19. Maggie

83 16 15
                                    


Siempre he dicho que el viejo castillo era una criatura viva.

Su corazón era el corazón de las personas que habitaban en él, ya fueran señores o sirvientes.

El ánimo del castillo pasó de una exultante alborozo a una reposada alegría luego del nacimiento de James. Con el paso de los meses, cuando fue evidente de Lady Coveley ya no recuperaría su salud y su ánimo jubiloso, el corazón del castillo empezó a latir más despacio.

Los días transcurrían tranquilos y había risas y sonrisas, pero el espíritu de regocijo se concentraba en la cocina y el patio interior.

Allí era donde había charlas, risas. Allí se escuchaba silbar al muchacho que cepillaba los caballos al final de un largo día de trabajo.

Mientras, Elizabeth se dedicaba a bordar en silencio, a leer, o bien, a escribir cartas en su nueva habitación de la planta baja. Como resultado de las últimas reformas, las habitaciones privadas de Lady Coveley constaban de un pequeño dormitorio propiamente dicho y una salita contigua a él. 

Pocas veces se traladaba al salón, y nunca volvió a subir las escaleras o salir al gran patio de los establos o siquiera caminar, como antes, por la explanada frente al castillo.

No recibían muchas visitas ya, por lo que Elizabeth pasaba sus días sola.  Sin embargo, la puerta de la salita, que daba al pasillo, solía estar siempre abierta, de modo que le llegaban los rumerores del movimiento cotidiano de la casa y podía sensar desde allí la marcha de las cosas.

Los de la casa a veces la escuchaban cantar o tararear melodías revelando su ánimo ora alegre, ora melancólico.

Philip hacía frecuentes viajes a Londres, de dónde volvía con exóticos regalos para su esposa y su hijo. Cuando estaba en la casa pasaba gran parte del día trabajando en su estudio o recorriendo la propiedad. De tarde en tarde, pedía que le sirvieran el té en la salita

La cena familiar era a las siete, y a diferencia de otras familias adineradas, que mantenían a sus hijos pequeños alejados de la mesa familiar, James y su aya eran invitados a cenar con ellos.

Cuando Maddy fue reemplazada por la llegada del tutor, las cenas se volvieron ligeramente más formales, en atención a la esmerada educación que se esperaba de un futuro Lord.

Aún así, parecía que el corazón del castillo empezaba a sanar y que quizá hubiera posibilidades de recuperación... hasta que ocurrió aquella tragedia.

El incendio fue el golpe de gracia en la frágil alegría de la casa Coveley

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

El incendio fue el golpe de gracia en la frágil alegría de la casa Coveley.

Mary Jane tenía nietos en el pueblo, pero a ninguno amaba más que a Rose. Y ningún bebé, entre sus nietos o sus sobrinos, sonreía con tanta beatitud como el pequeño David.

La cocinera del castillo era una mujer fuerte. Se había repuesto con presteza de la terrible muerte de su esposo y aceptó con pragmatismo la necesidad de separarse de sus hijos cuando fue contratada por Lady Prudence, casi 20 años atrás.

Los Secretos de la Luna (Coveley Castle)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora