Capítulo 5

252 61 33
                                    

Beranice

La ventana amarilla no ha sido abierta desde el miércoles, no lo he visto en el parque ni cuando entro o salgo de casa, estoy preocupada (solo un poco).

Deberías disculparte, niña grosera.

No estoy de humor para ti conciencia.

Sacudo mi cabeza, ya me estoy volviendo loca hablando conmigo misma. Un movimiento en la puerta de mi cuarto quita mi mirada de la ventana para observar a mi madre entrando a mi cueva, como suele llamarla ella.

- ¿No has pensado en entrar a un convento? Digo, ya que te gustar tanto estar encerrada.

La miro incrédula mientras ella se sienta en mi cama, me da una mirada divertida y empieza a reírse como foca.

- Cuidado te ahogas – Le menciono negando con la cabeza y mirando mi escritorio, ya casi he terminado las tareas que tenía pendiente.

- Cariño, es en serio, yo veo que tú nunca sales, no tienes citas, pareces como sin vida.

- No necesito tener citas para comprobar que estoy con vida, además, ¿Quién dice que no salgo? Hasta donde sé, voy a la escuela presencial – Digo pestañeando de manera exagerada.

- Sabes a lo que me refiero corazón – Que tu madre este tan preocupada por tu vida social y amorosa (o la falta de ellas) es en definitiva vergonzoso.

- Estoy muy joven, además, todo tiene su tiempo – El haberme escuchado como abuelita no era lo que quería.

- ¿Te has relacionado con el vecino? – Dice mi madre con una mirada de esperanza, al escucharla, recuerdo lo culpable que me siento al haber sido tan grosera con él, debo ir y disculparme.

¿En serio?

- Realmente no y ahora que lo mencionas sería bueno que lo hiciera, si, voy a ir a saludar – Mi madre me observa sorprendida y con algo de sospecha por mi raro entusiasmo.

-  ¿De dónde viene esa repentina energía tuya? – Dice mirándome fijamente obligándome a actuar con normalidad para que no sospeche del pequeño historial que tengo con nuestro vecino.

- Decidí seguir tu consejo, la verdad es que debo salir más y en definitiva no quiero usar un traje de monja – Digo levantándome del escritorio, camino hacia la puerta y cuando estoy en el marco de esta, volteo para mirarla una vez más – Deséame suerte.

Bajo rápidamente tomando mis llaves de la mesa en la entrada, me observo un momento en el espejo que está encima de este y aplaco con mis manos los pocos cabellos que están fuera de su lugar.

Toco el pequeño dije de mi cadena y sonrió con el recuerdo de mi padre entregándomelo en el último cumpleaños que estuvo físicamente conmigo, porque como me lo dijo en algún momento, él siempre está conmigo de una manera u otra.

Limpio la lagrima solitaria que no sentí resbalar por mi mejilla, me observo una última vez, tomo un respiro para terminar de tomar valor e ir y disculparme.

Estando en el frente de la casa de mis vecinos vuelvo a cuestionarme si quizás no estoy exagerando y no he visto a Elli simplemente porque está ocupado con lo que sea que hace.

Deja de ser cobarde mi pequeña saltamontes.

Sonrío ante mi pensamiento y camino hasta la entrada, toco el timbre y espero hasta que aparece delante de mí un muy cansado Elli con ojeras que revelan su estado, su cabello echo un desastre y por supuesto, sin camisa.

Al percatarse de quien soy, me mira extrañado y se pasa la mano por el cabello permitiéndome ver el movimiento de su brazo flexionándose. Miro a otro lado con un poco de nervios en mi sistema al darme cuenta en lo concentrada que estaba al ver el movimiento.

El chico de la ventana amarillaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora