Capítulo 11

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Me despierto gracias a mi móvil con una de las canciones de mi lista de reproducción. Al principio, pensaba que era yo cantando en sueños, pero no podría hacer eso; sería romper otra promesa. Son las cuatro y media de la tarde; demasiado pronto. Me envuelvo otra vez en mis mantas e intento continuar el sueño interrumpido. "Solo cinco minutos", digo para mí misma; pero cuando vuelvo a abrirlos, quedan pocos minutos para las cinco. Me levanto de un salto y me cambio enseguida, intentando arreglarme en menos de un minuto. Cojo mi mochila y salgo disparada hacia casa de Will. Subo la pequeña pendiente que da a su casa, desde donde hay unas vistas preciosas del anochecer. A medida que avanzo, la mansión se va haciendo cada vez más grande.

Al llegar, veo a Will esperándome en la ventana desde la cual me despidió el otro día. Me saluda, sacando una mano del bolsillo, y esboza una pequeña sonrisa que, por muy extraño que parezca, no emite arrogancia. Le devuelvo el saludo soltando una mano del manillar. Dejo la bicicleta en su porche; supongo que entre todas las cosas que hay en esta mansión, a nadie se le ocurriría robar una vieja bicicleta que necesita un buen lavado. El mayordomo me abre la puerta y, como un robot, me notifica que "el señorito Willliam me está esperando en el salón principal". Camino hacia la enorme habitación, en donde Will está de pie frente a la mesita de café. Cuando me oye entrar, levanta la cabeza y se queda mirándome fijamente, con esos ojos azules que derretirían a cualquier otra chica; por suerte, no me gustan los arrogantes. Se acerca a mí y me coge la mochila del hombro. Dejo que se deslice por mi brazo y Will la agarra. Levanto la vista y nos miramos a los ojos; sus ojos azules, los míos, verdes. Me imagino por un momento que no es el chico arrogante, el mimado, y tengo ganas de besarle.
Aparto la mirada y alejo ese pensamiento. Por muy guapo que sea, su interior no es tan lindo. Anda y apoya la mochila sobre la mesita, junto a sus libros. Camino hacia a él y me siento en el sofá. Él se coloca a mi lado y me pasa los libros.

- Bueno, empecemos -digo antes de volver a cruzar la mirada- ¿Qué es lo que más te cuesta?

Y comienza así la tarde, explicando todo de nuevo, con la esperanza de que ocurra un milagro y poder irme. Solo me salvan esos momento de satisfacción en los que Will parece entenderlo y me lo re explica. Entonces, puedo alejarme un rato y pensar en Abby. Pienso en cómo se debe de sentir, con miedo a lo que pueda sucederle en cuanto salga de esa habitación. O en cuanto alguien abre la puerta.

- Katie, ¿me estás escuchando? -pregunta Will al verme con la mirada perdida- Si estás buscando algo, puedo ayudarte.

- No, no. Sí que te estaba escuchando -pero es mentira. De hecho, no tengo ni idea de las últimas palabras que ha dicho.

- Oye, si te pasa algo, sabes que puedes contármelo -dice, mirándome a los ojos.
Estoy a punto de contestarle que no pienso confiar en él, que ni siquiera le conozco y no sé nada sobre él, pero asiento con la cabeza.

Deben de ser las ocho y media de la tarde y el sol empieza a hacer sombra en los muebles del salón de Will. Debería de irme pronto o mi padre me llamará al móvil para saber lo que hago, o si no, lo hará mi hermano. Pero no quiero irme. No sé porqué, pero aquí me siento segura; bueno, más bien libre. Aquí nadie podrá impedirme hacer locuras y a nadie le importa en lo que piense. Solo sobra el hecho de que Will esté aquí dándome la lata con un problema de química.

- Que sepas que, aunque para química sea un negado, sé manejar muy bien las palabras -dice mientras sube y baja las cejas y me guiña un ojo. Yo, como respuesta, suelto una carcajada burlona.

- ¿Acaso no te lo crees? -pregunta como respuesta a mi risa.

- No, para nada -contesto, aún riéndome en broma.

Se queda un rato pensando, mirando a algún punto entre el suelo y la mesa de café. Contemplo su manera de concentrarse mientras mi risa, al principio provocada, se diluye. Entonces, levanta la cabeza y enfoca sus ojos con los míos. Parece que se traba en un primer momento, pero empieza a hablar, o mejor dicho, a enamorar.

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