Parte 54

1.5K 211 67
                                    




Positivo.


Suguru se presentó ante el líder para dar los informes necesarios, y luego se marchó, con la excusa de que la guerra aún no había terminado, no del todo. Y quizá tenía razón, pero... Ya no había sentido en eso.

Tu abuelo habló contigo y te explicó todo lo necesario, incluso lo que sucedía con Nanami, y aunque ya lo sabias, fingiste entenderlo con calma, a pesar de que la noche anterior habías llorado sin contención alguna.

Esa bonita propiedad en la que residían era de las más seguras en todo Japón. Tendrían que quedarse ahí un par de meses, hasta que las noticias sobre Satoru tomaran forma, y ya luego podrían mudarse a otros lugares, crear planes para la vida que siempre habías querido vivir en armonía y libertad, pero por lo pronto, tu vida sabía diferente, igual de amarga y triste, solo que ahora con el alivio de que Lilly y Aria estarían bien, totalmente seguras.

Pasó el primer mes, y Suguru no regresó. Según tu abuelo, se reportaba una vez a la semana por medio de algunos nuevos yakuzas infiltrados en la Nadretta, pero era difícil hacerlo con regularidad, pues la elite de la Nadretta había tomado medidas de prevención invasivas contra los espías.

Los días comenzaron a fluir con normalidad, y todo parecía ir bien, a excepción de las noches largas y silenciosas en dónde mirar la luna era lo único que podía sopesar tu dolor. A veces las pesadillas te hacían imposible el respirar.

—¿No te gusta la comida?

Te sobresaltaste ante la voz de tu abuelo, quién junto con las niñas te miraba expectante, un poco preocupado por tu actitud ida.

Intentaste recomponerte con una sonrisa amable, observando entre ellos y el plato de comida frente a ti. —No es eso, sólo estaba pensando en algo.

Era cierto, estabas pensando en algo, pero por alguna extraña razón la comida frente a ti te parecía de todo menos apetitosa.

—Uhm, deberías de comer, luces algo pálida —murmuro con amabilidad tu abuelo, mientras seguía comiendo—. Tal vez debería de decirle a Okumuro que prepare algunas hojas de espinaca...

Tu abuelo ni siquiera pudo terminar lo que iba a decir porque unas nauseas profundas irrumpieron en ti. Te levantaste como un rayo, y saliendo del salón expulsaste todo tu desayuno sobre unas pobres plantas. Lilly te siguió entre sorprendida y curiosa.

—¿Estas bien? ¿No te gusta esto? —pregunto mientras te acercaba un bocadillo, el bocadillo que había alborotado tus nauseas.

Un sonido de arcada te embargo. —Lilly, aleja eso de mí —gruñiste, sintiendo el sabor amargo del vomito subiendo por tu garganta.

Tu abuelo separó a Lilly de ti, y le indicó que fuera junto a Aria, a lo que la pequeña niña asintió con una sonrisa inocente. Sus envejecidas manos tomaron tu muñeca, presionando sobre tu pulso y luciendo pensativo.

—No soy médico tradicional, lo poco qué sé fue gracias a tu abuela, pero si mis humildes habilidades no me fallan...

Tus ojos se abrieron en grande. —No, no puede ser...

La expresión en el rostro de tu abuelo fue totalmente neutra. —Lo mejor será hacer una prueba de sangre, en algún laboratorio médico, para descartar o aceptarlo. Llamaré a nuestro doctor de confianza.

—Esto, yo...

—T/N, no voy a juzgarte, nosotros no somos la Nadretta.

//

El doctor no tardó en llegar, y con una pequeña jeringa extrajo un poco de sangre. Las nauseas ya se habían apaciguado lo suficiente, pero volvieron una vez que los resultados de los examenes llegaron ese mismo día durante la noche.

Positivo.

No pudiste evitar romper en llanto de inmediato. Las niñas miraban confundidas mientras jugaban, y tu abuelo simplemente te miraba con algo de tristeza, respetando tu espacio en lo que sacabas todo lo que habías contenido desde hacía un buen tiempo.

El positivo en rojo era como una cachetada, pero al mismo tiempo era como una señal divina e ironica de la vida. Tenía sentido, había pasado un poco más de un mes despues de tu última vez con Nanami, y en todo el tiempo que habían estado juntos nunca habían utilizado protección. De cierta forma seguía sin tener sentido, pero así era la vida a veces, demasiado cargada de coincidencias.

—Toda mi adolescencia creí que nunca podría tener un hijo, y ahora resulta que... —las palabras quedaron atascadas dentro de ti. "Resulta que estoy embarazada" pensaste con pesar—. Mi hijo no tendrá un padre.

La mano de tu abuelo descanso con fraternidad sobre tu espalda, en señal de apoyo. —Pero tendrá una enorme familia que le recibirá con amor. Todos y cada uno de los yakuzas protegeremos a tu hijo.

Las palabras de tu abuelo fueran tranquilizadoras, en la medida de lo posible.

Bajo tu Piel | Nanami Kento | ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora