Dos días, contando con hoy.

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Esa noche tuve que asimilar todo lo que estaba pasando. En estos meses mi vida había cambiado drásticamente. Yo solía ser una persona muy tranquila y ahora pecaba de asesina. Yo. De la asesina de la profesora que mejor me caía.

Habían buscado todo tipo de excusas para echarme la culpa, algunas tan incoherente que empezaba a pensar que los locos eran ellos.

Esa noche me costó mucho dormir.

Cuando al fin lo hice mis sueños comenzaron a tomar forma. Y allí estaba aquel sueño de nuevo.

Yo con un vestido y los leotardos rotos y llenos de césped. Yo misma estaba delate mía, consolándome. Me acariciaba la cara con una ternura que me hizo suspirar y hacer que todos los males de la vida real me fueran ajenos. El lazo rojo me caía a un lado de la cara y mis grandes ojos parecían risueños al verme. Me dije que me tranquilizara. Pero esa no era mi voz. Era una voz grave que yo conocía muy bien. Intenté concentrarme, aferrarme a esa voz. Pero no podía reconocerla, es como si un muro me impidiera dar ese paso. Así que dejé de intentar recordar esa escena. Y me aferré a aquella voz por la que me sentía protegida. Pero entonces pasó algo muy extraño y, en un movimiento que me pareció vertiginoso y horrible, estaba en mi cuerpo. Mi cuerpo de mi yo pequeño.

Podía ver a la persona que estaba enfrente de mí. Miré hacia arriba pero una luz cegadora no me permitía verlo bien. Un mechón de pelo rubio oscuro cayó sobre mi cara. Metí mis pequeñas manitas en aquella luz cegadora y pude tocar una piel suave, tan suave que parecía estar tocando una nube muy condensada.

Entonces miré su cuello y vi un collar. Una réplica exacta del collar que llevaba en el cuello.

Una voz sonó con delicadeza detrás de nosotros y yo me giré. Mamá venía a mí con una expresión angustiosa en los ojos.

Mi reacción fue echarme a los brazos de la persona que lleva una réplica de mi collar pero mamá no me lo permitió, me cogió antes de que pudiera llegar a ningún lado. Ella ni siquiera había mirado a la persona que estaba delante de mí.
Como si no la viera.

De pronto un ruido me despertó. Intenté volver a dormir pero no fui capaz. Decidí analizar el sueño antes de que se me olvidara del todo.

Me había sentido muy mal cuando mamá me cogió. Como si me quisiera llevar de allí una extraña. Vale que con la otra persona me sentía muy agusto pero de ahí a que sintiera qque mamá me sacaba de casa. Se supone que ella era mi hogar. Y luego estaba ese collar, idéntico al que me había regalado la anciana, pero esa voz era de hombre, no podía ser ella.

Me di una ducha rápida y tuve un desayuno bastante asqueroso y antes de darme cuenta, antes de lo que hubiera querido, estaba de nuevo en aquella sala igual a la de las películas.

Un espejo que para las personas que se encontraban detrás era totalmente transparente, a prueba de golpes (si esa definición existía), una puerta hecha de un material aún más resistente y un policía vigilándome que empezaba a cansarme de ver.
A veces toda la presión y angustia, sumada a otras cosas, me hacía querer que el día del juicio fuese ya, aunque yo sabía cual sería la sentencia y como me declararían: culpable.

En la puerta se escucharon unos golpes y una figura menuda, ojerosa y rubia, entró.

Ambas nos quedamos mirándonos sin saber muy bien qué decir. Sentía lástima por sus ojos hinchados y sentía vergüenza. La había decepcionado, los había decepcionado a todos. Y ni siquiera sabía cómo.

-Hola,- dijo, al fin, el labio le tembló un poco.

Al fin se sentó delante mía y yo la sonreí. ¿Qué se supone que debía decirla? Sentía que era una completa desconocida. No ella. Yo.
La gente a menudo habla de lo triste que es perder a alguien, como si hubieras perdido un trozo de ti.
Pero hay algo peor, perderse a uno mismo, ahí te pierdes entero.

-debí haberlo visto, cuando Evans murió todo se tornó distinto, te volviste extraña, apenas hablabas conmigo y veías cosas que yo no veía, pero quería creer que todo era fruto de la pena,- paró antes de echarse a llorar.

Se quedó mirando en un punto fijo.

-y esa noche cuando dijiste que habías estado en el cementerio, en sitios que ni siquiera existían,- su voz sonó lejana, como si no estuviera allí, pero la voz salía de ella.- y esos mensajes extraños y las desapariciones. Eres como mi hermana, debí haberte ayudado, todo esto es culpa mía porque he pasado demasiado tiempo con Raúl.
-lo siento,- dijo, y una lágrima dibujó una línea curva sobre su cara.

Estaba cansada ya de todo, sólo quería que esto terminara.
Todo. Que se olvidaran y siguieran tranquilos. Una extraña rabia se apoderó de mí y, por un momento, sentí que había recuperado algo de mí que había perdido no sé cuánto tiempo atrás.

-agente hemos terminado,- dije con una frialdad que no había sacado nunca a relucir.

Estaba siendo una completa idiota, puede que sí, pero esto sólo le ahorraría otros cinco días de visita y llorandina antes de la visita para venir a pedirme perdón y ni siquiera sabía por qué.

Si era verdad que estaba enferma, loca, como una puñetera cabra, era cosa mía y la culpa no era de nadie. Ya dolía bastante como para que todo el mundo me pidiera perdón, sólo multiplicaba el peso que cargaba sobre mis hombros por tres.

-no,- dijo Cele de pronto.

El guardia ya se había acercado y estaba a punto de llegar, giró la cara y me miró interrogante.

Yo miré a Cele esperando una respuesta.

-hablaremos de cosas normales, por favor, deja que me quede,- dijo, con angustia.

-está bien,- le dije al agente.

Cele sonrió aliviada, sonrió de verdad, mire cada uno de los detalles que se le dibujaban en la cara al sonreír, puede que tardara mucho tiempo en volver a verla.

Ella me contó todo lo que había pasado con Raúl, que estaba muy feliz de estar con él, que nunca discutían y que era muy buen chico. Luego me contó apenada como Óscar se estaba alejando de ella, que estaba muy raro. Normal, debía ser duro ver a la persona que quieres con otra persona.

-espero que todos los que están raros no acaben como tú,- dijo.

Y cuando empezaba a arrepentirse de decirlo, solté una sonora carcajada y ella se rio también.

Hay cosas que por muy malo que sea el momento, no cambian, son la esencia de la persona, algo que no se marchita, algo inmarcesible. Y allí estaba ella en toda su esencia.
A los diez minutos toda su cara se concentraba en una sonrisa y la mía también.

Hasta que los ojos se me fueron a la pequeña ventana que había en la puerta. Mi madre agarraba a un agente con furia y mi padre intentaba tranquilizarla.

Yo miré a Cele y ella seguía con aquella sonrisa.

Que no se marchite, pensé, me exigí.

Le apreté la mano y le dije que era la hora de mi cena.

El agente abrió la puerta y Cele salió. Le dije que le quería y se giró, con el pelo rubio cubriénndole la cara, una sonrisa deslumbrante mientras me decía adiós con la mano.

Y así pasó al lado de mi madre sin verle, del agente con las esposas y de mi abogado.

Los tres entraron demasiado rápido.

Mamá se abalanzó hacia mí en un gran abrazo.
El abogado me miró con ternura y tristeza.

-han adelantado el juicio,- me dijo.

Al ver que no respondía, cosa que hacía a menudo cuando quería que la persona siguiera hablando y yo no tenía nada que decir, continuó.

-lo han adelantado a pasado mañana.

Mi amigo imaginario.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora