Muere conmigo.

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La chica llevaba un piercing en la nariz y masticaba chicle con la boca abierta. De vez en cuando me miraba por el rabillo del ojo. Llevaba unas medias negras de rejillas, como las que yo tenía, uno tacones de infarto, unos pantalones cortos de cuero, una camiseta dorada y brillante y una cazadora negra.
Me pregunté si se estaría axfisiando con esa ropa tan ajustada.
Desde luego, no se parecía nada a lo que yo llevaba puesto, así que suspuse que me habían pillado desde el primer momento por como iba vestida. Y por no ir apenas maquillada.

-¿él es Leo?- la pregunté.

La chica sonrió.

-ni de coña.- me dijo.

No la veía con muchas ganas de hablar así que hicimos el resto del camino en silencio.
Se la veía preocupada por algo, de vez en cuando se echaba vistazos al espejo y se miraba la ropa. Y suspiraba.

-estás muy guapa con la ropa que llevas,- la dije.

La chica me miró con los ojos abiertos y se rio.

-¿Qué?- la pregunté.

-Eres muy directa.

-me acomodé en el asiento,- se te ve preocupada por tu aspecto.

-lo estoy.- dijo- me ha costado dos horas todo esto y 120 euros y el tío ni me ha mirado.

Yo agrandé los ojos.

-no creo que necesites ponerte este tipo de ropa ni gastar ese dinero para gustarle a un tio,- la dije.

-¿y cómo ligas tú con los tíos?- me preguntó, confusa.

-tengo un cerebro.- la dije, como si hubiera dicho la cosa más lógica del mundo.

Me miró y se rio. Se quedó pensativa.

-verás, no te voy a decir que no me guste provocar a los chicos que me gustan, pero también yo utilizo el cerebro con ellos. Aunque no han sido muchos. Pero este chico no me gusta, sólo tengo que fingir que me gusta y gustarle. Y hacer mi trabajo.- me explicó.

Agrandé los ojos y la miré. ¿sería prostituta? Pensé

La chica volvió a reírse. Esta vez con más ganas.

-no soy prostituta,- me dijo, como si me leyera la mente- tengo que sacarle información, y si le gustas pues es más fácil. Luego haré que se duerma y resuelto.

-ah...- dije yo, pensativa.

Me revolví en el asiento.
-¿Cómo sabes cuál es mi casa?- dije.

-me lo ha dicho él.

-¿el chico de los ojis negros?- pregunté

-sí,- contestó.

-pues yo no le he visto decirte nada.

Se encogió de hombros.

-¿soléis hablar de gente que no conocéis?

Me miró, sombría.

-creo que te he dado demasiada charla.

-no, de hecho te lo hubiera preguntado de todos modos.

-es mejor que no preguntes.

-ya bueno, también es mejor que me quede de brazos cruzados en mi casa sin intentar resolver que me pasa.

-yo no sé nada y ya tengo suficiente con lo mío.

-lo siento,- me disculpé,- pero entiende mi situación.

-lo entiendo,- dijo, comprensiva.- pero entiende tú la mía.

Me llevó hasta la esquina de mi calle, ya que yo no quería que nadie sospechara ni despertara el ruido a mis padres.

-gracias por traerme,- dije.

-de nada,- dijo, y sonrió,- gracias a ti también.

-¿por qué?- la pregunté.

-me has dado una idea,- me dijo y levantó la mano con el pulgar hacia arriba.

-me alegro,- dije.

-ya nos veremos,- contestó.

No sentí el coche irse hasta que la chica estuvo segura de que había entrado en casa. Ni siquiera sabía su nombre.

Vaya una noche rara.
De pronto me sentí muy frustrada. No había adelantado nada. Debería haberle pegado una patada a ese chico y entrar corriendo.
Suspiré y me tumbé en la cama.

De pronto una sensación extraña y mala me recorrió el cuerpo.
Sabía que había alguien vigilándome ahí fuera. Me asomé a la ventana y allí estaba, aquella sombra con forma humana. La adrenalina recorrió todo mi cuerpo y, por un momento, me quedé paralizada.

Después desapareció y con él todas las sensaciones malas que había traído.
De pronto me sentí segura. Volví a la cama y me acurruqué.

Pensé en aquel chico. Él no era Leo. ¿Quién sería Leo y a qué se refería con que cuando quisiera encontrarme lo haría?
Sólo esperaba que Leo no fuera aquella sombra rara.

Recordé toda la noche y el tono autoritario en el que me había dicho que me fuera.
Me estaba quedando dormida y toda la noche pasaba en pequeños fragmentos de recuerdos por mi cabeza.
Sabía mi nombre.
SABÍA MI NOMBRE.

Abrí los ojos. Ultimamente parecía que todo el mundo me estaba esperando allá dónde iba. Que lo sabían todo sobre mí y nadie me quería decir nada. No hacía nada más que dar vueltas. Era frustrante.

Sonó el despertador. La última vez que había mirado el reloj esa noche eran las cuatro de la madrugada. Me costó mucho levantarme, pero llegué a tiempo para el autobús.
Como todos los días miré a la parada y casi me imaginé a Cele esperándome, pero no estaba.
Y tampoco la había contestado al mensaje.
Me llevé la mano a los ojos en un gesto cansado. Se me había olvidado contestar a mi mejor amiga.
Seguro que pensaría que estaba enfadada o algo. O que no quería ser su amiga más. O vete tú a saber. Ella es así.

Dejé de pensar en aquello en intenté concentrarme en el día que tenía por delante. Estábamos en Marzo ya y nos quedaban menos de tres meses para terminar. Tenía que dar todo de mí. Era ahora o nunca. O, bueno, el año que viene. Pero prefería no repetir.

Intenté poner la mejor cara. Las dos primeras horas, hasta el recreo se pasaron bien, Lengua y Biología.
En el primer recreo fui hacia el grupo con el que nos juntábamos. Pronto me di cuenta que había más gente de la habitual. Entonces me fijé en el entorno. La gente hacía gestos demasiados exagerados y había grupos de personas hechos, mayores de lo habitual (los grupos).

-hola,- les dije a los de mi grupo.

-yo lo haré,- dijo Rafa, apartándose de los demás.

Ellos asintieron.

Vino hacia mí y ambos nos fuimos a dar un paseo por el instituto.

-¿Qué tal ayer?- me preguntó.

-cuando me cuentes que pasa podré decírtelo.- dije.

Se pasó la mano por la nuca y suspiró.

-Victor ha muerto,- dijo.

Estuve a punto de decirle que eso ya lo sabía. Pero no debería saberlo. Casi la había liado.

-... gado,- le escuché decir cuando le comencé a prestar atención.

-perdona,- le dije,- no te he escuchado, estaba pensando y...

-lo entiendo, es fuerte,- dijo,- primero Evans ahora Victor...

-sí,- dije yo, sintiendo realmente la pena.

Rafa me apretó el brazo a modo de apoyo. Yo le sonreí.

-bueno,- dije,- ¿Qué me habías dicho?

-ah sí,- dijo él, acordándose,- que murió el viernes. Ahogado.

Creo que por varios segundos dejé de respirar y poco me faltó para chillar y echar a correr.
Víctor había muerto el viernes por la noche, ahogado.
Yo también lo había hecho.

Mi amigo imaginario.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora