Capítulo 9

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Beranice

Amanecer con resaca no es lindo.

Las palpitaciones en mi cabeza y la garganta seca me obligan a levantarme de la cama. Al pasar por mi espejo puedo ver mi rostro pálido, el maquillaje corrido y aquel semblante de enferma que produce una buena borrachera.

Bajo a la cocina por agua y me encuentro con mi madre quien se prepara café. Al notarme me analiza de pies a cabeza dando por resultado una ceja levantada y un reproche.

- Sabes lo que pienso con respecto a beber señorita – Por su tono de voz sé que en serio está molesta o decepcionada, no lo sé.

- Ay mamá – No puedo evitar torcer los ojos con molestia – Que tu pienses de esa manera no significa que yo deba pensar de la misma forma.

- No voy a pelear como lo acordamos con Julieta – Me da una pastilla para el dolor de cabeza y se sirve su café – Al menos estas bien en casa.

Me sirvo un vaso de agua y tomo la pastilla pensando en que podría desayunar para pasar un poco más mi malestar.

- ¿Me estas escuchando? – Observo a mi madre dándome cuenta de que me estaba hablando.

- ¿Qué? – Digo medio confundida – No te estaba prestando atención, perdón – Me observa analizando mis palabras y parece convencida.

- Te estaba diciendo que hoy voy a estar toda la mañana en el museo – Se termina el café dejándolo en el lava platos – En la nevera hay comida para que te hagas el almuerzo.

- Okay – Respondo alcanzando el cereal.

- Ah y en la tarde vamos a ir a jugar baloncesto.

Volteo mi cabeza para mirarla que creo podría haberme desnucado sola. La miro con autentico terror y confusión. Nosotras no hacemos ejercicio, bueno, ella lo intenta, pero yo soy consciente de mi naturaleza perezosa y simplemente lo acepto.

A pesar de los diversos intentos de Chris porque practique algún deporte yo simplemente no nací para hacerlo. Me tiende a asustar el balón por miedo a que me lastime. Mi madre sabe todo esto, mi cerebro simplemente no lo termina de procesar.

- ¿Pero por qué? Tu sabes que no me gusta el deporte – Saco la leche de la nevera mirando con rabia a mi madre. Sabe que detesto que me obliguen a hacer cosas que simplemente no me gustan. Esto se lo tengo que contar a Julieta.

- Porque el deporte es bueno para la salud – Dice con simpleza.

- No voy a ir – Mi rechazo hacia la actividad hace ganarme una mala mirada por parte de mi madre.

- No te estoy preguntando, solo avisando – Se da media vuelta dando por terminada la conversación. La sigo llamándola pero ella simplemente sale de la casa a paso apresurado.

Miro con desagrado a la puerta principal y después de tragarme los sentimientos amargos vuelvo a la cocina por mi desayuno. Me siento en una de las sillas de la isla.

Desde pequeña me acostumbre a comer sola. Cuando tus padres trabajan todo el tiempo siempre terminas por cuidar de ti mismo. A los nueve años ya no pedía ayuda para hacer la tarea y a los trece ya podía quedarme sola en casa con mi propia llave.

Pensar en ese momento de mi vida me hace parar de comer y tratar de distraerme lavando la losa sucia. Empiezo a pensar en mi padre, después en mi madre, después en ese momento y lo que vino después.

Empiezo a pensar en todo lo que pudo haber pasado, me sudan las manos, mi corazón está latiendo demasiado rápido, empiezo a sentir que me falta la respiración y la desesperación se apodera de mí.

Me siento en el piso tratando de recordar todo lo que he aprendido a través de los años, trato de pensar en algo que me deje de hacer pensar, me pongo en cierta posición y cuento los dedos de mis manos.

Poco a poco me relajo. Mis latidos se regulan igual que mi respiración. Me levanto y sencillamente actúo como si no acabase de tener un ataque de pánico. Pretender que todo está ben siempre me ayuda a lidiar con todo.

Voy a mi habitación para dormir otro rato.

...

Me levanto por culpa del sonido de mi estómago y voy primero al baño a lavarme la cara. Cuando bajo a la cocina y miro el reloj en una de las paredes me asombro un poco. Ya es la una de la tarde. Al desayunar eran apenas las nueve de la mañana.

Efectos de la borrachera, supongo.

Reviso la nevera y me decido por comida para calentar. No tengo suficiente energía para poder preparar algo decente.

...

Después de alimentarme me doy una muy merecida ducha.

Al salir del baño y sentir el aroma de vainilla en mi piel por el jabón un flashback de la noche anterior llega a mí de repente. El mismo aroma, solo que mezclado con perfume masculino y presencia imponente.

Ahora que lo pienso, en realidad no sé cómo llegue a casa anoche. Lo último en mi mente es estar en una competencia de quien comía más gomitas llenas de Vodka con Christine mientras nos movíamos al ritmo de la música y varios conocidos nos alentaban a ganarle al equipo de chicos.

Asustada por no recordar nada voy hasta la habitación en busca de mi teléfono. Después de revolcar el pequeño bolso que use anoche al fin lo encuentro y con desesperación lo enciendo.

Aparecen un par de llamadas perdidas de Christine que devuelvo.

Al segundo tono escucho su voz.

- ¡Al fin respondes! – Su grito me sorprende un poco.

- Discúlpame, discúlpame – Empiezo a repetir.

- ¿Cómo estás? ¿Cómo te sientes?

- Me siento como si hubiese sido atropellada.

- Me pasa igual.

- Chris ¿Cómo llegamos a nuestras casas? No recuerdo mucho de anoche.

- ¿En serio? – Dice con ¿Alivio? - ¿Hasta dónde recuerdas?

- La competencia de gomitas. Se me vino un flashback de un olor y una sensación de paz. Fue muy extraño ¿Conocí a alguien?

- Ya lo conocías – Responde con naturalidad.

- ¿Qué? – Al percatarse de lo que ha dicho empieza a toser y responde tímidamente

- Deberías hablar con Eli.

- ¿Qué? ¿Por qué? – estoy confundida de que mencione a mi vecino. Él no estuvo en la fiesta.

- Ya verás – Cuelga la llamada dejándome con más preguntas que respuestas.

¿Qué tiene que ver Eli en todo esto?

Nota de la autora

Holaaaa

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Recuerden que si les está gustando la historia pueden apoyarme votando y comentando los capítulos.

Un beso,

Pía.

El chico de la ventana amarillaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora