III

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Fue en una mañana lluviosa, luego del despegue de un avión, y de correr como loco por todas las calles transitables de medio Tokio.


Ni siquiera supuso algo al filo de aquella madrugada, luego de recibir a la castaña en su apartamento, con una clara falta de sueño y el respeto al ajeno. Ahí, rendida, fue que le encargó darle un sobre pequeño a Gojo, con la esperanza de que lo fuera a encontrar en su casa.



Ieri realmente no quería darle la cara al peliblanco. No era que fuera una miedosa o algo similar, solo no quería ser la mala del cuento.





El día anterior a esa vez, Shoko había platicado con Suguru luego de un mensaje suyo perdido en su buzón con una cita en su casa para dentro de algunos días, en medio de un montón de papeles y maletas.



Al parecer empacaba para irse del país y no regresar en un bien tiempo, ya que la propiedad fue transferida y cuando llegó y habló con él, en cada uno de los rincones de esa casa rebotaba el eco de su voz, denotando el vacío.

Él la recibió con un abrazo, algo indispuesto de principio, y luego le contó todo. Se irían para no regresar hasta nuevo aviso. Comentó que su vuelo saldría en la madrugada por si quería ir a asomarse, y, que de favor, le diera una carta de su parte a Satoru.

Con caligrafía perfecta, tan de él.



Ella lo vió con malos ojos y le reclamó por su cobardía; intentó convencerlo de que no era tan tarde para que fuera a despedirse él mismo y de paso, le diera la carta.



Suguru, terminando su té, solo acotó que si volvía a verlo, era por demás seguro que jamás abordaría el vuelo.



Ella solo chistó fastidiada guardando el sobre con su nombre escrito. Se despidió cariñosamente de las chicas entre chistes y elogios para volver la mirada a la casa y la puerta de salida, despidiéndose de lejos.

No pasó tanto rato y término por cruzar un pequeño puente, de esos que sobrepasaban el río; terminando por pararse ahí, melancólica.
No sabía que sentía, no sabía si lo sucedido era su culpa, o sí era gratificante verlo irse.



Nunca supo algo.


Cuando menos lo notó, ya había regresado a casa, tomando un par de tragos, pensando en darle la carta a Satoru unos días después de eso, y decirle de Suguru luego. Y si que quiso creerse a sí misma el pensar de forma tan cruel, decayendo en su propia amargura, notándosele lo débil que era.



Fue ahí, casi dando las doce de la noche que salió de su casa para ir al depa de Nanami y contarle todo. No solo para que la ayudara con su improvisado plan, de paso también por salud mental.




En cuanto el rubio abrió la puerta se dejó ir al suelo rendida por el cansancio tanto físico como emocional de cara al rostro preocupado de Kento intentando levantarla, haciéndola pasar.

Ella soltó todo, y cuando menos lo vió, ya eran las dos de la mañana. Tocaba ir por Satoru, comentarle todo y arrastrarlo al aeropuerto.



Un caos del que parecía jamás habría un orden.

Nanami se le unió de inmediato, no dudo en ir volando al departamento de Gojo, quien recientemente lo había invitado a cenar ahí, más que nada por los deseos del peliblanco en que fuera —junto con él— uno de los profesores de la escuela en la que ellos mismos habían estudiado.


Sonaba tan sacado de película...






Y seguía escuchando las palabras de aquella noche en el comedor, mientras sus zapatos chocaban furiosos contra el suelo encharcado en una carrera contra el tiempo. El vuelo de Geto saldría a las tres, y ya faltaba media hora.


𝐖𝐞'𝐫𝐞 𝐓𝐡𝐞 𝐒𝐭𝐫𝐨𝐧𝐠𝐞𝐬𝐭, 𝐑𝐢𝐠𝐡𝐭? • 𝐒𝐚𝐭𝐨𝐬𝐮𝐠𝐮Donde viven las historias. Descúbrelo ahora