Lo que no sabemos.

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El hombre encogió los dedos con furia.
Noté como le salía una especie de niebla o humo del dedo que había tenido contacto con mi cara.
Era un hombre muy atractivo.
Sus ojos azules resaltaban en una piel blanca y el pelo rubio le caía a mechones en la frente.
No dejaba de mirarme a los ojos. Como si hubiera algo irreal, paranormal, inexplicable, imposiblem

-algún día no estarás protegida,- me susurró,- y ese día vendré a por ti.

-suéltalo,- le grité, intentando zafarme del abrazo del otro.

Hugo me miraba desde atrás con la boca sangrando y me indicaba que no con la cabeza.

La rabia inundó mi cuerpo.

-suéltalo,- repetí con una voz que no parecía mía.

El hombre dio dos pasos hacia atrás y abrió los ojos. Me miró como si aquello que acababa de decir se saliera de algún guión que él mismo había elaborado.

-mierda,- dijo Hugo, y se deshizo de los dos hombres antes de que me diera tiempoa pestañear. El golpe de los dos hombres sonó contra el suelo.

Y no vi nada más, mi vista se empezó a poner borrosa, lo veía todo más oscuro.

No sé cómo, me hice cosciente del cuerpo del hombre que había detrás mía. Sentí su sangre recorrer por sus venas. Sabía dónde tenía cada músculo, cada tendón. Sabía a qué ritmo latía su corazón. Sabía dónde tenía que aplicar tan sólo una pequeña presión para matarlo.
Todas esas sensaciones recorieron mi cuerpo durante unos cortos segundos, que para mí fueron suficientes.

Reprimí las ganas de morderle en el cuello hasta arrancarle la vida y sentir ese sabor a hierro. Casi podía oler la sangre.

Apliqué presión sobre la mano, en el tendón, que hizo que me soltara y, doblandome hacia el otro lado, dando un salto que no sé dónde había aprendido, ni cuando. El brazo se rompió con un chaquido desagradable.
Le pasé una pierna entre una de las suyas lo que le hizo tambalearse y caer. Hizo que cruzara los tres escalones que nos separaban del suelo principal de una sola vez.
Todo esto antes de que le diera tiempo a ni siquiera chillar del dolor por el brazo roto.

Me puse subre su espalda. El hombre me miraba a los ojos, dio pasos hacia atrás.
Ahora estaba empezando a ser consciente del suyo.

-no,- dijo el hombre.

Yo le sonreí.

-sí,- susurré.

De pronto, Hugo se puso delante mía. Giró la cabeza hacia atrás, para decirle al hombre que corriera, al menos eso es lo que yo suponía. Pero no fue así.

-No dejes que se vaya,- le gritó a alguien.

Luego se acercó a mí.  Abrió un poco los brazos, bloqueándome cualquier salida.

Yo solté un gruñido al saber que iba a intentar atraparme. Otra vez atada, sin moverme, aferrada.

-está bien,- me dijo,- tranquila, no voy a agarrarte si te tranquilizas Poe.

Suspiré y me puse de pie mientras respiraba hondo.
Mi cuerpo iba poco a poco a la normalidad aunque me quedaron algunos temblores. Agaché la cabeza y cerré los ojos con fuerza.

Lena entró corriendo en la casa.

-ya está,- dijo, intentando recuperar el ritmo de la respiración.

-bien,- dijo él mirándome, mientras se echaba el pelo hacia atrás, lo que hizo que se le alborotara aún más.

Lena me miró y luego a Hugo.

-vamos arriba Poe,- me dijo Hugo mientras se acercaba a mí, prestando atención a cómo reaccionaba yo.

-¿qué va a pasar con ellos?- pregunté, - no soy idiota he visto como os mirabais.

-no pensamos que seas idiota Poe,- comenzó Lena.

-no intentéis tranquilizarme,- dije entre susurros de nuevo.- ¿qué va a pasar con ellos?- pregunté, otra vez.

-los encerraremos,- me dijo Hugo, mirándome a los ojos.

-¿por qué?- dije yo.

-porque lo han visto,- dijo Lena.

-¿qué se supone que han visto?- pregunté.

-vamos arriba,- me dijo Hugo,- y te explicaré más de lo que incluso puedo explicarte.

Le miré. No estaba segura de por qué tenía que ser arriba. Por qué no aquí. Ahora.

-si nos quedamos aquí estaremos estorbando y estamos perdiendo tiempo,- me dijo,- tus padres vendrán pronto.

Razoné.

-sí,- dije yo, no del todo convencida.

Hugo me acompañó escaleras arriba.

Yo me paré en el cuarto de baño. Me miré al espejo. Había restos de secciones negras en mis ojos. Mis dientes también lo estaban.

Cogí el agua oxigenada y algodón.

Hugo estaba en mi habitación, sentado en la cama. Pensativo. Tenía un pañuelo puesto en la rariz.

Me senté a su lado.

-no es nada,- me dijo al ver el bote de agua oxigenada y los agodones.

-¿por qué no te has defendido desde el principio Hugo?- le pregunté.

-esperaba que no te dieras cuenta de que estaban aquí,- me dijo,- si los golpeaba acudirían más. Dejándolos ganar se creen que ya lo han hecho todo. Se irán, y no volverán.

-¿por qué?- dije.

-porque es mi trabajo,- me dijo, sin ni siquiera mirarme.

-no me creo que te dejes pegar porque sólo sea tu trabajo.- le dije.

-no es para tanto,- se excusó.

El me miró a los ojos. Por fin se dio por vencido.

-quiero protegerte,- me confesó.

Yo sonreí.

-puedo protegerme, ya lo has visto,- dije.

-no hablo de esa protección. No quiero que esos tipos sepan de tu transformación. No quiero que sepan nada que tenga que ver contigo,- me dijo.

Todo su cuerpo se puso en tensión.

-espera, ¿no sabían nada de la transformación?- pregunté.

-no,- me dijo él, muy serio.

-¿entonces a por qué venían?- le pregunté, casi asustada.

-no lo sé,- me dijo, acariciándome la cara para tranquilizarme,- pero no son ese tipo de... personas, que vienen por cualquier cosa.

-tú tampoco sabes que está pasando, ¿verdad?- le pregunté.

-no,- me dijo.

Retiró la vista hacia la ventana.

-Hugo,- dije poniendo mi mano sobre la suya.

Su contacto era frío. En cambio a mí lo único que me invadió fue calor.

-¿por qué estás aquí?- pregunté.- ¿cuál es tu trabajo?

-protegerte,- me dijo,- protegerte y vigilarte.

Mi amigo imaginario.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora