9. Philip y Elizabeth

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Mrs. Jeffrey Davenport no tenía un título. Tampoco lo necesitaba. 

Por su matrimonio y relaciones, pero sobre todo gracias a sus maravillosas dotes como anfitriona, Constance Davenport estaba bien acomodada en la sociedad londinense.

Los amplios jardines de la casa de la señora Davenport eran escenario de muchas fiestas y reuniones. Constance odiaba trasnochar, por lo cual organizaba todas sus reuniones por la tarde. Y se preocupaba especialemnte de hacer reuniones íntimas, de no mas de 40 o 50 personas, de manera de poder charlar unas palabras con cada uno.

Es así como siempre se mantenía bien informada de todo lo que pasaba, y su discreción era tal que todos confiaban a ella los rumores de la corte.  

Aquella temporada, hacia el fin del invierno, los Rochford arribaron a Londres con su modista particular, una peinadora, una planchadora y diceciseis baúles de vestidos, listos para la presentación formal de Elizabeth.

Un día de abril de 1739, seis semanas después de haber llegado a la ciudad, Lady Rochford recibió una esquela perfumada invitándola a un té en los jardines de Davenport Hall que se celebraría dos días después.

Fue esa tarde de Domingo, cuando Lord Philip Coveley pudo por fin posar sus ojos castaños sobre los dulces ojos celestes de Lady Elizabeth Rochford, de quien tanto había oído hablar.

No fue difícil verla, nada más llegar pudo observar el rincón del jardín donde algunos de los más distinguidos asistentes se arracimaban alrededor de ella.

El jardín rodeaba por completo la casa, pero el sector dedicado especialmente a la reunión de esa tarde estaba orientado a lo largo de norte a sur.

Aquí y allá había macizos de flores y pequeños muros de verdes ligustrinas que generaban espacios de intimidad. Estos rincones estaban conveniente dotados de amplios bancos de madera y Elizabeth y su madre se habían acomodado en uno de ellos.

Allí las bellas damas pronto convocaron una pequeña corte de admiradores y con ellos discutían animadamente acerca de los beneficios de las flores en general y de la lavanda en particular, que abundaba en aquel jardín

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Allí las bellas damas pronto convocaron una pequeña corte de admiradores y con ellos discutían animadamente acerca de los beneficios de las flores en general y de la lavanda en particular, que abundaba en aquel jardín.

Luego de saludar a la anfitriona y cruzar unas palabras corteses con algunos de los invitados que conocía, Philip se sirvió una taza de té y mordisqueó un bocadito de nuez y miel.

El cocinero de los Davenport no tenía rival en la preparación de mesas dulces, se dijo, y mientras paladeaba el exquisito bocado miraba al vehemente grupo con curiosidad y una media sonrisa divertida.

Viendo a ambas damas sentadas una junto a la otra, Philip juzgó acertadamente que la belleza de Elizabeth era clara herencia de su madre. 

Observaba a la joven reír animadamente, con la diversión pintada en toda la expresión de su rostro, cuando los ojos de Elizabeth se cruzaron con los suyos.

Los Secretos de la Luna (Coveley Castle)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora