Capítulo 20: Confesiones y pérdidas

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Reino Fotía, Capital. 

Nix Angelis

Dolor.

Tan insoportable que me consume el alma, pensamiento y entendimiento. No sé cómo detenerlo, simplemente ardo en él, permitiendo que incinere cada parte de mí.

Desde pequeña la luna me susurraba que cada tristeza que tuviera sería marcada en una estrella — luceros del cielo condenados a morir por culpa del caos—, pero lo que nunca advirtió, es que cuando llegará a un límite se originaría una explosión estelar, como la que ocurre en estos momentos en el espacio. Será mejor que los brujos interpreten aquella señal, porqué cuando logre reaccionar, todos conocerán el verdadero fin de los tiempos.

Puedo sentir como hay cientos de energías rodeándome; almas preocupadas y otras asustadas, a las cuales deseo hablarles pero no puedo. 

Estoy en un estado donde cada vez que alejo más de la realidad, lo único que tengo claro es que mi cuerpo físico no reacciona y tampoco despierta. Pero lo más peligroso de todo es que estoy consciente dentro de mi propia mente, al menos eso creo. 

De un momento a otro todo se vuelve confuso, y aparezco en un enorme pasillo repleto de umbrales. Camino descalza hasta llegar a la única puerta bañada en blanco, donde mi palma rodea su perilla dando paso a lo que hay en el interior... 

La frescura de un atardecer envuelve mis sentidos, e ingreso detallando el hipnotizante prado sin final pintado por un anaranjado cielo y hermosas rosas blancas.

Paseo disfrutando el entorno, negándome a recordar el por qué estoy aquí. Un fuerte dolor contrae mi vientre haciéndome caer de rodillas, y mis lágrimas no se hacen esperar cuando una desoladora angustia me envuelve. 

Al estar en esta posición me doy cuenta que visto de blanco, y en la tela del vestido abundan copos de nieve que se derriten... Aquellos cristales de hielo inician un rompecabezas en mi memoria que me obligo a bloquear deteniendo el recuerdo. 

Solo deseo huir. Me pongo en pie y por inercia mis piernas se mueven con velocidad comenzando a correr mientras me niego a mirar atrás.

Luego de varias horas me detengo, visualizo la zona y sigo en el prado.

 Ya olvidé por qué huía.

Me posiciono en el pasto bajo la cansada estrella naranja. Es un lugar hermoso y cálido, ajeno al caos, y reposo ante el grato silencio cuando una inexplicable corriente asedia mi alma.

De pronto en mis brazos aparece un diminuto bulto envuelto en blanco. Me acomodo para sostenerlo con firmeza. El corazón me late con fuerza, incitándome a descubrirlo... Al hacerlo quedo sin aliento. Mi vista se nubla ante el tesoro que venero.

Sus rizos negros, zafiros azules, y sonrisa, me hechizan por completo. Las pequeñas manos se aferran al vestido, mientras yo gozo el mejor momento de mi vida. Simplemente no hay palabras para definir lo que es...

Luz, caos, perfección, y, sobre todo, mi hijo.

Lo que sentí al enterarme de su existencia se multiplica por mil. Lleno de besos su pequeño rostro acariciando sus mejillas, memorizando cada detalle; pestañas largas semejantes a las mías, facciones como las del padre, sobre todo el intenso océano que destaca la perfección de la luz. Con esto pierdo por completo la noción del mundo...

¡Nix despierta! ¡Los estás matando!

Ignoro las voces en mi cabeza. Ya nada importa, solo él.

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