3. Conociendo a los Coveley

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Con el paso de los días me acostumbré al ritmo tranquilo de la vida del castillo, donde vivía con la señora Murray y con Arthur McClay.

A pesar de que el castillo era enorme, tenía muchas habitaciones para los señores y muchas más para el servicio, allí sólo vivíamos nosotros tres.

Detrás de la casa estaban los establos, las antiguas caballerizas, los corrales y la vieja forja. Por algunos detalles de las grandes columnas talladas se apreciaba que las caballerizas fueron otrora un hermoso edificio.

Cuando dejaron de haber caballos pura sangre en Coveley empezó un lento pero constante desmantelamiento. Para 1830, cuando yo llegué a vivir allí, las caballerizas estaban totalmente abandonadas, al igual que la forja.

Hacía años que no había herrero en Coveley, y los dos caballos que quedaban en el castillo eran guardados en el gran establo, junto con las cabras y el carretón. De los corrales solo existía el corral pequeño, junto al establo, demarcado con un muro de piedra.

La señora Murray me dijo que cuando ella era niña había otro gran corral con cerca de madera detrás de la forja y un segundo corral y hasta un molino ubicados al borde del arroyo norte, pero nada de eso existía para cuando yo llegué allí.

La casa misma estaba mayormente en desuso, aunque desde luego mejor cuidada.

Las habitaciones de la segunda planta estaban siempre cerradas. Grandes lienzos de lino cubrían los muebles y tapices. La señora Murray las mantenía limpias y las ventilaba al llegar la primavera y en otoño. Luego las puertas volvían a cerrarse con llave.

Las habitaciones del servicio en la tercera planta estaban desocupadas desde hacía diez años, por lo menos, y nadie entraba allí nunca.

La señora Murray y Arthur habían mudado sus habitaciones a la planta baja hacía mucho tiempo. Ella dormía en lo que había sido el amplio y luminoso comedor del servicio en tiempos de Lady Elizabeth y él, en un cuarto más pequeño, pero igualmente confortable, donde otrora se guardaba la platería, la vajilla y la mantelería.

Desde hacía muchos años, Arthur McClay era el cochero, jardinero, leñador y jefe de maestranza de Coveley.

Cuando la segunda esposa de Lord James se marchó a Londres, luego de la muerte de este, ya no quedaban muchos sirvientes. Los de más confianza se marcharon con ella y el resto fueron despedidos.

Entre los más antiguos, sólo Margaret Murray se quedó viviendo en el castillo, y pronto fue evidente que no podía ocuparse de todo ella sola, pero el joven Anthony dejó pasar años sin hacer nada para cambiar las cosas.

No fue sino hasta que regresó de uno de sus tantos viajes, que decidió contratar trabajadores para la finca y fue entonces cuando llegó Arthur, junto con su padre y un hermano. Luego de unos pocos años ellos se marcharon, pero Arthur hizo suyo el puesto y se quedó trabajando allí. No le temía a la dura faena y le agradaba la soledad del lugar. 

McClay era un hombre callado, de carácter apacible. Reparaba los establos siempre que hacía falta y daba una mano en la casa para mover muebles pesados cuando la señora Murray tenía que limpiar. Cultivaba verduras y criaba cabras, corderos y pollos. Por decirlo de modo vulgar, era el "hacetodo".

Gracias a ambos, el castillo se mantenía lo mejor posible, siempre a la espera del aviso del retorno del amo, que prefería viajar antes que afincarse en sus tierras.

Desde su juventud, Lord Anthony Coveley había vivido más años fuera, que en su propio castillo. ¿Quién podría entender eso? No yo, ciertamente. Pero el arreglo me convenía, me dije a mí mismo. Y me guardé de hacer comentarios, limitándome a escuchar siempre lo que contaban y adivinar lo que no contaban, para aprender todo lo que pudiera.

Los Secretos de la Luna (Coveley Castle)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora