abdomen. Me he quedado dormida encima de mi propio móvil. El contacto de Will es lo primero que ocupa la pantalla. Anoche olvidé llamarlo. Hundo la cara en la almohada y emito una queja, ahogada por culpa del suave y blando objeto. No me preocupa lo que sea que quiere decirme, pero me siento culpable por no haberle dado una explicación.

Salgo de mi habitación a la par que mi hermano. Se nota que hemos madurado -o que estamos cansados- al no bajar las escaleras a toda prisa, sin importar cuánto ruido hagamos o lo alto que nos griten que paremos. Así, bajamos lentamente las escaleras. Rompe el silencio preguntándome a dónde había ido ayer por la tarde. No me apetece mentir; no me parece justo dejar a mi hermano sin la falsa prueba de que nuestra madre está muerta.

-¿En serio papá te ha enseñado eso? -asiento-. ¿Por qué?

-Supongo que será porque nunca antes habíamos visto el cadáver -me mira perplejo. Siento como si me clavara la palabra "loca" a fuego-. ¿Nunca te has parado a pensarlo?

-La verdad es que no -afirma, como si su postura tomada fuera la más normal-. De hecho, no entiendo cómo puedes llegar a poner eso en duda.

-No me gusta confiar en la gente.

-En tu padre, te refieres -emplea un tono irónico, aunque ya no sé cómo distinguirlo del enfadado; últimamente, he escuchado mucho los dos.

-Exacto.

-¿Cómo no puedes...?

-¿Acaso tú lo haces? -lo interrumpo. Viendo que no continúa la conversación, prosigo-. No es que sea la persona más inocente del mundo. De hecho, hace mucho que dejé de saber cómo era en realidad.

Avanzo, dejándolo con la palabra en la boca. Recupero la sonrisa para demostrársela a mi padre al llegar al coche. Desearía que mi verdadero padre fuera este que me devuelve la sonrisa y no el que tiene demasiadas sombras que ocultar.

En cuanto veo a Will, tengo que resistir la tentación de echar a correr para disculparme. Suena extraño; será por culpa de las palabras de mi madre, que no cesan de repetirse en mi cabeza. Dos partes luchan dentro de mí: una, intenta convencerse de que todo es posible; la segunda, le recrimina a la otra que está siendo egoísta e irracional. Me convence más la segunda. Sin embargo, Michael me corta el paso, seguido por Rachel, y me susurra: "Hoy a las diez en la salida". Se va e intento seguir andando normal, pero no puedo coordinar mi expresión con mis mentiras, y ralentizo el paso, esperando a que una nube de cuerpos me lleve hacia las clases.

No obtengo más información relevante en el resto del día. A fin de cuentas, lo que intentan es esconder ese mundo paralelo lo mejor que puedan. Además, se ve que la inmensa mayoría está sumida en los exámenes, intentando comenzar bien su futuro o, al menos, aprobar cuantas asignaturas sean posibles, salvando el verano. Empezamos la época en la que al lado de cada bandeja en la cafetería hay un libro, en la que se queda el patio medio vacío y está la biblioteca medio llena. Así le quitan el polvo de vez en cuando. Me pregunto si Will querrá retomar las clases. Recuerdo que la profesora me estuvo muy agradecida, pero con todo lo que ha pasado, no creo que podamos estar con un cuaderno delante finjiendo que está todo bien; que solo nos preocupan esos numeritos que otorgan un poder mayor a nuestros profesores. O al menos, gran parte de ellos lo cree así.

Llevo el pelo recogido en una coleta. Noto cómo rebota las puntas onduladas sobre mi espalda. Acelero el paso al ver que todos están en la puerta del instituto. Michael sale a mi encuentro, mientras el resto finge que no me ven. No hay muchos, solo los que suelen seguir a Michael con frecuencia, y el señor Mitchell, con sus gafas y sus ropas del siglo pasado, custodiando un maletín detrás de su gemelo. En cuanto me ve llegar, Michael coge el maletín y, después de susurrar algo en el oído del chico, se abre paso entre los componentes del grupo y se va, fingiendo no conocer ninguno de los hechos que se están llevando a cabo.

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