Ahora me toca a mí.

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Necesitaba saber su nombre, necesitaba respuestas. Necesitaba saber su nombre. Su nombre. Era importante, necesario.

Sólo pensaba en que debía averiguar el nombre de aquel chico.

-su nombre,- me susurró una voz lejana.

Una serie de imágenes se sucedieron en mi cabeza.

Yo de pequeña. Con un lazo rojo, me meto el dedo en la boca mientras sonrío. Me caigo y me raspo las rodillas en el césped, pero pronto sonrío otra vez.
Mamá me llama, me pregunta que me ha pasado. Yo me señalo.
Entonces me doy cuenta, ¿Cómo me señalo a mí misma? ¿cómo me veo? ¿dónde estoy?
Mamá me mira como si no me viera. Y luego mira a mi yo pequeña. Sigo señalándome con insistencia. Mamá me lleva de allí y yo me digo adiós con la mano. Me saludo a mí misma.

Es lo único que recordé al despertar de la siesta.
Llevaba muchas horas de sueño atrasadas, y aunque sólo había dormido cuarenta minutos me bastaba.

El sueño era muy raro y a los diez minutos era lo único que recordaba. Pero había más, mucho más. Más caras, paisajes, recuerdos.

Me levanté soñolienta y fui a la ducha. Me comí un vaso de leche y cacao, con galletas de chocolate y me preparé para irme a la casa de la ancianita.
Ni siquiera sabía cómo se llamaba. Ni ella.
Ni el chico de los ojos negros.
Ni siquiera sabía si Rafa se llama así.

Salí a la calla y pasé por la cafetería dónde trabajaba Rafa. Me asomé, por pura costumbre. Y entonces le vi. Rafa estaba allí.

Cuando me vio puso cara de asustado, y me dijo que no con la cabeza. Y desapareció por una puerta detrás d ela barra.  Me quedé sin respiración.
Tenía la cara llena de manchas moradas y el labio hinchado.

La rabia que empezó a subir por mi garganta era indescriptible. Esto no es lo que habíamos acordado. No lo pensé dos veces y salí a correr hacia las calles invisibles.
Chocaba con la gente mientras corría pero no me importaba. Me había mentido y engañado.
Estaba cansada.

Cuando entraba en la calle La condenada alguien me agarró del brazo. Era Lena.

-eh, eh, ¿Dónde te crees que vas?- me dijo.

-voy a verle...,- dije furiosa.

-no, no es buena idea Poe,- me dijo.

Me intentó agarrar pero de la furia me solté.
El móvil empezó a sonar.

-Poe en serio, yo le doy una paliza por lo que sea que haya hecho, o le digo que vaya luego a verte pero ahora...- decía corriendo detrás de mí, intentando respirar a la vez que hablaba.

No sé de donde estaba saliendo toda aquella rabia. Siempre había sido muy paciente, pero supuse que estaba cansada. Ultimamente estaba siempre demasiado cansada y me molestaba enseguida todo. Pero era normal si te parabas a pensar en todo lo que me estaba sucediendo.
O eso quería creer.

-Poe espera,- Lena me agarró del brazo.

Me dio la vuelta con el impulso y se apartó de mí enseguida, llevándose la mano a la boca. Abrió los ojos sorprendida y negó con la cabeza.

-esto no debería estar pasando,- dijo, asustada.

Pero yo apenas tuve en cuenta aquellos gestos, seguí adelante.

Estaba en la puerta fumando mientras hablaba con un hombre. Entonces me vio llegar. Se puso serio y tiró el cigarro.
Vino hacia mí y me llevó del brazo hasta el callejón que había antes de llegar al local.

-¿Qué está pasando?- dijo mirándome a mí y a Lena, simultáneamente.

-Lena vigila el callejón,- dijo.

Lena debió de obedecerle porque la sentí irse.

-me dijiste que sólo le harías daño si me veía o yo le veía a él,- le dije furiosa.

-¿Qué? - dijo confundido.

Más que confundido, estaba preocupado.

-Rafa,- le dije con furia, soltando un gruñido.

Algo oscuro comenzó a apodesarse de mí.

-me mentiste,- dije con una voz que ni siquiera parecía mía.

-¿en qué te he mentido?- me dijo.

Me agarró ambos lados de la cara pero yo le aparté de un manotazo.

-le has golpeado,- le dije.

La rabia comenzaba a vibrar dentro de mí.

-no,- dijo,- yo no he golpeado a ese imbécil.

-tú o alguno de tus estúpidos amiguitos,- dije, y por alguna razón que no sabía sonreí, amenazadora.

Él me miró sin entender nada y de pronto algo pareció haberse aclarado.

Me cogió del brazo, lo que me puso más furiosa.

-basta,- dijo con autoridad,- esto lo han hecho ellos.

Me agarraba con mucha fuerza y yo intentaba zafarme a toda costa.

-basta,- me susurró.

No me enganarás, pensé.

Casi me zafé de él, pero me agarró de nuevo.
Apoyó su cabeza a la mía.

-yo no he hecho nada Poe, nunca te mentiría, a ti no,- me dijo,- te están provocando.
Me obligó a ponerme de rodillas bajo su peso.

Te está atrapando.

De pronto, me vi reflejada en un recipiente de metal que había en el callejón. Mis ojos estaban negros.
Empecé a respirar mas profundo y me toqué la cara.
Era imposible.
Mis ojos estaban negros.
Una negrura hermosa, fascinante. Oscura.
Intenté librarme de sus brazos de nuevo, pero estos movimientos ya no eran voluntarios. No me pertenecían. No quería alejarle de mí.
Una rabia desconocida me había empujado allí, en el fondo sabía que él no había sido.
Empecé a razonar.

-eso es,- me dijo calmado.

Me sentí muy confundida, ¿iba a pasarme algo malo?

Me agarré a sus brazos. Después hundí mi cara en su pecho y tiré de su camiseta hacia mí. Él me abrazó y me apretó con fuerza.
Estuve segura de que nadie podría romper aquella barrera que me protegía.

-lo siento,- le susurré.

-tranquila,- me dijo.

Me aparté de él despacio. Me sentía muy débil.

-¿Qué ha sido eso?- le pregunté, mirándole.

Él me miró, sin ninguna emoción que lo delatara.

-¿no vas a decírmelo verdad?- le pregunté, indignada.

-no lo sé,- me dijo, sincero,- pero podemos buscar información.

-¿y te parece normal?- le dije.

-bueno, lo he visto,- me dijo,- no puedo negarlo.

Me fui a levantar pero no podía. Un dolor me atravesó el pecho.

-necesitas descansar,- me dijo.

-no, todo esto no pasaría si me dierais respuestas,- dije agarrándome el pecho.

- intenta calamrte o me volverá a pasar lo mismo,- me dijo, acercándose a mí.

-no,- dije,- tengo que ver a la ancianita.

-no,- dijo él a algo detrás de mí.

Entonces un ruido sonó. Contra mi cabeza. Y casi al instante vino el dolor.
La negrura.

Mi amigo imaginario.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora