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Los rayos de sol mañaneros se estancaban en las gruesas cortinas del departamento de Gojo Satoru, quien no pudo dormir en toda la noche, atormentado entre sueños.


Estaba deshecho, como siempre por las mañanas.


—¡Señor Gojo! ¡Megumi no despierta!

La puerta que separaba su habitación  del resto de su departamento fue abierta ferozmente por una niña de nueve años que recién acababa de acoger.
Tsumiki Fushiguro y Megumi Fushiguro habían llegado a su vida de una forma poco convencional.




Cómo iba a olvidarlo, si soñaba con eso diario.

—Dejalo, en un rato voy a levantarlo

Ella era una niña dulce. Y él, bueno él era un niño bastante reservado.












A veces le recordaba a cierta persona.



Eran aproximadamente las seis de la mañana. Tenía que hacer un desayuno improvisado que consistía en waffles congelados y un vaso de leche para lo tres —sobre todo porque no sabía cocinar—. Checar que estuvieran bien vestidos, darles la buena suerte y despedirse de los dos para tomar caminos diferentes.

Era su rutina desde hacía unos meses, y tampoco podía quejarse. Él mismo se había echado la responsabilidad encima.
Aunque realmente si los niños habían sobrevivido esos últimos cuatro meses con él era porque ya eran bastante maduros.






No tardó en levantarse, algo desganado. Tomó de algún lugar un suéter y con esfuerzo se lo puso. La mañana era fría.

A un lado, por la cocina se encontraba la chiquilla poniendo un par de waffles en la tostadora, para luego esperar y saludar desde su posición al mayor.

«Buenos días señor Gojo» escuchó, para responder con la misma amabilidad: «Hola de nuevo Tsumiki» recibiendo de respuesta una risita.

La habitación de Megumi era pequeña, en realidad una especie de bodega porque quiso dejarle la grande a su hermana.
Tenía un par de pósters que antes eran suyos y una lámpara de noche que también fue suya.

De hecho en ese cuarto estaban todas sus cosas viejas. De cuando era un estudiante.


De cuando aún estaba él.


—Megumi, ya es hora anda

El niño solo supo cubrirse con las sábanas y darle la espalda a Satoru haciéndose bolita, cómo si inconscientemente lo despreciara por saber lo que hizo con su padre.

Y sí, era verdad, lo había matado, pero, en verdad no fue intencional.


Solo fue, eso. Se había dejado llevar.

—No quiero



—Tsumiki preparó el desayuno, se enfriará

Unos ojos azules —por supuesto no tan brillantes como los suyos— se asomaron por lo bajo de las sábanas, curiosos para preguntar cansado:
—¿De nuevo waffles?

Satoru suspiró.

—Supongo que es lo único que puedo ofrecer

El pequeño salió de entre la cama, tropezando un poco, dándole la espalda al mayor salió del cuarto, con el pelo hecho un desastre. Y a punto de cruzar la puerta, este mismo se detuvo para susurrar tallandose un ojo:






—Gracias de todas formas







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𝐖𝐞'𝐫𝐞 𝐓𝐡𝐞 𝐒𝐭𝐫𝐨𝐧𝐠𝐞𝐬𝐭, 𝐑𝐢𝐠𝐡𝐭? • 𝐒𝐚𝐭𝐨𝐬𝐮𝐠𝐮Donde viven las historias. Descúbrelo ahora