Parte 44

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Era un hombre para ti. 


Su mano no pierde tiempo, buscando el cierre del vestido a tus espaldas, y bajándolo tan rápido como puede. El sonido de su respiración es tranquilo, pero hay un asomo de impaciencia en el movimiento brusco de sus dedos. 

—¿Que haces? —sueltas en un susurro preocupado, mirando de reojo la puerta, aún entreabierta—. ¿Que pasa si alguien viene? 

Los ojos de Nanami suben hasta tu rostro, y su mano libre toma tu barbilla para silenciarte con un beso suave, casi subreal. Su cuerpo frente al tuyo se siente cálido, imponente y fuerte. 

—¿Podrías ponerle seguro a la puerta? —vuelves a insistir, esta vez en un hilo de voz.

Nanami sonríe desinteresadamente mientras rueda los ojos. —Admite que te encantaría ser vista, darles el espectaculo de sus vidas a todas esas mujeres vuidas y estiradas que llevan años, o una vida entera sin ver un maldito pene erecto.

Tus ojos se agrandan ante el vocabulario del rubio. Una sonrisa ensanchada brilla sobre sus comisuras, haciendo que estire su mano para colocarle seguro a la puerta, y luego volver toda su atención a tu boca.

Una de sus manos acunó uno de tus senos sobre el vestido, amasandolo y apretando tu pezón de una manera casi dolorosa que solo conseguía ponerte más y más húmeda. Cerraste tus ojos por la vertiginosa sensación, y también para evitar mirar el profundo negro de sus ojos penetrantes.

Otra de sus manos arrastró la tela suave del vestido hasta la parte alta de sus muslos, acariciando con una suavidad peligrosa tu piel, moviendo sus dedos cada vez más arriba. 

Tus manos fueron al lavado de piedra a tus espaldas, sujetándote del mismo, a la misma vez que abrías la piernas para darle mejor acceso a la mano de Nanami, que insistía en subir poco a poco. Sus dedos no tambalearon en tocar tu centro, lo suficientemente húmedo como para que él supiera de su efecto sobre ti. 

Sus dedos apartaron la tela restante, profundizando sus yemas sobre aquel delicioso lugar que poco a poco se preparaba para su recibimiento. No pudiste evitar soltar un gemido suave, reprimiendolo en todo su esplendor para no hacer más evidente lo evidente. 

—Mirame —ordenó Nanami, haciendo que apenas y entreabrieras los ojos para encontrarte con aquellas obsidianas frías y calculadoras que tanto temor y deseo te infundían—. Justo así, humeda y mía. 

El tono de su voz, más el movimiento lento y apaciguado de sus caricias, entrando y saliendo, provocaron que mordieras tus labios para no dejar salir ningun otro gemido escandaloso. Sus labios se presionaron sobre tu cuello, en la zona de tu pulso, lamiendo con suavidad para luego morder y hacerte sentir un escalofrio, rozando el borde de tu cordura. 

El brazo de Nanami te giró con delicadeza, sin dejar de acariciarte ésta vez tras tu espalda, mirando tus facciones contraidas por el deseo en el reflejo del espejo. Su cuerpo se inclinó sobre ti, y su mano libre, que con anterioridad acariciaba tus senos, se coló bajo la falda de tu vestido hasta llevarla a tu cintura, bajando habilidosamente tu ropa interior. 

Te apoyaste sobre tus antebrazos con la respiración entrecortada y pequeños gemidos suaves, cargados de extasis, mientras las oleadas de un placer incontrolable crecían en lo bajo de tu vientre. Sus dedos fueron disminuyendo la velocidad poco a poco hasta que se detuvieron del todo, provocando que buscaras su mirada a traves del espejo frente a ti.

Las manos de Nanami fueron hasta el frente de su pantalón oscuro de vestir, lo escuchaste desaborcharlo, y luego sus manos volvieron a tu pecho, inclinándose sobre tu espalda, y frotando su punta sobre tu abertura.

El roce te hizo jadear sonoramente, inclinando la cabeza para darle más acceso a tu nuda y espalda, donde planto varios besos cargados de suavidad para no dejar marcas. Se deslizó poco a poco, soltando pequeñas maldiciones entre dientes, y apretando tus pezones con una frustracion apenas contenida. Levantaste tu trasero, necesitando sentir todo de él, pero una mano de Nanami lo impidió, sugetando tu cintura. 

—Quiero sentirlo más...

—Paciencia —soltó con voz grave, dedicándote una sonrisa burlona y oscura a traves del espejo. No paso mucho para que sus labios volvieran a reclamar los tuyos, esta vez dando golpes certeros y cada vez más rapidos. Sus manos viajaron a tu cintura, sujetandola con posesión, y los gemidos en tu boca no pudieron ser contenidos por más tiempo. 

Sus músculos tensos, sus arrogantes gemidos graves y masculinos, su aroma almizclado y su actitud dominante te hacían caer con total facilidad, una tan agobiante que te confundia y molestaba en sobremanera.

Tus manos se volvieron puños, incapaz de arañar la piedra del lavado, y tus pechos dolieron por no tener la atención que merecían. El roce de tu cuerpo contra el frio de la piedra te estimuló más, al mismo tiempo que toda la longitud de Nanami entraba y salía sin detención alguna. 

Sus gemidos eran cada vez más claros, señalando que su liberación llegaría pronto, al mismo tiempo que te tomaba en brazos, y te llevaba contra su pecho, provocurando que miraras la escena en el reflejo. Tus mejillas estaban sonrojadas, tus pupilas totalmente dilatadas y tu boca entreabierta por los jadeos incontenidos. 

Las manos de Nanami bajaron la parte superior de tu vestido, sin dejar de bombear en tu interior a un ritmo rápido y duro. El vaiven de su cuerpo contra el tuyo provocaba que tus pechos subieran y bajaran con cada embestida, y por la mirada en sus ojos podías asegurar que le encantaba la vista.

Las corrientes electricas que removían tu vientre indicaban la proximidad de un nuevo orgasmo, provocando que entrecerraras tus ojos y recostaras tu cabeza sobre el pecho de Nanami, incapaz de sostenerte por ti misma y tu mirada en el espejo.

—No dejes de mirarte, mira la forma en la que tu cuerpo reacciona por mi toque, por mí y solo por mí.

Su mano tomó tu barbilla para atraer tu visión hacía el espejo una vez más, y su mirada sobre la tuya fue todo lo que necesitaste para ser incapaz de contener el orgasmo de la noche. Su cuerpo se contrajó junto al tuyo, y su agarre se volvió tenso, acompañado de sus facciones tensas y apenas contenidas. El líquido de ambas liberaciones se arrastró por tus muslos, provocandote escalofríos de satisfacción. 

El silencio se extendió entre ambos, quedando unicamente el sonido agitado de ambas respiraciones, normalizandose poco a poco. Su cuerpo se no apartó, ni siquiera cuando un par de segundos más habían pasado después del climax. 

Su mirada estaba perdida en la nada, y su ceño había vuelto a ser aquella máscara fría y calculadora. 

Un sentimiento nuevo surgió en ti para ese entonces al encontrar tus propios ojos en el espejo. Un miedo irracional te consumió, y el sentimiento confundido y aterrado de lo que habías visto en tu propia mirada te hizo sentir pérdida; Estabas enamorada, perdidamente enamorada. Nanami era más que un simple asesino de la mafia, era un hombre para ti.



Bajo tu Piel | Nanami Kento | ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora