¿Quién eres?

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Cuando me desperté eran las siete de la tarde. Me desperté casi de noche. Era increíble todo lo que había dormido. Supuse que mi madre no me había despertado porque me había visto mala. Me levanté y me duché, de nuevo. No me podía creer que hace unas horas estuviera en el mismo sitio intentando quitarme lo negro de los dientes.

Me puse otro pijama limpio, pantalones grises y camiseta roja y bajé a comer algo. Mi madre se puso muy contenta al verme mucho mejor.
Me dio una pastilla y yo intenté no tragármela.

Quería preguntarla sobre la herencia. Pero no podía. Seguramente me prohibiría ir.

Subí hacia mi habitación y allí estaba, asomándose a la ventana. Con las manos en la espalda y los ojos negros perdidos en la oscuridad que amenzaba con devorar el día.

Yo estaba muy cansada y me senté en la cama.

-gracias por todo lo de antes,- le dije.

Abajo sonó la puerta.

Él se giró hacia mí y me miró.

-no es nada,- me dijo. Cambiando las palabras "es mi trabajo".

Volvió a mirar hacia la ventana. Siempre con esa expresión tan triste, oscura.

-supongo que hoy ya no iremos a ningún sitio,- le dije.

-no,- me dijo.- al menos no a la notaría.

-y entonces, ¿dónde se supone que vamos?- le pregunté.

-¿dónde vamos? Pues no sé donde querrás ir tú pero desde luego yo no me incluyo.- me contestó.

Yo puse los ojos en blanco.

-¿están mis padres en casa?- pregunté.

-no, acaban de salir,- contestó.

Se me acababa de ocurrir que iba a hacer. Lo había ido aplazando y, al final, no había hecho nada.

-muy bien,- dije,- si no te importa, me gustaría vestirme.

-claro,- dijo él.

Pero antes de salir por la puerta se acercó a mí.

- no entiendo que te pongas roja porque me digas que vas a vestirte.- me dijo,- ¿en qué estás pensando Poe?,- me preguntó con una media sonrisa.

-eso tampoco te incluye,- le contesté.

El me sonrió casi con desprecio y se fue.
Ya no sabía si lo hacía con desprecio o con dulzura. O con ambas cosas.

Me puso una camiseta vieja de mangas cortas, aunque no hacía tanta calor, el trabajo que iba a hacer a continuación requería esfuerzo. Cogí el mono vaquero que tenía y me lo puse encima. Las deportivas rotas, que mi madre había hecho varios intentos de tirarme.

Bajé al salón, y pasé a la cocina, que estaba al lado.

Una imagen me vino a la cabeza como un flash. Yo de pequeña con las rodillas raspadas en un jardín. Había dos mujeres hablando. Una era mi madre y la otra... me sonaba. Cerré los ojos y me concentré en la voz.
Casi lo tenía.

Vamos vuelve a hablar, pensé.

-¿vas a pedir limosna?- me dijo una voz detrás.

Yo solté un suspiro, molesta.

-vale,- me dijo levantando las manos, defendiéndose.

¿por qué me asaltaban recuerdos?
¿por qué recuerdos que no había conocido antes?

Cogí la caja de herramientas y subí las escaleras.

Abrí la trampilla que me llevaba a la buhardilla.

-¿qué haces?- me dijo Hugo.

-nada en lo que, según tú, estés incluido,- le dije.

-yo estoy incluido en todos tus planes, me temo,- me dijo, mirándome a los ojos.

No le hice caso al pasar por su lado. Fui al lugar donde recordaba que sonaba hueco y me aseguré de que así fuera. Allí estaba.

Cogí el martillo y un clavo y comencé a clavarlo. Intentaría romper una parte que después se pegara con facilidad. En un sólo trozo o como mucho tres. O tendría que comprar cemento.

-quizá debería hacerlo yo,- dijo Hugo detrás mía.

-¿por qué?- le dije molesta,- sé hacer un agujero yo solita.

Él se acercó a mí. Y se sentó a mi lado cruzándose de piernas. Le miré con cara rara al hacer un gesto tan infantil. Era muy confuso todo lo referido con él. Estaba formado por dos polos opuestos.

Suspiré y seguí con mi trabajo.
Pronto comenzó a hacerme mella la mañana que había pasado y la transformación.
Necesitaba azúcar.

-¿puedes ir a por un refresco?- casi le supliqué, pasándome la mano por la frente.

No dijo nada, tan sólo se levantó y bajó las escaleras. Yo seguí agrietando el cemento. Por suerte, estaba consiguiendo que de sólo un fragmento pudiera abrir el hueco, aunque necesitaría algo de cemento o masilla para sellarlo.

Ya estaba. Quité el bloque y lo apoyé en el suelo.
El cuerpo me pedía azúcar a gritos.

La visión se me puso borrosa.

Hugo, pensé. Estaba tardando mucho.

No había nada. Metí la mano y sólo toqué ladrillos. De pronto noté algo frío. Metí los dedos hacia abajo y saqué una cajita. Estaba envuelta en papel escrito en un idioma desconocido.

-¿qué es esto?- dije para mí misma.

Solté la cajita a mi lado, metí de nuevo los dedos y saqué un papel.

De pronto el ruido de algo que se caía sonó abajo.

Y, después, el sonido de un grito. Un grito de victoria.

-Hugo,- dije.

Cogí el martillo y me apresuré en bajar corriendo. Antes de que pudiera llegar a ningún sitio un hombre me cogió de la mano y me quitó el martillo.

Tenía muchísima fuerza, sus brazos se pusieron a ambos lados de mi cuerpo, como en un abrazo, atrapándome.

Miré hacia el comedor y allí estaba Hugo. Sus hombros subían y bajaban. No podía verle la cara. La tenía agachada mientras le agarraba un hombre de cada brazo.
Había otro detrás de él.

Una risa terrorífica inundó el salón.

-ten cuidado dónde pones los brazos,- dijo Hugo, sin levantar la cabeza.
Aunque supuse a quién se lo decía.

El hombre que había detrás de él le agarró del pelo, levantándole la cabeza.

-hola bonita,- dijo dirigiéndose a mí.

Era un hombre alto y muy delgado con una piel firme y lisa, casi como una escultura.
Llevaba puestas unas gafas de sol.

-si no quieres que le hagamos daño tendrás que contarnos dónde está,- me amenazó.

-ella no sabe nada, nos hemos encargado de eso,- dijo Hugo.

El hombre, simplemente, se giró y le pegó.
Yo reprimí un grito.

-¿dónde está?- me repitió.

-¿el qué?- dije, perdiendo la paciencia.

Los brazos me oprimían cada vez más, como si el odio que estaba creciendo dentro de mí ansiara escapar a través de mi piel.

-Qué no bonita, quién,- me dijo.

Me le quedé mirando, esperando un nombre.

-Leo,- me dijo.

-no lo sé,- dije,- yo también le estoy buscando.

-mientes,- me dijo en un susurro, apartándome un mechón de la frente.- sé que os habéis visto, puedo olerlo,- respiró a mi lado, y me dijo, con odio,- lo conoces. Os habéis visto.

Mi amigo imaginario.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora