La casita de madera.

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A la mañana siguiente el instituto se me hizo pesado, Raúl y Rafa hicieron un esfuerzo por acercarse pero yo los evité.
Aún me venía a la mente la imagen del miedo reflejado en los ojos de Cele.
Miedo hacia mí.
Después de clases, fui a casa.
Vi que tenía un mensaje en el móvil.

Hola, te echo de menos. Estoy en una especie de camping con un montón de chicas que lo primero que han echado en la maleta han sido pintauñas.
Lo siento.
Te echo mucho de menos.
Cele, hoy a las 15:00.

Pensé en que después la contestaría, mejor. Ahora tenía algo de lo que ocuparme. Tenía hasta el Viernes para andar por ahí buscando pistas de qué me pasaba.
A partir de ahí, tendría a Cele dificultándome el camino, haciendo un montón de preguntas y preocupándose por mí sin atender a razones.
Algo me advertía que no esperara nada bueno de aquella búsqueda.
En vez de a Cele, le mandé un mensaje a Rafa.

Hola, ¿te apetece venir conmigo a buscar a alguien? Poe.

Que especifica eres, pensé.
No tardó ni un minuto en responderme.

En media hora estoy en tu casa ¿vale? Rafa.
Rafael amigo de Cele. Hoy a las 15:08.

Perfecto.
No estaba utilizando a Rafa para poder salir de casa, (ya que mi madre y Cele se encargarían de que no estuviera mucho tiempo sola) pero la verdad es que la excusa de salir con él me serviría también. No me apetecía ir sola. No conocía la calle, aunque eso no decía que fuera mala.
Aunque mi intuición sí.
Además, Rafa sabía cuando hacer preguntas y cuando no. Sería una buena compañía con la que pasar la tarde. Aunque, por supuesto, no le revelaría nada de lo ocurrido.
En media hora justa estaba en la puerta de mi casa. Me vino a la cabeza una imagen de Rafa, esperando en la puerta hasta que pasara la media hora justa y pudiera tocar al timbre.
Mi madre estaba sonriendo cuando bajé, hablando con él. Ella me sonrió y asintió.
Vino hacia mí, indecisa, y me dio un beso en la cabeza.
-cuídala,- casi le suplicó a Rafa.
-sé cuidarme sola, mamá,- dije yo, con ternura.
La di un beso y nos fuimos.
Rafa debió suponer que no contestaría a ninguna de sus preguntas, después de varios intentos, porque cambió de tema.
Él fue quién me llevó a la calle.
Como había supuesto, no era de las mejores calles, pero de las peores tampoco.
Llegamos a una casita de color madera, bastante vieja y maltratada. -yo lo haré,- dijo Rafa, decidido.
-creo que sé abrir una puerta,- le dijo, sonriendo.
Toqué al timbre.
Me fijé en que la puerta estaba abierta.
Empujé la puerta, despacio, entrando en un comedor en el que ya había estado antes. O esa era la sensación que me daba.
Había una ancianita meciéndose en una butaca. Una imagen que me pareció muy tierna.
Tenía unas gafas que bien podrían servir de reposavasos.
-hola,- la dije sin entrar. No quería que se asustara.
-hola bonita,- me dijo con la voz temblorosa.
-pasa, pasa, ¿te has perdido?
Cuando iba a contestarla Rafa me agarró del brazo.
-no me da muy buena espina,- me susurró.
-tonterías,- le contesté.
Yo me sentía muy cómoda. Acogida.
-no señora, no se preocupe. Sólo estoy buscando a Leo.- la dije.
-oh, mi Leo,- dijo la anciana, riendo con voz temblorosa.
Sonreí a la anciana.
-ahora no está, pero puedo decirte dónde encontrarle.- me dijo.
La anciana sacó de su regazo dos manos tan temblorosas como su voz. Intentó acercar la mesita que tenía, yo fui corriendo a ayudarla, acercándola a hasta una distancia que le pareciera cómoda.
La anciana se chupó el dedo y pasó las páginas de una libreta que, por intuición, supuse que le servía para todo.
-oh, parece que suena ahí fuera mi perrito,- dijo, alegre.
Rafa miró hacia afuera y antes de que yo pudiera mirar me agarró de la mano.
Noté sus arrugas, cálidas, sobre mi piel. Su contacto fue escalofriante, pero no malo.
-no te fíes, fíate sólo de ti, aunque parezca que no es cierto,- me susurró. Luego me puso algo en la mano.
Volvió a guardar las manos en el regazo, a modo de despedida.
Nos fuimos.
Aún notaba el contacto del papel en mi mano.
Y de algo más.

Mi amigo imaginario.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora