Preguntas.

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Todo lo que había pasado esa mañana me parecía irreal y lejano. Incluso hubo varios instantes en los que me pregunté si sería un sueño o sería realidad.

Esa mañana decidí hacer algo que venía sintiendo mucho tiempo que tenía que hacer. Mis pies me guiaron hasta las casas invisibles. Era una buena hora para encontrarse a mucha gente, en cambio, no se veía a nadie en este lugar, que a mí me parecía tan bueno para pasear y pasar el día.
La gente normal solía quedarse en calles donde las tiendas eran abundantes.

Yo prefería la soledad que abrazaba a esta calle aunque estuviera llena de gente.

Mi objetivo era una pequeña casita de madera con aspecto antiguo y que a mi me parecía preciosa.
La tuve enfrente mía antes de lo que hubiera querido.
El paseo se me había hecho corto, pero decidí que primero comprobaría si había alguien en casa y si no me iría y volvería después del paseo.

En casa, me repetí.
Es cierto, me parecía tan mía. Me sentía tan cómoda, tan a gusto. Tan protegida.

Llamé a la puerta y, como siempre, estaba abierta.
Y, como siempre, sabía que ella me estaría esperando.
Aunque lo disimularía de buen modo.

-pasa, pasa,- me dijo una voz que parecía pertenecer a una mujer frágil.

Parecía.

-hola,- le dije a la ancianita canosa que se mecía en la butaca.

-buenos días mi niña,- me dijo con una amplia sonrisa, más habitual de lo común.

Miré alrededor de nosotras mientras me levantaba a hacer café.

Me fijé en el reloj que reposaba en la pared. Sus manecillas iban en sentido contrario al de los demás relojes. Me quedé observando un rato la extraña, consecuencia de algún fallo en la maquinaria del reloj.

Evité hacer realidad el impulso de arreglarlo. Era precioso así. Le rodeaba la extraña belleza que rodea a las cosas raras.

El café comenzó a hervir y yo lo aparté del fuego, con cuidado.

Le pasé una taza de café que ella puso con cuidado en sus manos. Sus manos temblaban aunque nunca derramaba café. Ni cualquier otra cosa. Daba la apariencia de ser inútil e indefensa. Pero si te fijabas bien, podías ver que no era así. Siempre elegía sus movimientos. No veías nada que ella no quería que vieras. Para mí era algo normal fijarme en tantos detalles. Pero, por lo visto, para la gente normal, no.

Ella me dijo, adivinando mis pensamientos, una vez más.

-eres muy observadora, pensaba que algún día ibas a dejar de serlo, que sólo era un brote de curiosidad de niños pequeños.

Pero no lo era. Lo único que había cambiado con el tiempo era mi silencio a la hora de averiguar las cosas y ser observadora. Elegir que preguntas hacer hoy y cuales mañana. Elegir que respuesta es falsa y hacer la misma pregunta días después. Saber que preguntes hacer. Observar pequeños gestos. Leer a las personas. Adivinarlas. Controlar sus pasos.

-¿Qué te preocupa?-me dijo sacándone de mis pensamientos.

Ella sabía por qué había venido. Y yo sabía que ella lo sabía. Y ella sabía que yo sabía que ella lo sabía porque se guardó los gestos falsos como sorpresa y miedo. Aquellos gestos que indican que escuchas algo por primera vez.

-he venido por Hugo,- la dije.

-¿Qué te preocupa?- me dijo cuidadosamente.

Pensé bien las palabras que iba a decir, las elegí. Imaginé una respuesta para cada una de ellas. Quería las que más detalles podrían darme.

-¿puedes hablarme de su trabajo?- la pregunté.

-no. Aún nos es el momento.

Siempre elegían qué decirme y qué no. Reprimí el impulso de decirle algo malo o soltar alguna ironía.

-no parecía que os llevárais especialmente bien, ni que os conozcáis de mucho. Si te soy franca,- me paré al sonar un poco brusca.

-tranquila,- me dijo ella,- sé que no estás siendo dura ni estúpida conmigo. Conozco tu seriedad,- me dijo, asentando con la cabeza para tranquilizarme.

Al menos había algunas cosas que me alegraba de que supiera.

-como iba diciendo, si te soy franca, no parecéis el tipo de personas que mantienen una relación, una conversación, ni siquiera un código que viene dado por gestos que todos hacemos inconscientemente,- concluí.

-nuestro código eres tú, Poe,- me dijo, contestado a mi acusación.

-¿yo?

-sí,- me dijo,- tu protección.

Pensé unos segundos más. Mi protección.

-entonces,- dije, en una pregunta que me había torturado desde que le conocí,- Hugo ¿es bueno?

Se quedó pensativa durante al menos diez minutos. Estuve a punto de interrumpirla, porque quizá quería que me marchara. Pero algo me decía que esperara. El clima era tranquilo pero activo. Algo me decía que ella estaba pensando, recordando, eligiendo.

Miré mi reloj y decidí que esperaría diez minutos más por no estorbar. Pensé en beberme el café mientras, pero seguía estando demasiado caliente, incluso para mi gusto.

Mi cabeza empezó a sumirse en un letargo. Estaba activa, pensando, y viendo lo que había a mi alrededor. Pro no era consciente.

Si hubiera sido consciente, la primera voz que escuché que no procedía de la ancianita ni de mí me habría sobresaltado. Después vinieron otras. Todo se sumió en una escena de voces que me parecían conocidas.

Todo era relajante y confuso, cada vez que intentaba reconocerlas. Al final, pude reconocer las voces. Por muy tranquilizador que fuera lo que sea que me rodeaba, sabía que para cualquier persona normal no lo sería.

Al final, desperté tras un grito que me sobresaltó. Memoricé rápido todo o que había escuchado y las voces que había reconocido. A los dos segundos se me había olvidado.

Miré a la ancianita que estaba mirándome con sorpresa y admiración.

Un sonido que no había percibido al despertarme, comenzó a sonar. O quizá yo empecé a percibirlo. El reloj.

-lo siento,- dije,- debo de haberme quedado dormida,- miré hacia todos lados debido a mi desorientación,- creo.

-no, sólo te has quedado pensativa un momento,- me dijo.

Puso la taza de café encima de la mesita. Yo fui a coger la mía y me di cuenta de que estaba totalmente fría. No era posible. Debería haber pasado una hora. Y debería haber estado en un frigorífico.

Miré mi reloj, habían pasado tres minutos.

Suspiré. Debería estar intranquila, debería.

-¿Qué es ser malo y que es ser bueno?- me dijo la anciana, con calma.

Recordé mi pregunta. La que le había hecho antes. Me parecía tan lejana esa conversación.

-tampoco vas a responderme a eso,- la dije, suspirando.

La anciana puso mala cara y yo pensaba que la había molestado, quizás, algo que había dicho.

-desde luego si ese chico se sigue acercando a ti, no será bueno,- me dijo señalando la puerta y diciéndome adiós con la mano.

-¿es él Leo?- la pregunté, deprisa.

-no hace falta que preguntes, pues pronto lo sabrás,- me dijo desapareciendo por la puerta que daba al jardín.

Me despedí de ella y salí por la puerta.

-¿Rafa?- dije quedándome en el escalón, sorprendida.

-tenemos que hablar,- me contestó él.


Mi amigo imaginario.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora