¿Rafa?

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Puede parecer raro pero no volvió a pasar un autobús en toda la tarde. Estuve esperando un buen rato pero me cansé.  Rafa vivía a las afueras y me costaría una hora y algo más ir hasta allí andando. Y otra hora volver.
Le mandé un mensaje.

Hola, ha pasado algo raro. ¿te encuentras bien? Estoy preocupada.

Pronto me contestó, aunque a mí se me hizo más largo.

Sí, aunque creo que a tu amigo no le hago mucha gracia.
Rafa, hoy a las 15:54.

No era él quien me preocupaba, me hacía sentir segura y siempre me había fiado de mi intuición. Y me había ido bastante bien.
La sombra era lo que realmente me daba miedo.

No sé qué hacer. Creo que estás en peligro. No es el chico quien me preocupa.

Estuve a punto de preguntarle cómo se llamaba el chico, pero me parecía inadecuado.

No te preocupes, tu amigo está haciendo guardia ahí fuera. Lo que sea que venga a por mí, o ya está aquí o él me está protegiendo de ella.
Rafa, hoy a las 16:03.

¿por qué iba a estar protegiéndole? Primero me amenazaba con hacerle daño si se acercaba y ahora le protege. Aunque la idea de hacerle daño no había desaparecido del todo. Aunque supongo que si quisiera partirle las piernas ya lo habría hecho.

Avísame si pasa algo.

Me frustré.

Puede que no pudiera ir a ver a Rafa, pero podía ir a las calles invisibles tomando un atajo que sólo me llevaría unos quince minutos.

En vez de ir por la avenida principal, fui por otra calle que se encontraba al lado de la mía. Pasé por una pequeña pastelería que, si tuviera una mejor posición, sería muy famosa. Eran los dulces más ricos de toda la región. Aunque poca gente la conocía. Ella misma parecía esconderse.

Me compré dos croisant de jamón york y queso; y para llevar dos empanadas de atún.
Tenía hambre.
Me compré un refresco y me fui. Intenté comer despacio y no andar muy deprisa para que no me entrara flato.

Me costó mucho no devorar la empanada cuando me terminé el croisant.

Cuando llegué a la casita de madera me estaba esperando la anciana.
No había rastro de la debilidad que había presenciado unos días antes.
Estaba de pie colocando unas tazas.

-pasa hija, pasa,- me dijo,- he preparado café.

Me miró con sus ojos azules y profundos. Y me sonrió. Tenía todos los dientes. Su pelo blanco estaba recogido en una trenza larga de la que se soltaban algunos rizos.

-que bien huele,- me dijo señalando la bolsa.

-dos empanadas y un croisant de jamón york y queso. No he cogido nada de chocolate porque... bueno, no sé por qué, - la dije, pensando en lo decidida que había estado de no coger chocolate.

-no me gusta el chocolate,- me dijo.

-espero que lo que traigo sí,- la dije, alegre por haber acertado.

Ni siquiera conocía a aquella mujer y me sentía tan... cómoda, contenta.

-siéntate y saca la comida,- me dijo.

Me señaló al patio. Cuando salí me dejó fascinada, era un jardín enorme y muy cuidado, estaba lleno de macetas y de árboles pequeños, incluso había un matorral de moras.

Había una vieja estatua de un ángel.
Me acerqué a ella con cuidado, era fascinante. El ángel mostraba dolor y furia en su mirada, pero era tan natural, tan verdadera, que pude sentir toda aquella pasión desmedida, que se convirtió en un escalofrío.

-le tenías que ver por la noche,- me dijo, con dulzura.- es totalmente...

-distinto,- dije yo.

-sí,- me dijo, asintiendo con la cabeza.

-más adelante descubrirás algo que te parecerá aún más fascinate,- me dijo.

La miré, dubitativa.

-paciencia,- me sonrió.

Suspiré, paciencia, pensé. Era algo que me había exigido la vida desde pequeña.

Me senté en una silla en la que no había reparado antes. Era blanca y preciosa, a juego con otra silla y con la mesa. Esta tenía un mantelito de flores, suave y de color verde pastel; y un cristal encima.

Lo que había en mi taza no era café. Era cacao y leche.

-no te gusta el café,- me dijo.

Asentí con la cabeza.

-¿no vais a decirme nada verdad?- la pregunté.

-debes descubrir las cosas por ti sola Poe. Es así. No hay que acelerar las cosas, estoy segura de que lo entiendes,- me dijo sonriendo.

Miró al ángel y se me hizo verla lágrimas en los ojos.
Me sentí muy triste, me hizo sentir que se sentía sola y eso no me gustó.

-los recuerdos no son malos,- dijo, dándose cuenta de que la observaba.- sé que has pasado por momentos difíciles,- dijo, y se calló.

-pero nunca querría que me los arrebataran,- continué.

Asintió con la cabeza.

-te permitiré algunas preguntas,- me dijo, sonriendo.

Y sonrió aún más cuando vio el entusiasmo reflejado en mi cara.

-pero no te ilusiones, yo elegiré cuales responderte,- me advirtió.

-¿y no sería mejor que me dieras las respuestas a las preguntas que quieres contestar?- dije.

-muy lista, pero no,- me dijo,- por ti misma, me repitió.

-¿conoces a Rafa?- dije.

-¿el chico miedica?- dijo,- sí.

-¿puedes decirme algo de él?- la pregunté.

-especifica,- me dijo, guiñando el ojo.

-¿es quién dice ser?- dije.

-no,- negó con la cabeza.

-¿es malo?- la pregunté.

Se quedó pensativa un momento.

-es débil,- dijo.

-especifica,- la dije, sonriendo.

Asintió con la cabeza y pensó la respuesta.

-no puedo culparle, tú lo cambias todo. Desde pequeña, no sé como lo hacías. Siempre has sido tan... extraña,- me dijo,- pero no es peligroso, no por ahora,- dijo, sonriendo y negando con la cabeza.

Agarró la empanada y el café y comenzó a comer.

-no va a haber más respuestas ¿verdad?- la pregunté.

Me negó con la cabeza y sonrió.

-veo que te ha gustado mi regalo,- dijo señalando la piedra.

Eso fue lo último que dijo.

Ambas comimos en silencio, mirando el hermoso paisaje. Ni siquiera parecía real, ni siquiera parecía de este mundo.

Cuando terminó metió las manos en el regazo y se durmió.
Yo recogí las cosas en silencio y lavé las tazas.

Eran unas tazas con una curva, mas estrecha de abajo y más ancha de arriba. Llevaba unas flores de color rosa pastel y una linea de color oro arriba. Entre el gris del fondo había unas grietas en un gris más oscuro que formaban parte de las tazas.
Eran preciosas. Preciosas y familiares.

Arropé a la ancianita con una manta y me fui.

Desde fuera cualquiera hubiera creído que estaba en ruinas.

Eran las siete de la tarde y el sol ya no tenía tanta intensidad.
Me fui a casa antes de que estuviera más oscuro.

Sentí el escalofrío que me indicaba la presencia de la sombra justo antes de entrar en casa.

Mi amigo imaginario.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora