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Una de las cosas que Suguru nunca se planteó en la vida era ser la pieza que encajara a perfección divina con un tipo como Satoru Gojo.

Si bien entendía que Gojo, el apellido, la familia, la sangre que llevaba su amigo estaba bendecida con una especie de herencia que hacía que su talento en una de las artes más rudimentarias fuera evolucionando con el paso de los años, como un dote, no veía la razón de ser no solo a su amistad, sino a todo.

Sin embargo, aún con ese talento abrumador, nunca pasaba por su mente algún tipo de envidia o el miedo a ser superado. Nunca lo pensaba y era porque conocía lo suficiente a Satoru como para saber que jamás lo dejaría estar un paso detrás de él.

Nunca. Por que era una promesa.

La primera vez que se topó con él, cuando regresaba de la escuela cuando era pequeño, le pareció molesto, latoso.
Y no acabo ahí, o por lo menos llegó el momento en que solo dejo que hiciera lo que quisiera.

«Ya se cansará de mí» intentaba convencerse cada vez que lo veía de lejos en un pequeño paraje lleno de vegetación y con vista a un pequeño río. Esté le sonreía con sus grandísimos ojos azules a la distancia mientras corría sujetando los lazos de su mochila y preparaba sus brazos para abrazarlo del cuello, casi estrangulandolo porque en ese entonces, Satoru no sabía medir su fuerza.

«¡Ya lo verás! Te lo digo, ¡Seremos mejores amigos!» le dijo él, mientras caminaban de regreso a sus respectivas casas, las cuales no estaban muy lejanas una de otra.

Todo parecía una coincidencia.





Una que de hecho le gustaba.

Cuando su familia se fue, y lo dejaron solo, Suguru fue el único que sabía por lo que pasaba el peliblanco. En ese momento ya llevaban un buen rato de conocerse y de verse las caras; pero eso nunca significó que el alma de ese niño fuera tan visible a los ojos de cualquiera. No, y eso era porque de alguna forma, el mismo Gojo se encargaba de ocultarla.

Bromas bobas para distraer.

Sonrisas para disimular.

Hacerse el sordo para engañar.

Sabía quién era Satoru Gojo, no porque lo soportara, ni porque le gustara su presencia, sino porque lo había visto llorar. Porque más de una vez lo vio sentirse menos de lo que era, porque sabía de sus miedos, de sus debilidades mentales.

Podía ver el alma de Satoru.

—¡Suguru! — Llamó el albino con una notable desesperación en su voz, aunque más bien era para llamar la atención.—¿Qué pasa por tu cabeza? ¿Estás enamorado?

¿Enamorado?

—¿Qué?

—Si, digo. Es que te la pasas mirando a la nada, y bueno, tu no eres así

¿Enamorado? ¿Por qué dijo eso?

Bueno tampoco era como que las muchachas le llamaran la atención. Sabía que era popular entre ellas, y más de una se le había declarado.

Pero nunca aceptó.

¿Qué más daba jugar con un corazón ingenuo?


Espera..

¡¿Por qué estaba dándole tantas vueltas a ese asunto?!

—¡Lo ves! ¡Ahí está de nuevo! ¿Quien es-

—Satoru no digas tonterías, solo estaba recordando cosas. ¡Algunas veces me pasa!

«De hecho no» pensó.

—No es cierto... Lo que sea que estuvieras pensando te tenía muy disperso

En realidad, Suguru solo se limitaba a recordar ese tipo de cosas cuando estaba solo, justo porque sabía que Gojo no era ningún ciego.
¿Era normal que le ocultarla que pensaba en él? ¿En qué recordaba aquellos días en los que eran niños?

Cuando no tenían que temerle a nada

O que recordara ese extraño sentimiento que se apoderaba de su corazón al ver su cara a la hora de despertar por ejemplo, ¿Era incorrecto?

Bueno, no del todo, era raro.

Pero es que, de alguna manera algo despertaba en él cada vez que veía a Satoru. Primero fue una extraña necesidad de protegerlo, luego fue una clase de apego del cual ambos eran dependientes.

Pero, ¿Y luego?

Lo único que entendía era que eran mejores amigos. Sus únicos de ambos lados.

Shoko no contaba. O bueno, ella era la mediadora.

Realmente nadie contaba, solo ellos dos.

—Satou ¿Mañana me acompañas a ver la presentación de los chicos de primero?

—O-bvi-o —El inmediatamente sonrió y dejó de picar la tierra con una ramita que se había encontrado por ahí, para calmar su aburrimiento.
—Claro Sugu. Oye, tu crees que entren más chicos a lo largo del año. Tu sabes que cuando estábamos en primero éramos siete

Ya dicen por ahí que solo unos cuantos alcanzan la gloria.

—Seguramente —contesto distraído, recordando justo ese día, cuando vió por primera vez a Satoru frente a un piano.

¡Dios fue graciosisimo!

Sus manos eran pequeñas, con duras penas alcanzaban a formar un acorde mayor.

Pero conforme fue creciendo sus manos se fueron agrandando, de hecho todo él lo hizo. Recordaba también que en esos años él era ligeramente más alto que el peliblanco, pero de alguna forma su crecimiento se había quedado estancado.

Pero, había una pequeña cosa que tal vez ni Satoru se había dado cuenta, y era que cada vez que hablaban,— o cuando Gojo quería llamar su atención— este se encorvaba un poco.
Al principio el pelinegro pensó que era porque quería evitarle mirar hacia arriba, o alguna cosa.

Pero conforme pasaba el tiempo, ese tipo de gestos se iba haciendo más visible.

«¿En serio crees que Satoru sea distinto conmigo?» llegó a preguntarle un día después de clases a Ieri, aprovechando que sabía que le pediría de sus cigarrillos.

«¡No te has dado cuenta! Por supuesto, al fin y al cabo, eres especial para él»

¿Especial?

¿Será?

—¡Suguru! ¡Ten cuidado! Casi tropiezas

Ambos se encontraban en una de las salidas de la escuela, específicamente en un estacionamiento. Era enorme y de hecho nunca estaba totalmente lleno.

—¿Ah? Perdón, no me di cuent-

—Shh shhh shhh, ¡Mira, mira! Por allá


Gojo puso suavemente un dedo sobre los labios delgados de Geto para luego señalar dos cabezas, a la distancia irreconocibles.

Era Nanami y Haibara, de primero.

—¿Estarán saliendo? —Dijo al aire el peliblanco, embobado.

Los chicos realmente no estaban haciendo la gran cosa, estaban abrazados. Pero inclusive, estando a unos metros de ellos, se notaba un sentimiento fuerte.

¿Nanami estaba llorando?

—Hay que irnos Satoru, no les arruinemos el momento —Susurro por su lado el de perforaciones, llevándose por el brazo casi a rastras a su amigo.

Él se quejó un poco ante eso pero igual camino a su lado. Esté lo miraba con el afán de incomodarlo, solo para ver qué opinaba de aquella escena que se toparon en el estacionamiento.

Pero este solo se llevó de respuesta una pequeña risa por parte de Suguru, quien acaricio su cabello, cariñoso. De ahí ya no intercambiaron más palabras, solo se miraban, cómplices de camino a molestar a Shoko.




𝐖𝐞'𝐫𝐞 𝐓𝐡𝐞 𝐒𝐭𝐫𝐨𝐧𝐠𝐞𝐬𝐭, 𝐑𝐢𝐠𝐡𝐭? • 𝐒𝐚𝐭𝐨𝐬𝐮𝐠𝐮Donde viven las historias. Descúbrelo ahora