Parte 36

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La verdad no se puede ocultar.


Su cuerpo esta tenso, y su lenguaje corporal no es ningún buen augurio, dejando en claro que no es ningún idiota.

Llevas tus manos hacía atrás, entrelazándolas tras tu espalda en un intento de aligerar el ambiente. Carraspeas indirectamente, fingiendo una expresión serena, totalmente difícil de contener. —¿Sucede algo? 

Satoru ni siquiera te mira al hablar. —La diseñadora de la familia ha llegado —suelta desinteresadamente, mirando la hora en el rolex de su muñeca. Sus azulados ojos te enfocan poco después, ignorando del todo al rubio detrás de ti—. Necesita tomar tus medidas para el vestido.

Tragas grueso, asintiendo. —Iré de inmediato.  

Satoru sonríe, achicando sus ojos, en un gesto totalmente falso. —Por supuesto, mientras tanto conversaré un poco con LKento.  

Te contienes de mirar a Nanami tan pronto el peliblanco suelta eso, sobrando con una calma exasperante y falsa. Tus ojos van del peliblanco al rubio una vez que pasas tras la espalda de Satoru, consciente de lo que puede significar eso. Incapaz de permanecer en el incómodo ambiente por un momento más, decides caminar hacía la enorme casa tan rápido como puedes. Tus piernas tiemblan, mirando hacía los dos hombres ocasionalmente, en un arrebato de incertidumbre.

Las facciones masculinas de Nanami siguen frías, crueles e impasibles. Ambos se miran sin demostrar nada, cómo un enorme tigre y una pantera, retandose con la mirada.

El movimiento de labios inicia cuándo llevas suficiente distancia entre ambos hombres y tu persona.

Tus pasos son agigantados, temerosos, y no es hasta desaparecer de sus posibles vistas que llevas una de tus manos hasta tu pecho, sintiendo tu agitado corazón al borde de tus dedos.

—¿T/N?

La voz femenina y suave de Olive te calma un poco, haciéndote tragar grueso para disminuir el nudo en tu garganta.

—¿Qué sucede?

—Intenté ir antes que el joven, pero la llegada de las mujeres y la diseñadora me detuvo. Disculpame.

Asentiste, comprendiendo que no era su culpa. El ruido de las voces te trajó al presente una vez más, y sin más que hacer, Olive te guió hasta el interior de los salones principales.

Los ojos cayeron sobre ti cómo dagas, y las expresiones femeninas en todas las mujeres rondaban entre el desagrado y la sorpresa.

Negara se acercó a ti y te tomó de los hombros con suavidad. Se estaba tomando muy en serio el papel de supuesta suegra, y aquello te hizo sentir náuseas.

—¿No se verá hermosa vestida de novia? —soltó, con una sonrisa, en un intento de que todas las mujeres te miraran con expresiones halagadoras.

El murmullo de alabanzas te golpeó el estómago. Cerca de ser un halago, aquello se sintió cómo una espada perforándote el interior. Comentarios hipócritas y mentirosos.

Tus ojos fueron a Utahime, quién simplemente sonrió con amabilidad, y un extraño deje de tristeza y compasión.

No dijiste nada, la sensación de intranquilidad por pensar en el intercambio entre Satoru y Nanami estaba ahí.

Una mujer alta, de porte elegante y vestimenta exuberante, muy similar a Negara, sonrió extensamente, mostrando unos labios rojos carmesí bastante exóticos.

—Ya quiero verla, pero por ahora, saquemos las medidas.

Sus manos se juntaron en una palmada extraña, y tres mujeres menudas vestidas de la misma forma se acercaron para rodear todo tu cuerpo entre cintas y medidas.

Te tensaste cuando una de ellas alzó tu blusa, desnudando tu cintura y vientre.

Olive te miró desde una esquina, con las manos apretadas.

—Aún falta mucho para esto... ¿Por tanto alboroto...? —intentaste preguntar, pero Negara te interrumpió con dureza.

—¿Disculpa?

Te encogiste, entre las manos rápidas de las mujeres—Me refiero, la boda no será pronto, verdad...

Las risas al unísono fueron crueles, despiadadas.

—¿No será pronto? El exuberante evento de la organización será en dos semanas.

Dos semanas.

Te casarían en dos semanas.

¿Cómo sería eso posible?

Te apartaste de golpe, y los ojos sobre ti te juzgaron. Olive se aproximó a ti, pero un fuerte carraspeo atrajo la atención de todos al mismo tiempo.

Los pasos imponentes de Satoru iban hacía ti, sin mirar a nadie más. Tu semblante palideció al notar a Nanami atrás, a un par de metros, pero en lugar de lucir asustado, lucía inexpresivo, como un lienzo en blanco, como el cielo nítido que era.

La sonrisa sobre el rostro del peliblanco fue despiadada y egocéntrica, pero había algo más.

Mentira.

Falsedad.

Orgullo.

La máscara estaba rota, y las verdaderas intenciones podían verse en la pequeña y sutil ranura, casi invisible, de no ser por tu intenso escrutinio.

Su agarre sobre tus hombros fue fuerte, y la mano sobre tu rostro dolió al contacto, maltratando tu quijada.

Fue muy rápido. Doloroso. El calor de sus labios sobre los tuyos nunca llegó, a pesar de que ambas bocas estaban juntas. La sensación exasperante de ser tocada por otro te pareció asquerosa, sin importar que tan atractivo y poderoso fuera. Tus sentimientos no estaban ahí.

El unísono de jadeos sorprendidos te avergonzó, y más que eso, la ira y la tristeza te hizo mirar directamente hacía la persona tras Satoru; Nanami.

Fue tu error.

Un error garrafal que no supiste controlar.

Nanami desvío la mirada tan rápido como la tuya lo encontró. Él no era un idiota, pero tú no pudiste leerlo, y caíste en la trampa.

Los ojos de Satoru sobre ti lo decían todo.

No te había besado para escandalizar a las mujeres, o porqué quisiera todas sus atenciones, sino porque quería ver hacía dónde iba tu mirada, y había dado en el blanco.

Bajaste la mirada tan rápido te percataste de tu error, pero era tarde.

—¿No es hermosa? —pregunto, en un falso tono de amor y orgullo, con asomos de burla y entre dientes.

—Por supuesto, joven.

—Claro que sí, hijo —soltó Negara, sonriendo.

La sonrisa no llegó a tus labios, ni a los de Olive, o a los de Nanami, mucho menos a los de Satoru.

Si no estaba seguro, ahora podía confirmarlo; Le pertenecías a Nanami antes que a él.

Bajo tu Piel | Nanami Kento | ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora