Parte 11

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El camino de regreso es igual de silencioso que durante el día, sólo que esta vez existe una diferencia; tus manos no dejan de temblar, ni siquiera con la mirada de reojo que lanza el rubio a tus dedos

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El camino de regreso es igual de silencioso que durante el día, sólo que esta vez existe una diferencia; tus manos no dejan de temblar, ni siquiera con la mirada de reojo que lanza el rubio a tus dedos.

—¿Qué te dijo Satoru? —su voz, masculina y grave, te hace apretar los labios. Es intimidante cuándo utiliza ese tono, como si estuviera al borde de sonar peligrosamente pacifico.

—Nada.

—No tienes que mentirme.

"No tienes que mentirme..." Te hace sentir cómo si pudieras confiar en él, en el hecho de que aún siendo tu secuestrador puede solucionar el terrible hueco de temor en tu interior.

—N-no estoy mintiendo.

Tus ojos viajan temerosamente al cuerpo de Nanami, incapaz de elevar tu mirada hacía la suya. Es como si su sola presencia significase un gas tóxico en tu entorno.

Un tipo de minisúper se asoma entre los arboles y la vegetación. Parece ser un tipo de lugar comercial bastante estrecho y pequeño, pero suficiente para cumplir con las comunes necesidades.

Cuándo las cosas iban mal con las mudanzas, tu padre las llevaba a ti y a tu hermana por un helado. Aquello de alguna forma parecía mejorarlo todo.

Un misero y estúpido helado parecía solucionar todas tus preocupaciones antes, pero ahora dudabas que incluso un valde del mismo solucionara algo.

—¿Estamos cerca de...?

—¿De casa? —pregunta desinteresadamente. "Casa... Vaya mierda"—. Si, solo un par de kilómetros.

La noche evita que puedas familiarizarte con el camino, y durante el viaje diurno es realmente difícil memorizar lugares con una sola vez de viaje.

Tus ojos se enfrentan a los suyos, tan oscuros cómo el carbón. Él parece darse cuenta, mas exactamente cuando su mirada choca con la tuya.

—¿Qué?

-—¿Puedes darme dinero? Quiero parar aquí un momento.

—¿Qué quieres?

—Solo quiero... —cierras tus ojos, avergonzada—. ¿Puedo ir por un helado?

El rubio se lleva una mano a la frente aún conduciendo, mirando de reojo el pequeño establecimiento. Una parte de ti se resigna a su terrible genio, pero la otra brilla en esperanza al sentir cómo el auto se detiene.

Sus manos masculinas buscan con lentitud algo en su pantalón de vestir, el cual, sin ser consciente antes, puedes ver ahora que le queda de maravilla. La billetera de cuero oscuro reluce cuándo la abre.

Saca un billete y hace ademan de entregártelo, pero antes de que puedas tomarlo entre tus dedos, él lo aparta de ti, inclinándose un poco hacía el frente.

Su respiración esta cerca, lo suficiente para sentir su respiración contra su cabello. —Uno; Intenta escapar, y tendremos problemas. Dos; —sus ojos te enfocan como dos intensos carbones en llamas—. Yo también quiero uno, de vainilla.

Asientes, tragando grueso por su cercanía.

Bajas del auto, cuidando que el hermoso vestido no se ensucie, y entras al establecimiento. Hay gente, muy poca, ya que parece ser un local pueblerino. Una niña pequeña viste un pijama, cargando un oso de peluche color azul.

La miras con cariño, pues te recuerda a Lilly.

—Disculpa, ¿Dónde tienen los helados? —le preguntas a una joven en la caja registradora. La chica señala detrás de un par de estanterías, mostrándote unos enormes refrigeradores.

Caminas hasta ahí, y miras en silencio todos los helados.

Chocolate, menta y vainilla...

E X I T.

El cartel en verde neón, totalmente implacable sobre la estrecha puerta, es como una señal de que la oportunidad nunca volverá a repetirse.

Las amenazas surcan tu cabeza, pero... ¿Qué mas da? Puede que te mate de todas formas, puede que no encuentres una escapatoria.

Tus pies dan un par de pasos temblorosos, y para cuando te das cuenta, estas corriendo entre la maleza. Los arboles a tu alrededor son altos y frondosos. Tus zancadas son inestables por los altos zapatos, así que te los quitas, sin importarte estar descalza.

Tu cabello se mueve hacia atrás con el aire de la carrera, y tan rápido como corres sientes la libertad surcando sobre tu pecho. Una sonrisa agradecida brilla en tus labios, y tu carrera se detiene cuando el bosque termina y comienza una extensa pradera que da vista a muchas montañas.

Es peligroso, la vegetación profunda es peligrosa, pero no tanto como la persona que dejaste atrás y todo el embrollo relacionado.

La luna llena sobre tu cabeza te hace darte cuenta del palpitar en tu interior, tu corazón latiendo desembocado por los nervios, la emoción y la adrenalina.

Comienzas a mover tus piernas de nuevo, y la brisa nocturna de la noche revuelve tu cabello mientras corres por el campo libre.

Saborear la libertad es como el paraíso, pero lamentablemente, para los pecadores aquello no es posible.

La luna esta llena en el cielo, y es ella la única testigo de la peligrosa criatura que te acecha desde la oscuridad. Una exótica pantera que ha estado en cautiverio por muchos años, sin una presa para jugar y saciarse.

Eres tu la primera.

La primera presa en mucho tiempo que le da la luz verde para jugar contigo.

Escuchas zancadas fuertes a tus espaldas, y para cuando giras la cabeza en medio de la carrera para concientizarte de que es aquello que resuena tanto a tus espaldas, le ves venir detrás de ti, corriendo con una velocidad inhumana.

No, no, no, por favor no...

Es tarde, su cuerpo impacta contra el tuyo y ambos caen sobre el crecido pasto, dando vueltas el uno sobre el otro. Su imponente cuerpo queda sobre ti, y te inmoviliza con facilidad. Puedes sentir sus piernas sobre tu cadera, paralizando cualquiera de tus forcejeos. Sus enormes manos aprietan tus muñecas, y su rostro se acerca al tuyo, tanto que aún en medio de la oscuridad puedes apreciar sus masculinos rasgos.

Animales.

Grotescos.

Profundos.

Bestiales.

Eso es todo lo que representa su ira y enojo ahora mismo.

Tu nariz choca contra su barbilla, y con todos los temblores existentes en tu cuerpo, le preguntas;

—¿Vas a matarme?

Su grave voz infunde un temor irremplazable. —¿Matarte? Me canse de ser paciente, hay peores destinos que la muerte. 

Bajo tu Piel | Nanami Kento | ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora