Parte 53

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Quizá él no vuelva.


Las perdidas fueron irremediables para la Nadretta, pero los yakuzas también perdieron a varios soldados. Algunos estaban desaparecidos aún en el territorio enemigo, perseguidos por los soldados italianos, escondidos, y otros habían sido registrados como muertos.

Las noticias no fueron amables con ninguno de los bandos, pero tú no podías pensar mucho en eso, no mientras tus pasos nerviosos parecían guiarte hacía un futuro desconocido. Yuuta, quién se había negado a recibir atención medica hasta que te hubiese puesto enfrente del líder, tu abuelo, se plantó silencioso frente a una enorme puerta de roble oscuro.

—T/N.

—¿Sí? —preguntaste, en un tono confundido.

—Hemos esperado esto por mucho tiempo, te esperamos por mucho tiempo.

El tono de su voz fue esperanzador, cansado, como cuando sueñas con algo por durante mucho tiempo y se encuentra ahí, frente a ti. Podías entenderlo.

—Está es mi casa despues de todo ¿no? Creo que puedo entenderlo.

Con una pequeña sonrisa, mirándote sobre su hombro herido, procedió a abrir de par en par las puertas. La casona de estilo tradicional japones, situada en un hermoso alto con vista a las singulares planicies de Japón, poseía un atractivo porche al aire libre, con sutiles enredaderas que rodeaban algunos pilares de madera, con cálidas flores azuladas y rojizas.

En una silla de madera, a los pies de un árbol que se mecía suavemente junto a la casa, se encontraba un hombre de rasgos asiáticos envejecidos, con una prominente barba recortada, y una coleta baja y corta.

Sus ojos se voltearon hacía ti, y la calidez en su mirada te hizo sentir extraña no en un mal sentido. Esos ojos... Los ojos de tu madre.

Yuuta se quejó de pie en la puerta, pero tú seguiste, caminando hacía ese señor que vestía las vestimentas tradicionales de aquella tierra, con grabados plateados de riachuelos y tigres enfurecidos.

Tu abuelo. —Buenos días, soy T/N —soltaste en un susurro nervioso, con una pequeña sonrisa entre tensa y temerosa.

El hombre se puso sobre sus pies con algo de dificultad, y no tardó en caminar hacía ti. Su presencia, a pesar de que era una persona mayor, mantenía un sentimiento fuerte de poder y lucha. Era como un libro abierto, pero humanamente puro. Sus brazos se abrieron, como quién esta dispuesta a regalar un abrazo, pero su boca revelo otra cosa. —Cuándo supe de tu nacimiento, quise volar hasta dónde mi hija para conocerte, pero ella estaba huyendo de la Nadretta, de las tradiciones, incluso de mí. No hubo momento en todos estos años en los que no pensará en mis nietas, en querer conocerlas y protegerlas del infierno que las esperaba —su voz era suave, como una lejana melodía conocida—. Sólo soy un pobre viejo esperando a por conocerlas, pero por favor, concédeme un abrazo, uno sólo por todos estos años que deseé conocerte y no pude hacerlo, uno sólo por todos los abrazos que nunca más podré darle a mi hija.

Para ese entonces tú ya no podía detener las lágrimas recorriendo tus mejillas. Te acercaste lentamente hacía él, permitiéndote ser envuelta por un par de brazos desconocidos que parecían haber sido hechos a medida para refugiarte del mundo cruel en el que habías estado por tanto tiempo.

Era la combinación de los brazos de tus padres, solo que más suaves, más delgados, y en definitiva más cálidos ahora que no tenías a nadie. Era la sensación de una paz que nunca habías podido experimentar más que en la infancia.

Bajo tu Piel | Nanami Kento | ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora