El invierno negro.

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Un perro pasó a nuestro lado; corriendo, en dirección a la casa de madera. Me imaginé que la ancianita sí que tenía un perro realmente. Rafa iba a mi lado, bastante pegado, casi me atrevería a decir que tenía miedo.

¿Qué iba a hacerte una anciana? ¿tirarte el bastón? Aunque, yo también había sentido esa fuerza que la rodeaba, sólo que a mí no me asustaba, al contrario, parecía acogerme, invitarme. Pero a Rafa no le pasaba lo mismo.

Todo esto resultaba muy extraño. Apretaba tanto el objeto que estaba en mi mano que temía borrar la dirección de la hoja por el sudor.

Cuando salimos de aquella calle, la casa se encontraba casi al final, decidí hablar con Rafa.
-¿te ocurre algo? No parecías muy agusto ahí,- le dije.
-me daba la sensación... de que alguien nos vigilaba.- dijo, mirando hacia todos lados, como si esa sensación le persiguiera.
-yo me encontraba agusto.
Sonrió nervioso.
-¿no lo has sentido? Esa... fuerza,- me preguntó.
-sí,- le dije con sinceridad,- pero no he sentido miedo.
-Poe había alguien vigilándonos, te lo juro,- dijo, pasándose la mano por el cuello, como si aquello fuera a salvarle de esa horrible sensación,- y juraría que yo no le caía muy bien. Es como si me estuviera atacando. sólo a mí.
Me miró.
-pensarás que estoy loco,- sonrió.
-no, no lo hago, pero ¿Qué motivo podría haber para que a ti te molestara y a mí no?- le pregunté.
-¿de verdad me crees?- preguntó, asegurándose.
-sí,- le dije,- ya te he dicho que yo también lo he sentido, sólo que yo me he sentido... cómoda.
-no sé que razón puede haber,- dijo, apartando los ojos hacia el lado contrario.
Estaba mintiendo.
-gracias,- dije.
Me miró, pude ver como por un momento dudaba, quizá por si le había pillado la mentira y estaba utilizando la ironía.
-por acompañarme,- le dije, sonriendo.
Me daba la sensación que Rafa no me estaba mintiendo porque fuera su decisión o porque él quisiera. Así que por ahora lo dejaría pasar.  Pero iba a averiguarlo de todos modos.
Salimos de otra calle, era increíble como el tránsito de gente cambiaba de una otra. Era como si las que quedaban detrás nuestras fueran invisibles.
Él seguía nervioso.
Me paré y él, al verme, se paró unos pasos más adelante.
-ya hemos pasado ¿vale? No quiero que sigas teniendo miedo. Ahora vamos al bar donde trabajas y nos sentamos, nos pedimos un trozo de tarta, dando envidia a tu jefe porque hoy no trabajas.- le propuse.
El sonrió, aliviado. Después miró hacia las calles que quedaban detrás nuestras y apartó la vista, rápidamente hacia la calle en la que nos encontrábamos, asustado.
Suspiró aliviado y sonrió.
Yo también miré hacia las calles invisibles. Nunca un lugar me había llamado tanto.
Gracias,- me dijo, sonriendo.- te pareceré un cobarde.
-la verdad es que no,- le dije, sonriendo,- cualquiera hubiera reaccionado igual si se hubiera sentido así.
Él se me quedó mirando.
-los dos sabemos que no, tú siempre te lanzas a por el miedo,- dijo.
Eso es un dato que yo no le había dado.
-Cele habla todo el tiempo de ti,- se explicó, al verme confusa.
Le sonreí.
-pero ya sabes, yo soy un caso especial. Además, cada uno es como es. No pasa nada por tener miedo.- le dije.
-pero si pasa cuando no lo enfrentas,- me dijo.
-eso es algo que puedes arreglar. Hay cosas mucho peores,- sonreí.
Pero estaba demasiado serio.
-bueno, así tienes una excusa para ir conmigo a los sitios,- me reí.
El se rio también.
-sí, tienes razón,- dijo, más alegre,- gracias.
-nos debemos muchas gracias ambos,- le dije,- vámonos.
-sí.- dijo.

Seguimos hacia adelante, hacia la calle principal.

Rafa se llevó la mano a la cabeza.
-lo siento, se me había olvidado.- dijo.
Me quedé mirándole, esperando a que se explicara.
-tengo que hacer un trabajo no puedo ir al bar, pero mañana sí,- se apresuró en decir.
-no pasa nada,- dije,- si estás mejor.
-lo estoy, de verdad,- dijo.

Él me acompañó hasta casa.
-suerte en ese trabajo,- le dije.
Él parecía nervioso. De pronto se me pasó por la cabeza la posibilidad de que quisiera besarme, pero había algo en Rafa que no me dejaba verle como algo más.
Y no era que fuese mi amigo o algo que ver con su físico o personalidad. Era otra cosa.
No sé si iba a besarme o no, porque mis ojos se concentraron en una sombra detrás de Rafa. Una sombra negra. Todo esto era normal.
Hasta que un escalofrío recorrió toda mi espalda y me puso a alerta. Algo dentro de mí gritó que entrara en casa. Noté como Rafa también lo sentía, se ponía tenso y se daba la vuelta.
Luego, desapareció.
Ambos soltamos un suspiro.
-Rafa prefiero que no vuelvas a venir, podría meterte en problemas y...,- le dije.
-no,- me cortó, demasiado brusco. Luego, su cara se suavizó.- en serio, avísame.
-sí,- le dije yo.
-pues hasta otro día,- me dijo.
-¿irás bien solo?- le pregunté.
-sí,- dijo poniendo los ojos en blanco, imitándome.
Luego nos despedimos con la mano y se fue.

Yo apreté bien la mano, asegurándome que lo que había dentro no había desaparecido. Que no había posibilidad de que esa sombra se hubiera evaporado con ello.
Entré en casa y hasta que no estaba en mi habitación con las puertas bien cerradas, no abrí la mano.

C/ La condena Nº32
Van a por ti a partir de ahora. Cuanto más descubras más desearán eliminarte. Nunca te fíes, corre, ven a casa.

Cada palabra de esa nota me produjo un escalofrío; bien porque la había escuchado antes, bien porque me advertía de un peligro o bien porque me hacía sentir segura.

Esa noche, estaba dispuesta a romper las normas. Creo que sería la primera vez en mi vida. Iba a romper una promesa, aunque con un poco de inteligencia y juego de palabras podía eliminarla.
Iba a salir por la noche y sola.

Esperé a que mis padres se acostaran. No importaba el tiempo que tardaran, no iba a un lugar en el que la gente estaba acostada a las diez de la noche.
Había buscado información y era un bar, aunque no sabía que tipo de bar.
Me puse un pantalón pitillo gris y negro, una camisa negra ajustada, un abrigo rojo y unos tacones.
No me maquillé mucho. Supuse que era un bar de mayores y que debía aparentar la edad que tenía, y que iba al lugar que iba. Aunque tampoco quería provocar mucho, quería disimular en todos los aspectos. No quería tener un mal encuentro con algún borracho demasiado... hormonado.
Salí de casa a escondidas con el papel en la mano y el objeto. Lo guardé en el pantalón de manera que no pudiera desaparecer.
En los bolsillos del chaquetón llevaba un spray para defenderme en caso de algún imprevisto.
Y coraje, mucho coraje.

Llegué en autobús, lo más cerca a la calle que pude.
Se oía el alboroto desde ahí. Me preparé mentalmente para lo peor y para no tartamudear ni parecer insegura.
Crucé la esquina y me dirigí hacia el alboroto.
Sólo había una mujer fuera, un hombre agarrándola mientras discutían. Y dos guardaespaldas. Uno estaba fumando, dándome la espalda. El otro estaba apoyado a la pared y me pregunté si podría aguantar tanto peso como el de aquella persona.

Cuando iba llegando el que estaba de espaldas se giró hacia mí. Parecía sorprendido. Me puse un poco nerviosa porque quizá me había confundido en algo, el que tipo de local era, en como debía ir. Respiré hondo.
-hola,- dije.

El chico me miro con sus profundos ojos negros. Por un momento pensé que estaba teniendo otra de mis visiones. Su pelo era negro y rizado, lo tenía alborotado. Tenía el pelo de un tamaño medio más largo por arriba que por los lados.
Los lados de la cara los tenía algo hundidos, lo que le daba un aspecto un poco tétrico y misterioso. Tenía una nariz perfecta y unos labios finos pero carnosos.
No era exactamente guapo, a no ser que te le quedaras mirando como yo y le hicieras pensar que sí.
Sonrió.
A cualquiera le hubiera recorrido un escalofrío o incluso le hubiera dado miedo. Pero yo no era cualquiera. Me mantuve firme.

Si ese chico pudiera ser alguna estación, sería un invierno negro.

-perdona,- dijo con una voz profunda,- ¿cuántos años tienes? ¿catorce, trece quizá?
Puse los ojos en blanco.
Me limité a sacar el carnet y enseñárselo.
-podría ser falsificado,- dijo.
El otro guarda no nos prestaba atención.
-¿Qué? ¿a cuántos clientes les dices eso?- le dije, fingiendo cabreo.
-tú no eres clienta de un sitio como este,- dijo con desprecio, pero el desprecio no parecía por mí.
Me miró al bolsillo del pantalón y, después, a los ojos.
Yo también le miré.
-busco a Leo,- le dije.
-no está,- dijo mientras terminaba el cigarro.
Puse cara de digusto y él sonrió.
-encima de, prácticamente echarme, ¿te ríes?- le dije, molesta.
-sí,- me dijo sonriendo, con autoridad
-quiero hablar con el jefe del local,- dije mirando al otro guarda. No creo que este fuera una buena opción.
-no vas a hablar con nadie, vas a irte a casa ahora mismo. Este lugar no es para ti,- me dijo. O, más bien, me ordenó.
Antes de que pudiera quejarme le hizo una seña a una mujer de la que no me había dado cuenta antes.
-acompáñala hasta el autobús,- dijo.
La muchacha asintió no de muy buena gana.
Iba a replicarle pero entonces me cortó.
-vete a casa Poe, cuando Leo quiera encontrarte, lo hará. Aquí no estás segura,- dijo susurrándome.
-¿tú eres Leo?- dije despacio.
-vete a casa,- me repitió.
Le miré fijamente a los ojos.

He encontrado el invierno negro, pensé.

Ni siquiera sabía que lo había estado buscando.

Mi amigo imaginario.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora