Capítulo 21

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Debería levantarme, pero me lo impide la multitud de sábanas calientes enrolladas en mi cuerpo, a parte de mi clara pereza mañanera. No entiendo de dónde consigo sacar la suficiente fuerza de voluntad para poder reemplazar el calor recíproco entre mi cuerpo y la ropa de cama, por el frío de las prendas expuestas en mi armario como si de cuadros se tratara. Quién dice que saber vestir no es un arte.

Tropiezo con la cajita rosa custodiada por el hada y, gracias a un golpe de suerte equivalente al físico que le he dado a la pequeña pieza de artesanía, consigo cogerla sin que sufra ningún daño aparente. La vuelvo a colocar en su sitio, tan a la vista que sería el último sitio en donde miraría alguna comadreja desviada, a parte de cualquier animal que entrase en mi habitación. Además, el usual desastre en el que se convierte el cuarto por las mañanas contribuye a que el cofre sin tesoro se encuentre en un ambiente más acorde con el entorno.

-Buenos días, hija -saluda mi padre, sin mirarme, escuchando como abro y cierro los armarios de la cocina en busca de algo que poder llevarme a la boca; elijo una manzana como presa mañanera.

-Hola -contesto.

-¿Tienes planes para hoy por la tarde? -pregunta, dándose la vuelta y apoyando el cuerpo contra el borde del fregadero; se va a mojar.

-No... -en realidad dudo si quiero pasar demasiado rato con él y fuera de casa- ¿Por?

-Había pensado en llevarte a un lugar... Que creo que te va a complacer.

-Con eso, intentas ocultar su verdadero aspecto -me mira extrañado, lo que me empuja a dar la siguiente explicación-. Verás: si el lugar al que deseas llevarme fuera destacable por su belleza, habrías destacado esa característica antes de la que sospecha que va a ser mi opinión. Sin embargo, apelas antes a mis sentimientos con el fin de que no le quite esa importancia emocional en función del aspecto de dicho lugar. ¿Me equivoco?

-No, estás en lo cierto -admite-. El sitio en sí destaca por la falta de belleza, en mi opinión. Aunque, claro está, la belleza es algo subjetivo, ¿no?

-Así es -contesto, y ambos sonreímos-. ¿Y a qué lugar tienes planeado llevarme?

-¿Eso es un sí?

-De acuerdo, pero que quede claro que esto no es una cita -bromeo, acordándome inevitablemente de Will.

-Pasa para el coche, anda -sonríe.

Me levanto y entro en el coche. Me lleno de migas esperando a que baje mi hermano, como no hago nunca; para todo hay una primera vez. El sonido que produce el choque de unos pies contra la escalera me indica que está bajando -o simplemente ha tropezado y ha bajado de una manera más acorde con la velocidad a la que se mueve el resto de la ciudad, la mayoría ya activa. Andrew y mi padre se suben a la vez al coche; uno arranca y el otro se abrocha el cinturón, emprendiendo el tedioso camino al instituto. Podría preguntarle a mi padre ese lugar que mantiene en secreto, pero debo de haber aprendido a mantener la boca cerrada y a ocultar todo lo que se me antoje sin el nerviosismo que invade al resto de la gente.

Ya no me resulta raro ver a Will con nosotros. Es más, parte de mí desearía que no estuviera apoyado en la pared, aguantando cualquier comentario absurdo que sale de la boca de Jennifer, aunque ella y su sirvienta parecen entretenerse. Desde esta perspectiva, puedo ver la desesperada insistencia que pone en que la mire y que le haga caso, en lugar de dirigir su mirada hacia mí. Debería sentirme mal o imprudente por su acción; sin embargo, sostengo la mirada y disfruto plenamente del pequeño sufrimiento que Will provoca en la chica -y creo que no soy la única.

-¿Tú qué dices Katie? -reacciono al oír mi nombre.

-Sí, claro -respondo, manteniendo la mirada los últimos segundos-. Tiene razón Abby.

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