09.03.2015
Él tenía la forma de seducir más violenta del mundo.
En cada una de sus miradas te arrancaba la ropa como si después te fuese a arrancar la piel. Como si quisiera dejar al aire el esqueleto después de haberte devorado pedazo a pedazo. Como cuando a dos personas les rebosa por todos los surcos de la piel la pasión que sobra, junto a la ropa. Como si lo hiciese a contrarreloj.
Podías ver en sus ojos reflejadas las ganas de morderte el cuello, dejando en él unos cardenales imborrables. Podías ver como deseaba lamerte el cuerpo intentando borrarte los lunares. Se podía apreciar el aguante de no apartar a toda la multitud que nos separaba y estrecharme entre sus brazos, rompiéndome todos y cada uno de mis huesos en mil pedazos que después no era capaz de reconstruir.
Todas las personas reconocen que enseñan los daños y no los años.
Pues déjame decirte que si las cicatrices enseñan, sus caricias también.
La forma en la que besaba, como aquel que se despide de alguien a quien no verá en años, derritiéndote en cada beso, dejándote siempre con ganas de más, despegando sus labios de los tuyos dos centímetros cada tres minutos, mirándote a los ojos y escuchando tu débil pero excitante jadeo y apreciando el calor de los suspiros, los que transmiten unas intensas ganas de seguir besándote hasta el próximo amanecer.
Su sexo, el que debo definir como un dolor que no cambiaría por nada. Y digo dolor por las marcas que aún residen en mi piel. La forma que tiene de poseerte y hacerte sentir que eres suya, de manera irrevocable e inevitable. Una vez que lo pruebas, no puedes dejarlo. Es sentir protección y placer. Es sentir amor y deseo. Es sentir dolor pero no querer pararlo. Subir desde el infierno hasta el cielo y observar el clímax.
Sentir que cada vez que te seduce, te asesina débil... pero rápida y complacientemente.

ESTÁS LEYENDO
Untitled
عشوائيNo son cuentos. No son historias. Son pensamientos y sentimientos derivados de cada una de las experiencias y momentos de mi día a día.