18. Rose

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Los años que siguieron al nacimiento de James fueron agridulces para Lord y Lady Coveley.

Luego del bautismo de James los orgullosos abuelos Rochford dieron por terminada su larga visita y volvieron a su casa de Rochester.

Lady Rochford estaba bastante inquieta por la salud de Elizabeth, pero esta la tranquilizó diciendo que pronto estaría recuperada y tan bien como antes.

Sostuvo la ficción tanto como pudo y con gran éxito. Lo cierto es que se sentía sumamente desgraciada. Elizabeth nunca se recuperó físicamente y el paso del tiempo hizo mella en su cuerpo y en su ánimo.

James era un niño sano y a pesar de su caracter caprichoso y su total desprecio por los sentimientos de los demás que se manifestó cuando era apenas un niño de parvulario, el pequeño Lord nunca dejó que su madre viera el lado oscuro de su alma.

En lo que a Elizabeth respecta, Jamie era el bebé más adorable del mundo. Rubio, regordete, con brillantes ojos azules como los de ella y las varoniles facciones de Philip. Rebosaba de orgullo cada vez que lo veía y sabía que su esposo se sentía tan feliz y orgulloso como ella por ese magnífico heredero.

Tiempo antes habían soñado con hijos e hijas. James era para ellos el primero de varios retoños que llegarían a corretear por los jardines de Coveley, y aquel sueño había muerto ya.

Elizabeth no podía darle más hijos a su esposo y eso eliminaba los íntimos momentos que tanto habían disfrutado los primero tiempos de su matrimonio. El no tocaba el tema y su trato era amoroso como siempre, pero a veces ella lo descubría mirándola con un intenso anhelo que le resultaba terriblemente doloroso.

Por otra parte, algo en su cuerpo no estaba bien, sentía intensos dolores en el vientre y la cintura. Apenas tenía energía para moverse y la falta de ejercicio le hinchaba la pierna de una forma lacerante.

Nunca más volvió a cabalgar y aunque ocasionalmente pedía que llevasen su silla al jardín del castillo, donde el sol de la mañana se desparramaba sobre los canteros de flores, ya no volvió a recorrer el patio de los establos y se rehusaba a ir a ver a su yegua o a que la trajeran ante su vista.

Sus días transcurrían mayormente en el salón y sus habitaciones en el primer piso.

Philip alternaba el uso de los caballos y comenzó a usar regularmente a Rosie para evitar que la yegua quedara fuera de estado, confiando que Elizabeth recuperaría su antiguo espíritu. 

Luego de meses de escuchar sus negativas finalmente dejó de insistir a su esposa para que salieran a dar aunque solo fuera un corto paseo por la finca

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Luego de meses de escuchar sus negativas finalmente dejó de insistir a su esposa para que salieran a dar aunque solo fuera un corto paseo por la finca.

Fue por esa misma época que Elizabeth insistió en mudar su dormitorio a la planta baja. Era más cómodo para todos, dijo. Philip agotó todos los argumentos cuando se dió cuenta que Elizabeth quería dormir sola, y mandó que arreglaran su oficina como un dormitorio para ella y mudó su escritorio y sus papeles a uno de los cuartos de huéspedes de la planta alta.

Los Secretos de la Luna (Coveley Castle)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora