Capítulo 23

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Me despierto sobresaltada. La imagen de la madre de Will vuelve a mi cabeza, esta vez con un nombre, un significado. Noto frío y dolor en el brazo. Está colgando, justo encima del hombro de Will. Me he debido de quedar dormida acariciándole el brazo. Miro la hora: las ocho menos cuarto. Will se ha despertado y me saluda desde el suelo con una sonrisa. Nos levantamos a la vez y cada uno emprende un rumbo distinto para prepararse y salir de casa.

Llegamos en su moto al colegio, ante la expectación de todo el mundo. Nos miran con curiosidad, preguntándose qué hace una niña como yo con un chico como él. Pero no parece inmutarse de la cara de desaprobación de sus "amigos", pues avanza natural, conmigo a su lado. La idea de cogerle la mano pasa fugaz por mi mente, pero no le hago caso.

Andrew me mira sorprendido y Abby, por el contrario, me dedica una mirada pícara mientras sube y baja las cejas para acentuar sus pensamientos. Procuro no darle mucha importancia; sé que es una broma, pero no puedo evitar que mis mejillas se ruboricen.

-La próxima vez podrías llamar -me regaña mi hermano-. Papá estaba preocupado.

-¿Enserio? -el hecho más que sorprenderme, me alegra: eso significa que he vuelto a recuperar su confianza.

-Enserio -afirma, intentando meterme miedo con la mirada, aunque no lo consigue.

-¡Kate! -oigo a alguien gritar mi nombre desde la otra punta del patio.

Todos nos giramos, buscando la persona de la que procede. Pero ya me puedo imaginar quién puede ser: Michael, quien me pide que me acerque con un gesto de la mano.

-Adelante, ve -dice Will desanimado-. Se supone que es tu función.

Michael nos observa a lo lejos, relamiéndose al ver como cambia la expresión de Will. Le doy un suave tirón en el brazo para que se agache y, debido a una ráfaga de cariño y venganza a la vez, lo beso en la mejilla. Me separo sin esperar su reacción, aparentando seguridad al andar, disfrutando de la seriedad que dota la expresión de Michael. Sonrío, enseñando solo la mitad superior de mi mandíbula. Saludo al llegar allí y Michael se incorpora, poniéndose más pegado a mi de lo que me gustaría. Es más bajo que Will o que Andrew, pero eso no impide que fácilmente pueda ganarles en fuerza. O al menos eso aparenta. Aun así, permanezco en donde estoy, evitando retroceder. Viendo que se pega demasiado, lo empujo con la mano hacia atrás, con la suficiente fuerza como para que se aparte y me deje mi espacio vital.

-¿Qué quieres? -pregunto, sonando lo más desinteresada posible.

-Estate lista hoy a las doce. Pasaré por tu casa a recogerte.

-¿Por qué? -soy lo más seca que puedo, lo cual no es difícil en mí-. ¿Qué tienes pensado hacer?

-Tienes que conocer a los importantes -explica-. Tú estate lista y punto -finaliza, cabreado.

Me voy, sin despedirme, sin pasar junto a mis amigos, sin hablar con nadie.

-Katie, soy Will -el contestador hace que su voz suene rara, como metalizada; prefiero su voz normal-. Contesta, por favor. Tu hermano, Abby y yo vamos a ir a ver una peli por la noche, ¿te apuntas? Llámame.

Suena el característico "bip" que indica que se acabó el tiempo que tenía para poder hablar. Estuve a punto de cogerlo la segunda vez, pero no tengo ganas de hablar con nadie. Ni siquiera con él. No sé por qué; tampoco fui nunca de las que son capaces de sacar cualquier tema de conversación, por eso evito bastante las llamadas. Aun así, obedezco a la pequeña voz que me obliga a levantarme, coger el teléfono y llamarlo. Contesta al tercer pitido.

-¡Hola, Katie! -saluda, con un sorprendente entusiasmo-. ¿Estás bien?

-Sí, claro -me llevo las manos a la frente y me masajeo las sienes-. Solo algo cansada.

-Me tiene preocupado lo que quiere que te haya dicho Michael. No me has vuelto a hablar desde entonces.

-Estoy bien, tranquilo -tras una pausa, decido contarle lo nuevo de esta mañana-. Solo me han pedido que conozca a los superiores.

-¿Los superiores?

-Sí, ya sabes, los que manejan el dinero. Los jefes...

-Lo siento -se disculpa, aunque no hay nada que disculpar. El problema es mío, no suyo.

-No digas eso, no de esa forma -bromeo-. No tienes la culpa de que sea irresistible en todos los aspectos.

Oigo su risa al otro lado de la línea telefónica. Sonrío, imaginando que lo tengo delante. Detrás oigo los gritos de Abby y Andrew, preguntando cómo estoy o si tengo pensado aparecer.

-Diles a esos dos que estoy muy bien aquí, que no cuenten conmigo -contesto, antes de que Will haga la pregunta.

-¿Segura? -puedo percibir en su tono de voz un poco de decepción.

-Sí, mejor dejarlo para otra ocasión -respondo, con el fin de darle una poco a esperanza.

-Pero... -se prepara para protestar-. ¡Tío, ya voy! -le grita a Andrew, intentando tapar el móvil para amortiguar el sonido-. De parte de tu hermano, que lo más seguro es que no duerma en casa, que avises a tu padre.

-Me compadezco por ti -bromeo, mientras expulsa un largo suspiro.

-Me debes una -protesta.

-No, te debo varias -aclaro a modo de despedida y cuelgo el teléfono.

"Espero poder devolvértelas algún día", pienso.

No veo a mi padre en toda la tarde. Aparece para la cena recalentada con la excusa de que tenía mucho papeleo y, al finalizar, se retira de inmediato mientras se frota los ojos y confiesa su cansancio. Quedan dos horas para irme; lo necesario para que caiga en un profundo sueño y no correr el riesgo de encontrarme con él.

Después de revolver todos los cajones, por fin encuentro lo que busco: unos pantalones negros ajustados, de esos que me marcan la pierna demasiado. Me pongo una camiseta negra acorde con los pantalones y la cazadora negra que me dio Michael. Huele a Will. Tenía que oler a Will.

Salgo de casa haciendo el menor ruido posible y avanzo hasta la puerta principal. Decido salir por el lugar más obvio, recorriendo el camino de gravilla hasta llegar a donde forma un cúmulo de arena con la carretera. Al cabo de unos minutos, llega un coche, más corriente de lo que pensaba, aunque solo puedo ver su silueta. Es bajo y negro, el mismo que utilizó Michael para sacarnos de aquel horrible vecindario. No sabría decir con exactitud qué marca es; no entiendo absolutamente nada de coches. Puedo memorizar sus matrículas y reconocer algunos logos, pero nada más.

Michael sale de la puerta del copiloto con una cinta negra en la mano. Se acerca a mí y me la enseña.

-No puedo dejarte ver el camino -se limitó a decir.

-Supongo que aún no soy de total confianza -contesto, con un tono falso de decepción.

Él no dice nada y me coloca la venda en los ojos. No puedo ver absolutamente nada. Entre la oscuridad de fuera y el color negro de la cinta, parece que estoy en una simulación de ceguera total. Me agobio en un principio, pero me obligo a mantener la calma. Michael me agarra suavemente de la muñeca y me envuelve con el otro brazo. Hace que comience a andar y me mete en la parte trasera del coche, con una delicadeza sorprendente en comparación con su masa muscular. A tientas, me abrocho el cinturón. Oigo a Michael entrar y sentarse justo delante de mí. Una voz grave le ordena que se ponga la venda y, acto seguido, arranca el coche.

Avanzamos en silencio por tramos lisos, golpeados por algún que otro bache y frenazo. No sé a dónde nos dirigimos, pero yo solo me concentro en no marearme.

No sé cuánto tiempo ha pasado hasta que por fin noto parar el coche. El motor cesa su ronroneo y oigo desabrocharse los cinturones, seguido de una puerta abriéndose. Salgo del coche, en busca de aire fresco, con cuidado de no golpearme la cabeza con el techo. Noto las manos de Michael quitarme la venda de los ojos suavemente. Pestañeo un par de veces, pero mis ojos tardan un rato en adaptarse a la tenue luz que ahora reina en donde sea que estemos. Por cierto, ¿en dónde estamos? Aunque lo pregunte, no me lo dirían -de lo contrario, todo el numerito de la venda habría sido una pérdida de tiempo.

Parece un aparcamiento, con un gran defecto de iluminación. Es de un color gris, con columnas un poco roídas en las esquinas por culpa de algunos conductores descuidados que no tuvieron en cuenta que dichos pilares se movían. Hay una letra y un número en cada columna. Según esto, estamos en el aparcamiento A. Un hombretón, vestido de traje y con una pistola asomándose en sus pantalones, sale del coche y se dirige a una puerta con un cartel verde encima. A medida que se me acostumbra la visión, puedo distinguir las letras EXIT en vede sobre el fondo blanco. Subimos en un ascensor y el armario con patas pulsa un botón. Apenas habla, solo para indicarle a Michael con voz ronca y cara de pocos amigos que me vuelva a poner la venda. Con un suspiro, me la ata y, por una vez, compartimos el odio hacia ese tipo. Vuelvo a tener la vista en negro.

Me aferro al brazo de Michael para no caerme cuando el ascensor deja de subir y las puertas se separan con un agudo y sonoro "ding". Evito cometer el típico error en estas situaciones: tropezar con la ranura que hay entre el ascensor y la planta. Seguimos rectos por lo que creo que es un pasillo cubierto de una alfombra. Se me hace interminable y, para orientarme mejor, rozo una de las paredes con las yemas de mi mano derecha. Nos detenemos de golpe y alguien llama a la puerta. Oigo el sonido del cerrojo abriéndose y las bisagras gruñen para dejarnos pasar. La puerta se cierra detrás de mí y una voz muy familiar le ordena a Michael que me quite la venda. Obedece y, mientras se me aclara la visión, comprendo que me hallo en una gran sala con una mesa de roble en el centro y varios sillones colocados en semicírculo a unos metros de ella. Son del mismo color que la mesa, con cojines forrados con cuero y un botón de adorno del mismo color en el medio de cada uno de ellos. La habitación tiene el techo alto, permitiendo colgar de él una gran lámpara de araña dorada. Personalmente, no me gusta le decoración de este sitio.

La voz menciona el nombre del chico y dirijo la mirada hacia su procedencia. Un hombre trajeado, guapo para su edad y con una mirada que derrocha maldad, le pide a Michael que me presente. El hombre se encuentra detrás de la mesa, acompañado de dos guardaespaldas con pintas de rotweilers: el padre de William Baxter, John Baxter, preside el tribunal de hombres trajeados y con corbata, sentados en los sofás con una pierna cruzada sobre la otra. Antes de que Michael abra la boca, contesto por mí misma.

-Mi nombre es Katherine Jackson -digo alto y claro, impidiendo que me tiemble la voz-. Encantada de volver a verlo.

Se queda mirándome, pero no transmite ninguna expresión de asombro, ni siquiera confusión. En lugar de eso, sonríe. Provoca que se me erice el bello de la nuca. "Pura maldad", es lo único que se me ocurre pensar.

-Que agradable sorpresa -comenta, fingiendo estar asombrado-. Cuando me dijeron todas esas maravillosas cualidades de una chica, jamás pensaría que la tendría tan cerca.

Coge una carpeta con varios papeles, ojeando distraído su contenido.

-Dicen que eres leal, valiente, eficiente,... Y, además, has pasado todas las pruebas con una eficacia discorde con los principiantes de tu edad -hace una pausa y algo me dice que está pensando en algo tan retorcido que se escapa incluso a la parte mala de mi alma-. Debe de ser cosa de familia, ¿no es así Raymond?

Noto cómo se me va el color del rostro al ver levantarse a mi padre de entre los hombres trajeados. Parece que contiene las ganas de gritarme, de pegarme una bofetada o de regañarme por echar mi vida a la basura. El problema es que él ha hecho exactamente lo mismo, pero durante más años, y llevándose la vida de una mujer inocente con él. Entonces, los cabos se atan en mi mente: la muerte de la madre de Will, la droga de mi casa, el padre de Will, los apuros y crisis de mi padre... Admito que lo sospechaba, pero el problema es que él me ha descubierto. La imprudencia me ha llevado a ser descubierta, con todas las mentiras cayéndose detrás de mí. Largas explicaciones nos esperan a ambos.

-Preciosa reunión familiar -comenta el padre de Will, con una carcajada-. Una pena que falte Andrew: él sí que me caía bien. Bueno, al fin y al cabo, también está metido en esto.

-Ni te atrevas a tocarlo -le amenazo, impulsada por una mezcla de valor y rabia. Él solo se ríe en silencio.

-Esperemos que no le pase como a tu madre -dice, casi escupiendo las palabras.

Quiero abalanzarme sobre él, pero Michael me lo impide y me pide que me comporte. Solo oigo su risa distorsionada en mi mente. Me retira hacia atrás, en donde unos pocos HBs, entre ellos Rachel, se regocijan con mi ataque de ira. Yo solo pienso en mi madre. Me contó que un chico antiguo novio suyo les había visitado y por esa visita había fingido su muerte. Ese amor era el padre de Will, ese monstruo que disfrutaría hasta envenenando a un niño. El rechazo pudo con él y buscó a alguien que no le importase parecerse a mi madre: la madre de Will. Entonces, llegó el momento en que no supieron explicar la muerte de mi madre; necesitaban cadáver y John sabía dónde encontrar uno parecido a ella. Su esposa, en un penoso intento de huída, resultó ser asesinada y cubrió el papel de muerta de Marisse Jackson.

El codazo de Michael me hizo volver a la realidad. John había comenzado a hablar y pronunciaba unas palabras relacionadas con la lealtad hacia el grupo y el odio que le debíamos sentir a nuestros seres queridos para actuar de forma ajena a cualquier acto de amor. Tras ello, prosigue a anunciar estas palabras:

-Queridos compañeros: tengo el placer de hacerles llegar la mayor nueva de este grupo. Como sabrán todos, excepto la señorita Katherine -me dedica una mirada despiadada-, descubrí esta droga hace años y hasta hoy la hemos ido perfeccionando. He visto como mi labor crecía y se extendía hasta llegar a influir a unos adolescentes que querían enriquecerse fácilmente. Pues bien, ahora, amigos míos, me ha llegado la noticia de que este viernes tendremos la reunión que todos estábamos esperando. Gracias a mis compañeros de negocios, nuestra droga se expandirá por todo el país y, como debe ser, obtendremos un enorme beneficio.

>Por eso os he reunido aquí, con el fin de contar con vuestro apoyo -me mira directamente a mí-. Y, por favor, no me veáis como un monstruo, sino como un héroe que saca a los adolescentes de las calles para darles una oportunidad laboral. Mucho más de lo que el gobierno puede ofrecerles.

Todos aplauden, pero mis brazos se niegan a desenlazarse. Le sujeto la mirada hasta que todos comienzan a dispersarse. Me dispongo a ponerme la venda, al igual que los de mi categoría, pero mi padre me agarra del brazo y, clavándome las uñas, me saca a rastras de la habitación y nos metemos en el ascensor. Entonces, comprendo en donde estamos: en este mismo hotel, en la habitación 416, es donde meses atrás me había hospedado antes de entrar en mi nueva casa; donde había conocido por primera vez a Will y donde ahora conozco de nuevo a mi padre y al suyo.

Me mete en el coche con una violencia que nunca había mostrado. Me golpeo el brazo y me estremezco de dolor. No consigo la bofetada que me pega mi padre y que casi hace que me salten las lágrimas.

-¡Eres un monstruo! -le grito-. ¡Te odio!

Pero no contesta.

-Hablaremos en casa -concluye, mirando a unos huéspedes que pasaban demasiado cerca del coche, seguramente para ver qué ocurría.

Contuve las lágrimas hasta que por fin llegamos. Entonces, salgo del coche, furiosa con mi padre, furiosa conmigo misma.

-¡Desde cuándo estás en esto, eh! -me grita-. ¿Desde cuándo?

-¿Y eso qué coño importa?

-¡Niña estúpida! -me contesta-. Lo has arruinado todo.

-¿Yo? -noto cómo mi rabia comienza a ser acompañada por lágrimas-. ¡Mamá está muerta por tu culpa!

Se abalanza sobre mí y me empuja. Me golpeo contra la pared de la cocina y recupero el equilibro. Consigo esquivar un puñetazo, haciendo que los nudillos de mi padre golpeen la pared. En ese momento, Andrew entra alarmado en la cocina, sus ojos exigiendo una explicación.

-¡Vete Andrew! -le ordena mi padre; pero él avanza hacia delante, dispuesto a desobedecerlo.

-¿Qué pasa aquí? -repite, con una voz más conciliadora.

-¿Por qué no le preguntas a papaíto de dónde ha sacado todo el dinero? -contesto. Viendo que no confesaba, continúo-. Exacto, nuestro padre es un cárter de la droga. Gracias a él, personas inocentes y niños se ven envueltas o asesinadas.

-Te recuerdo que tú asesinaste a uno de ellos. La verdad, admiraba las cualidades de ese personaje misterioso, y las sigo admirando aunque sea mi hija.

-¡Qué alabador! -bromeo-. Pero yo no asesiné a nadie.

"Idiota, se supone que era un secreto", pero ya es demasiado tarde.

-¿Papá? -Andrew sigue perplejo.

-Te advertí que no confiaras en él -digo, antes de irme, dando por finalizada la conversación.

Me tumbo en mi cama, con el labio sangrando allí donde recibí la primera bofetada. Hasta entonces, la rabia y la ira me habían impedido notar ese sabor metálico en mi boca. ¿Por qué? Ahogo mis sollozos en mi almohada. Me duele la cabeza y millones de preguntas vuelven a surgir sobre mi padre. Por segunda vez en mi vida, vuelvo a experimentar lo que se siente cuando pierdes a un ser querido.

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