Las cosas en la casa de Suguru iban volando de un lado a otro. No parecían años, cada cosa en esa casa de madera solo iba y venía como el crecer del césped que se recortaba y se dejaba alargar por alguna temporada de meses. Sin darse cuenta, Suguru, cuando menos lo esperó, ya estaba envuelto nuevamente en la música, composición y en la tutela de sus nenas.Ya tenía una vida, pero por puro capricho suyo, se negaba a decir que estaba completa.
Era imposible que un hombre —especialmente uno como él— pudiera cuidar con éxito solo a dos niñas que pronto se convertirían en señoritas. Tanto por sus gustos tan variados, la forma de comportarse, los modales y demás cosas de las que realmente no se preocupaba en demasía. Era sobre todo, por los cambios que conllevaban.
Mimiko y Nanako eran el agua salada y el agua dulce personificadas. Cuando una se asustaba la otra le reclamaba por su debilidad, cuando una se enojaba la otra reprochaba que con enojarse no llegaría a ningún lado.
Había días en los que solo reía por sus ocurrencias.
Luego venía la parte de seguir con un camino que dejó de ser el primero que eligió. Ya no tenía nada que hacer, pensaba que ser un "padre" hogareño era lo que seguiría para él.
Por desgracia, las chicas estaban muy metidas en el piano de cola de la sala, obsesionadas por aprender, por saber que era eso que hacía sonar tan bien a alguna canción.
Cuando menos se dió cuenta, Suguru ya lidiaba con la pubertad de Mimiko, quien entró en pánico luego de ver su ropa interior manchada de rojo, Nanako quien intentaba calmarla —y de paso calmarse a sí misma— llamó discreta a Geto, quien estaba aturdido por todo y al que no le quedó de otra más que llamar a Ieri, porque ella —hasta donde sabia— quería estudiar algo relacionado a la medicina.
Por su lado la castaña no estaba pensándolo tan seriamente, de hecho, se había ido lejos a probar la carrera por un par de meses, hasta que se dió cuenta que no era lo suyo y se reinstaló en Tokio.
Fue en la tarde, por ahí de las tres que escuchó a Suguru por el teléfono en un número, que al principio, le pareció desconocido, decirle un tímido "hola".
Contestó como de costumbre, con desinterés, y al final terminó carcajeandose por el pánico de Geto.
Decidió ir solidaria a cambio de saber las buenas nuevas en su vida, y de paso saber la dirección de la casa del mayor. Ya algo más tranquila le indicó que ella se haría cargo por él, ya que era un proceso totalmente natural del que quizá se incomodaría.Al final, tampoco le fue tan grave. Lo que de verdad terminó por hacerle daño a su orgullo fue que Shoko le obligará a ir a una tienda de autoservicio a comprar toallas femeninas entre las carcajadas de Nanako y los mimos de Ieri a la pelinegra.
Vergüenza, sí. Sobre todo por la mirada de la cajera.
Tiempo después, ya con todo en su lugar, las chicas se fueron a pasar la tarde en algún lugar mientras él y Ieri terminaban por recordar los viejos tiempos. Siendo que ya ninguno de los dos fumaba, y que la vida seguía tomando su curso, como el río en el mar.
Shoko quiso hablarle de Satoru, de sus niños y poco más, pero él cambiaba el tema cada que podía. Geto se negaba rotundamente a mencionarlo, y siempre que tenía que referirse a él, solo decía eso.
Él.
Shoko se disculpó por lo que había sucedido ya bastante tiempo atrás durante la lluvia en Shibuya, diciendo que no esperaba respuesta, y que era verdad, que a ella no le tenía que importar eso. Pero aún así, realmente no aceptaba que los dos amigos que conoció tiempo atrás ahora no pudieran verse ni en pintura.
Suguru en cambio sonsacó algo relacionado con la práctica del piano, preguntando si es que tenía algún libro de técnica o partituras de repertorio clásico.
La femenina solo gruñó rodando los ojos para asentir.
«Te los traeré luego...»
Al cabo de una hora, terminó por irse, diciendo que le alegraba verlo bien, y que procurara tener paciencia con los cambios de sus chicas, que ante todo, fuera amable y cariñoso con ellas.
Así, como siempre era él.
Suguru la vio irse con el sol atenuado luego de un abrazo, para pasar a cerrar la puerta y sentarse en alguna silla, mirando la noche caer por una ventana, sonriendo de lado, como si fuese un gusto culposo el saber que Satoru se encontraba bien e igual de ocupado que él.
Al regresar las niñas, aproximadamente veinte minutos después, le hablaron tímidas a Geto sobre una escuela privada de música que les gustaba mucho, un bachillerato en un sitio apartado de Tokio, con el conocido nombre impreso en un panfleto. Suguru se estremeció ante su petición, pero igual asintío, pensando en que aún estaban en segundo de secundaria, e igual con el pasar de los meses, querrían cambiar de opinión.
Siendo que realmente era eso lo que quería.
Los días seguirían siendo igual, ellas practicarían piano, solfeo y postura sentadas cada una a sus lados . Por las mañanas irían a la escuela, por las noches saldrían a pasear a Shinjuku o a Shibuya, visitando restaurantes, yendo de compras, sobre todo en viernes. Recordándole a cuando él y Satoru hacían algo similar, pero cada que se podía.
Sonriendo porque a veces Nanako se parecía tanto a él.
Entonces al final del mes, Suguru terminaría por decidir migrar a algún otro lugar para vivir. Quizá el extranjero o alguna parte oculta de Japón. No solo para que los estudios de las chicas se viera beneficiado, sino, para que él mismo estuviera más tranquilo.
Ellas lo tomaron bien, como cualquier decisión tomada por él, y él solo esperaría en lo que todo acabara por arreglarse. Quizá también para decirle a Shoko, o para ver, por lo menos de lejos, una última vez al albino.
Quizá para decirle que se cuidara, o un leve te quiero acompañado de un adiós.
Y fue así, que justo en un día soleado, luego de recordar a Satoru y escribirle una carta que Nanako le preguntó, mientras cepillaba su cabello, aquella interrogante. Sobre el tipo de los anuncios en el auditorio de la ciudad, el mejor pianista conocido en el nuevo milenio, que quién era él.
Qué quién era Satoru Gojo.
Fue ahí que le contestó la verdad, o bien casi toda con la pluma en mano y un leve nudo en la garganta. Con un tono tranquilo le diría que eran mejores amigos, y que lo conocía. Nanako gritaría sorprendida por ello, y Mimiko la callaría con siseos.
Suguru reiría melancólico quedándose pasmado al escribir sobre el papel. Las niñas se voltearían a ver por inercia y terminarían por cambiarle el tema a su tutor, diciéndole sobre alguna tienda que vieron en el centro comercial de x lugar, en lo que las iris púrpuras del moreno se irían entrecerrando en una sonrisa sincera.
Acabaría por sentirse seguro en el hogar que había creado, con un extraño calorcito rondarle el estómago. Terminaría por dejar la carta hecha, doblarla con delicadeza para meterla en un sobre y llamar a Shoko.
Llamarla, solo para dejar un mensaje en su buzón.
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𝐖𝐞'𝐫𝐞 𝐓𝐡𝐞 𝐒𝐭𝐫𝐨𝐧𝐠𝐞𝐬𝐭, 𝐑𝐢𝐠𝐡𝐭? • 𝐒𝐚𝐭𝐨𝐬𝐮𝐠𝐮
Fanfiction"Porqué tú y yo somos los fuertes, ¿de acuerdo?" Satoru Gojo y Suguru Geto son la dupla más talentosa de la escuela más reconocida de música en Tokio. A su alrededor, pasan miles de acontecimientos; entre conciertos, amoríos y tragedias que terminan...