Capítulo 24

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-¡Katie! -grita mi padre desde el garaje-. ¡Si no bajas ahora mismo, te vas andando solita!

No contesto; no me apetece hablar con él. Oigo cerrar la puerta con un portazo y crujen las bisagras de la del garaje. El coche sale con el ronroneo y me quedo sola, en silencio. Fuera hace sol, el cielo está despejado y la brisa mañanera es la única solución para evitar sofocarte. Es lo que tiene el mes de mayo. Me pongo una camiseta y unos shorts, con una chaqueta de lino larga, calzada con unas chanclas de goma gastadas en el talón. Salgo de casa y, en lugar de ir de ir al colegio, me dirijo a la playa en la que hace unos días disfruté de una de las mejores tardes de mi vida.

Me siento en donde estaba con Will. El viento ha retirado un poco de arena y ahora se pueden ver las raíces de las hierbas. Me hago un ovillo y apoyo mi barbilla entre las rodillas. La brisa mueve mi pelo por enfrente de mi cara, a la vez que forma una capa con mi chaqueta. Acaricio la arena en círculos, contemplando las olas ir y venir. Mañana todo esto se expandirá y ya no habrá forma de pararlo. No habría forma ni de irse, ni de vengarse. Todo esto se derrumbaría. Ya no volvería a ver a Will.

Una figura morena se acerca por mi derecha. Sobresaltada, despierto de mis pensamientos y vuelvo a la maldita realidad. Es Abby, quien se acerca a mí, con los ojos entrecerrados por la claridad. Tiene la piel tostada y lleva una blusa amarilla que le dan un cierto parecido a una india. Está más morena que de costumbre.

-Hola, cielo -saluda con su tono dulce.

-Hola. ¿Qué estás haciendo aquí?

-Lo mismo te pregunto -contesta, sin perder la sonrisa.

-Pensar -respondo, en tono melancólico, sin separar mi barbilla de las rodillas-. Ver como las cosas pasan sin que pueda pararlas o retrasarlas.

-Puedes cambiarlas -comenta-. Solo pensaba en alto -dice con unos movimientos de brazos exagerados al mirarla con cara rara.

-Ya, Abby, lo siento -me disculpo. Hay tantas cosas por las que pedirle perdón y gracias.

-No pasa nada -contesta-. Me he enterado de todo lo que pasó ayer. ¿Estás bien?

-Te diría que sí, pero sé perfectamente que no me creerías -y yo haría lo mismo-. Así que decide tú la respuesta.

-Alguien que pasa por eso no puede estar bien -reflexiona mirando al mar-. No es fácil ver cómo tu padre...

-¿Se convierte en un monstruo y descubres que toda tu vida junto a él ha sido un engaño? -termino, con un tono irónico.

-Sí -hace una pausa-, supongo que es eso.

Nos quedamos en silencio. Ha venido hasta aquí, a pesar de los problemas que puede generarle faltar al colegio.

-¿Cómo sabías en dónde estaba?

-Will me dijo que lo más probable es que estuvieras aquí -responde para mi sorpresa-. Te quiere mucho.

-No sé -respondo, intentando evitar el tema-. Somos muy amigos.

-Más que eso -la miro con cara de enfadada, advirtiéndole que no estoy de humor para esto-. Bueno, como quieras, pero tienes que ir a hablar con él.

-¿Sabe todo lo que pasó? -pregunto, con un nudo en la garganta al pensar en Will averiguando lo de su padre.

-No -contesta-, preferimos que se lo cuentes tú todo.

-No me gusta hacerle daño.

-Pues entonces, no se lo hagas y cuéntale toda la verdad -se pone seria, mirándome fijamente a los ojos-. Se lo merece.

-No creo que pueda.

-Inténtalo -insiste-. A lo mejor, tras la reunión, será demasiado tarde.

-¿También te contaron la reunión?

-Las noticias malas vuelan, lo sabes -contesta con un tono pesimista.

-Se mundializará, y ya no podremos hacer nada.

-Tú no deberías ni estar.

La miro medio cabreada, aunque ella mantiene su semblante serio.

-¿Cómo que no? -exclamo casi gritando.

-Esta era mi guerra, no la tuya.

-Ahora es la mía y ya te dije que no quería arrastraros conmigo -trago saliva-, pero lo he hecho.

-Katie... Si no fuera por mí no habrías estado ahí.

-Si no fuera por ti estaría sola, con mi hermano dándose cuenta de la realidad... -"y tal vez estuviese odiando a Will", pienso.

Me abraza -debe de ser lo más cariñoso que me ha oído decir en su vida- y reconforta tenerla cerca. Sus brazos a mi alrededor me envuelven de manera especial. No son como los abrazos de Will ni como los de ninguno de mi familia. Es como si me contagiara su entusiasmo y me veo capaz de hacer cualquier tontería sin que me importe lo que piensen los demás. La de significados que puede tener un gesto de cariño.

-Abby -comienzo, pero no sé qué iba a decir.

-Mejor cambiar de tema -adivina, mientras se separa de mí.

-¿Qué tal con Andrew? -suelto, sin pensarlo dos veces. La pregunta hace que sus mejillas se tornen de un color rojizo.

-Bien -sonríe y le brillan los ojos-. Le adoro, Kate. Me encanta. Nunca supuse que me enamoraría de él, pero es así. Me trata como a una reina y...

-Te mira como si estuviera dispuesto a enfrentarse a un arma por ti -añado.

-Sí... -afirma en un suspiro-. Y cuando estoy con él, el resto del mundo desaparece por completo. Pienso en él y lo amaré siempre.

-¿Es tu príncipe azul? -bromeo, dándole con el hombro en el costado de su brazo.

-No, yo no quiero pitufos. Son demasiado pequeños para describir el amor. Además, nuestro amor es verdadero.

-Lo sé -afirmo-. Puedo ver cómo os miráis a los ojos y las reacciones de ambos al decir vuestros nombres.

Mira a la arena. Sin darse cuenta, estaba dibujando su inicial en ella. Se ríe en bajo, como si no quisiera que viera la expresión de su amor y, a la vez, no puede contenerla.

-Una pregunta -pronuncian mi boca involuntariamente-. ¿Cuándo sabes que estás enamorada?

La pregunta la sorprende, pero no por ser yo quien hace la cuestión, sino porque es complicado de explicar.

-A ver... -comienza-.  Eres capaz de estar a gusto con esa persona sin tener que pronunciar palabras si no es necesario; quieres verlo lo antes posible y después piensas en él; enrojeces cuando oyes su nombre...

-¿Te vuelves loca? -pregunto irónica.

-Sí, sin duda -afirma riendo-. Aunque las mejores personas lo están.

-Sí, puede ser -sonrío y le doy un abrazo-. Mi loquita preferida -río.

-Habla con Will -me recuerda.

-Lo haré -le prometo.

Se separa de mí y se levanta. Se sacude las arenas del pantalón, mirando a unas gaviotas que planea sobre el mar. Me ofrece la mano para que me levante.

-¿Vienes? -pregunta.

-No -respondo, mirando también a las gaviotas-. Tengo que hacer una cosa antes.

-Okay. Nos vemos -se despide y se va.

Me quedo un rato más en la playa, hasta que el sol se sitúa encima de las copas de los árboles, sin formar sombra alguna. Me levanto, me sacudo las arenas y, con la visión medio nublada por el pelo, emprendo el camino hacia mi casa.

Mi padre no está. Mejor. Voy a mi habitación; después de mover todos los objetos de la mesa, encuentro un papel y un boli. Dibujo cinco líneas paralelas: un pentagrama. Comienzo a escribir notas musicales y silencios, alternando negras cuando estén palabras completas y blancas cuando estén incompletas: "Lala: Doy Lasire. Reresido rere rela dore. Re reredo re lala. Larelare ulado urela. Re urere!". Espero que lo entienda. Al menos así sabrá que soy yo. Ahora, ¿en dónde habré puesto el lazo rosa de cuando era pequeña? ¿La habré puesto en la caja de la hadita? Miro hacia su sitio, pero no está allí. Alguien la ha tocado. Con la nota en mi bolsillo, me agacho para ver si se ha caído; pero no está. Revuelvo los cajones sin éxito, hasta que la encuentro encima de mi estantería. Alguien la ha puesto ahí. La cojo y la abro; están todas las notas, pero removidas y desordenadas. Mi padre.

Cojo el lazo y bajo al bosque. De día, la luz se filtra entre los árboles y una gran variedad de color inunda el claro. Cada vez disminuye más la cantidad de barro, que es sustituido por polvo. Las margaritas comienzan a florecer y las abejas recorren cada uno de los pistilos para recoger el polen. En el árbol en el que normalmente me espera mi madre, engancho la nota con un alfiler y le anudo el lazo. Vuelvo a mi casa, a aguardar por noticias de mi madre.

Me despierto con el rugir del motor. Oigo las voces de mi padre y mi hermano entrando en la casa. ¡Mi madre! ¡Me he olvidado de mi madre! Me levanto de un salto. Vigilo con cuidado no ser vista, cubriendo lo máximo que puedo con cualquier objeto.

-¿Katie? -mi hermano sale del baño. Aún lleva las manos mojadas y se las seca al pantalón-. ¿Qué haces?

-Sh -digo en bajito, señalando a la puerta-. Hablamos luego.

-¡Kate! -exclama en un susurro; después de lo de ayer, me parece coherente que no confíe en él.

Bajo las escaleras, dejando a mi hermano con la palabra en la boca. Abro la puerta principal con cuidado.

-¿A dónde vas? -pregunta una voz detrás de mí.

Mi padre me mira con ojos limpios, intentando mantener a raya su verdadera personalidad. Parece que no existiesen esas dos caras. Da miedo.

-Salgo -contesto con medio cuerpo tapado por la puerta.

-No -replica firmemente.

-Lo siento -me disculpo fría como el mármol de la entrada exterior.

Salgo y voy lo más rápido posible, sin correr ni mirar atrás, para evitar encontrarme con mi padre. Al llegar al "sendero", vuelto la vista hacia atrás y descubro que no me persigue. Me interno en el bosque.

Corro todo lo deprisa que puedo, provocando que pájaros de árboles cercanos levanten el vuelo. Da igual; nadie sabe en dónde estoy.

Durante el día, el bosque se tiñe de distintos colores y multitud de abejas revolotean en busca del polen. El claro se llena de margaritas, dejando un mato blanco como la nieve con puntos amarillos como las estrellas. El lazo rosa de raso, colgado en el árbol, me refleja el sol. Corro hacia él, pisando con pesar las margaritas. Encima de mi nota, está un post-it amarillo, dividido en dos pentagramas, en el que escribía las siguientes notas: "La do la do u re do la re re re. Do re do do la do re." Cojo el post-it y vuelvo corriendo a casa. Está claro que mi madre no está aquí y es mejor no enfadar a mi padre.

-¿Ya has vuelto? -pregunta mi padre, de manera desinteresada.

-Sí -contesto lo más seco que puedo-, ¿no me ves? -lo saludó con la mano que no tiene el post-it arrugado.

-¿A dónde fuiste?

-A comprar pan -contesto la primera tontería que se me pasa por la cabeza, avanzando lentamente a las escaleras.

-¿Y dónde está? -continúa mi padre, dispuesto a no dejarme marchar.

-Me lo comí -y con eso concluyo la conversación.

Paso el puño que encierra la nota hacia delante y subo dando saltitos de un escalón a otro. Me encierro en mi habitación. Tengo mucho tiempo para que sea medianoche. Estiro la nota sobre mi mesa y analizo las frases. "U re do" tiene que significar "puedo". "Do re" debe ser "noche", con lo cual la última frase es algo así como "por la noche". Ya sé: "nos vemos por la noche". Eso es lo importante. Guardo la nota con el resto y, tras poner el despertador de mi reloj en bajito, me tumbo en mi cama.

Justo a las once menos cuarto me despierta mi reloj. No sabía que podía dormir tanto. De hecho, nunca había dormido tanto. Por suerte, estoy cambiada, con las sandalias puestas. La casa está en silencio y las luces, apagadas; es el mejor momento para huir.

Salgo al exterior. Las temperaturas han bajado con respecto a la última vez que estuve en este sendero. Ya no hay variedad de colores y el negro vuelve a predominar sobre el resto. Gracias a la linterna, puedo ver el fantasma colorido de cuando alumbra el sol. Los blancos pétalos de las margaritas se tiñen de negro y del azul de la linterna. Mi madre sale sigilosa, sin poder evitar pisarlas.

-¿Qué era eso tan urgente? -pregunta alarmada.

-¿Entendiste mi nota?

-Sí -y además añade-. Un código inteligente y sencillo que no todo el mundo entiende.

-Mamá, necesito tu ayuda -pido, improvisando un poco lo que estoy diciendo.

-Claro, hija. Lo que quieras.

Me doy unos segundos para pensar mis palabras. Tengo que explicarle lo de la reunión y lo que realmente quiero que haga.

-Ayer hubo una reunión de los HBs. Yo estuve en ella. De hecho, me han presentado a los líderes.

Asiente, como si pensase en lo mismo que yo.

-¿Tu padre?

-Estaba allí. Se enfadó conmigo. Ya no nos hablamos -"mejor", pienso, y creo que ella también lo murmura-. El caso es que anunciaron que para mañana está programada otra juntanza. Tiene pensado mundializarla -acabo de golpe.

-¿Y qué tengo que ver yo en esto? -pregunta, ocultando el temor que le tiene a salir de nuevo a la luz.

-A parte de que eres mi madre -respondo un poco decepcionada con su pregunta-, podrías contactar con la policía o algo.

-¿Y por qué piensas que yo tengo contactos con esa mafia?

-Se supone que estás muerta -deduzco-. Si no tuvieras contactos, ¿cómo podrías tener una identidad falsa sin que se note? ¿Cómo has sobrevivido hasta ahora? Tienes que tener algún tipo de ayuda.

Mi madre entrecierra los ojos, fingiendo mirarme con odio.

-Así que -continúo-, podrías contactar con alguno de ellos y pedir que estén atentos. Lo haría yo, pero corro el riesgo de ser descubierta y sabes lo que eso significa -paso mi dedo gordo por el cuello, representando un degollamiento.

-Vale -cede después de planteárselo un rato-, lo haré. Dime lugar y hora.

-Hora... Habían dicho a medianoche. Y lugar... No dijeron y dudo que nos vayan a dejar verlo -contesto, resignada-. No les gusta darnos información.

-Bueno -se pone la mano en la boca y se rasca la mejilla, como hace cuando está pensando-, puedo decirles que te vigilen para saber a dónde vas o a alguno de vosotros.

-Vale -apruebo; me parece la mejor solución-. Pero que no se enteren.

Fija su vista en algún punto entre el suelo y mis pies. Sigue frotándose la mejilla, planeando cómo va a hacer para salvarme. Repaso mentalmente todo lo que sucedió ayer, aunque parece haber ocurrido hace semanas. Entonces, me acuerdo del jefe, su sonrisa al mirarme, y el parecido de su ex mujer con mi madre. Con ella.

-Mamá -comienzo-, me contaste que antes de papá, te enamoraste de otro chico -me mira seria, esperando que no haga la siguiente pregunta-. ¿Ese chico era John Baxter, el padre de Will?

Se queda en silencio. Me mira a los ojos. Puedo ver que se arrepiente, que no fue su mejor elección.

-Sí, lo era -confiesa-. Aunque yo lo conocía de manera especial. Fue mi primer amor, hasta que conocí a tu padre. Pero sobre todo, rompí con él porque la relación nos estaba consumiendo a ambos -hace una pausa-. Más tarde, me casé con tu padre y ya no supe nada más, hasta el día que te comenté.

-Y ahora papá también es como él -pienso en voz alta.

-Sí; solo que tu padre no tiene el corazón roto.

Vuelve a mirar hacia abajo, con miles de recuerdos asomándose por su memoria. Seguro que está pensando en él, en su antiguo yo, cuando debía de ser como Will.

-¿Te sigue gustando? -pregunto.

-¿Qué? -mi madre despierta de su sueño con un rebote.

-Si sigues enamorada de él -repito.

-No sé -duda-. En realidad, creo que nunca dejó de gustarme, que simplemente acepté que no podría ser feliz con él. Así que me fui.

Intento comprender cómo se pudo casar por conveniencia y no por verdadero amor. Tal vez, eso no existe.

-Fue una mala elección -termina.

Nos quedamos en silencio. Algo se agita entre los árboles y oigo crujir una rama. Me estremezco, pensando en lo peor, pero desgraciadamente esto no es una película de miedo. No creo que haya experimentado el amor, mas estoy decidida que no podría vivir con alguien que no amo de verdad.

-Se casó y tuvo un hijo -añado.

-Lo sé; me lo dijo solo para que viese que lo había superado, pero creo que ninguno de los dos lo hicimos.

-¿Conocías a la chica? -pregunto, intentando averiguar más sobre la madre de Will.

-No -contesta para mi decepción-. Aunque me dijeron que era morena y de ojos claros.

-¿Y se operó? -aunque suena estúpido preguntar eso, ya que hay muy pocas probabilidades de que lo sepa.

-Ni idea -acerté-, aunque con el dinero que tenía, podría haber hecho lo que quisiera.

Pobre Will, criado en una atmósfera de mentiras, sin saber ni cómo era su madre en realidad. Me imagino que el día en que se fue descubrió el porqué de su nuevo aspecto. Debe de ser muy doloroso estar con quien no te corresponde.

-Bueno, cariño -dice mi madre con su tono maternal-. Haré lo que me pediste y te digo mañana.

-Okay, gracias.

-¿Cómo sabré que estás bien? -pregunta preocupada.

-¿Quedamos el sábado al mediodía? -sugiero.

-Vale.

Se queda en silencio. Sé que está preocupada. Me acerco y la abrazo.

-Te prometo que volveré -le susurro.

-No prometas cosas que no sabes si podrás cumplir -contesta.

Me voy con el corazón en el estómago. Noto como si me lo apretaran y fundiesen en jugo gástrico. Tengo fe en que regresaré, seguro, tengo su confianza. Sin embargo, mi madre me ha dicho lo contrario y Abby me pidió que hablase con Will, y creo que no solo para contarle la verdad, sino para despedirme. Pero creo que no podré hacerlo.

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