Capítulo 1: Oscuridad

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Donovan Pierce

05 de enero de 2009. Moscú, Rusia. 

8 años de edad

Me complace cuando la noche llega, porque desde el ventanal de mi habitación logro ver el estrellado cielo junto a la luna, la cual hoy se encuentra velada por una espesa tiniebla.

La mujer que hace un segundo me arropaba sale huyendo, dejando abierta la entrada.

— ¡Ya deja de gritar mamá! — parece que la tengo traumada.

¿Las madres de los demás niños reaccionan así cuando ven a sus hijos tal como son?

No es mi culpa que atraiga a los espectros cuando la habitación se oscurece. 

«Ojalá ella pudiera entender que no debe tenerles miedo, ya que soy yo quien los controla».

Segundos más tarde se oyen pasos apresurados en la primera planta, el azote de la puerta principal deja todo en silencio haciéndome estremecer por dentro. El ruido del auto me confirma su huida, quedando nuevamente desamparado en la enorme casona. 

La nariz me sangra y los espectros escondidos en las sombras se alteran sintiendo mis emociones, por lo que me acomodo entre las sábanas en posición fetal mientras espero el regreso de mi familia. Unos minutos más tarde, las luces encendidas del patio anuncian su llegada. Me levanto de inmediato con intenciones de disculparme, pero en el trayecto soy interrumpido por un enorme hombre que carga un crucifijo en sus manos. 

Observo las figuras que lo siguen pasos atrás; mamá con ojos hinchados de tanto llorar y papá con su semblante decaído, siendo incapaz de hacer contacto visual con el fenómeno que tiene como hijo.

— Pequeño, acompáñame a tu habitación — dice el sujeto en tono amable.

Sus ojos celestes adornados por medias lunas moradas me causan pavor. 

Trago con dificultad retrocediendo ante el desagrado que me invade e ignoro su petición.

— ¿Madre qué sucede? — pregunto ante su consternación. —Sabes que nunca dejaría que te hicieran daño, a papá tampoco — aseguro.

El cuerpo me tirita por las sensaciones que me irruyen, como si algo estuviera despertando dentro mí, algo que me provoca un miedo que jamás había experimentado.

— Donovan regresa, debes permitir que el sacerdote te ayude — responde con su voz quebrada.

Obedezco devolviéndome al cuarto. Ellos se arriesgan a seguirme en tanto percibo como su miedo aumenta a medida que avanzamos. Al ingresar enciendo una lámpara que por más que la repare siempre termina haciendo un repetitivo parpadeo. 

Tomo asiento a los pies de la cama abrazando a un peluche de algodón, los adultos comienzan a vociferar una extraña plegaria engorrosa que desearía detener, y al cabo de unos segundos visualizo como la luz huye de cada esquina provocando que espacios de penumbras aumenten el lúgubre pavoroso de mi habitación.

El sacerdote recita algo diferente y se mueve con ese crucifijo directo a mi frente. Las voces alteradas y la forma en que actúan me espantan, no soporto oír sus gritos. Mis espectros al oler el terror de sus frágiles almas se manifiestan con hambre «estoy perdiendo el control». 

Un extraño calor me domina, el cual con rapidez se transforma en una crudeza tan fría como el hielo, que provoca que mi piel se queme y al mismo tiempo sane. Comienzo a gritar del dolor, hasta que sin previo aviso una enorme nube negra se expande por todo el cielo del lugar sumergiéndonos en oscuridad.

NOCTIMANÍADonde viven las historias. Descúbrelo ahora