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Secretos

Lunes por la tarde.

Óbito había cumplido con Rin, tocó su cuerpo pensando en otro. Rin estaba satisfecha con su plan, no le importaba siquiera donde había pasado la noche su esposo, solo necesitaba una noche junto a él y todo saldría perfecto. Mientras tanto, una nueva semana llegó, Óbito había asistido a un par de juntas con los líderes, un plan de infiltración estaba siendo construido, debían recuperar los ojos robados, pero su mente solo divagaba, pensaba en una sola persona, "Deidara". Para el era lo mismo, sus entrenamientos incluso eran inestables, pues se distraía pensando en su gran noche con Óbito.

-Deidara, ¿qué te sucede hoy? Estás muy distraído-.

-Lo siento, Nagato, creo que no dormí bien-.

-Eso no es bueno, seguramente tuviste miedo, como ahora estás viviendo solo-.

-S-Sí fue eso-.

-Podría hacerte compañía cuando quieras o puedes regresar conmigo y Konan-.

-N-No yo estoy bien, gracias-.

Nagato asintió confundido, jamás había visto a Deidara así, le preocupaba, pero no quería incomodarlo, continuaron con su entrenamiento, Yahiko llegó y se les unió, Deidara comenzaba a cansarse, pero siguió intentando, pues quería despejar su mente por momento y dejar de pensar en Óbito, pues este, ocupaba la mayor parte de sus pensamientos. El entrenamiento termino, estaba por anochecer y ya debía volver a su casa, totalmente exhausto camino por la aldea, saludaba a quien conocía y continuaba su andar, la luna finalmente salió y solo quería llegar a dormir un buen rato, ni quiera hambre sentía en ese momento.

-Vaya día-. Bostezo y llego a su casa finalmente. Estaba por abrir la perilla, pero sintió una extraña presencia detrás suyo, con sigilo dirigió su mano a espada y la desvaído en un instante y colocándola en el cuello ajeno.-¿Que?-.

-Te han enseñado bien-.

-Obito, perdón, ¿no te he lastimado?-. Retiro su espada y la guardo de nuevo.

-Tranquilo, estoy bien, ¿vienes de entrenar?-.

-Sí, hoy fue bastante bueno el entrenamiento-.

-Espero que no estés muy cansado-.

-¿Por qué lo di...-.

Óbito se lanzó a los labios de Deidara, entraron a la bonita casa sin despegarse, se besaban con pasión, pasaban sus manos por debajo de sus prendas. Deidara olvidó el cansancio, olvidó que su cuerpo dolía y continuo entregándose, ambos sobre el pequeño futón, retirando sus prendas con desesperación, dejando sus cuerpos desnudos y sudorosos, los labios del pelinegro recorrían el delgado cuerpo del rubio, sus lenguas se encontraron compartiendo saliva y estremeciendo su cuerpo ante cada roce, cada caricia era sublime, cada suspiro, gemido y beso, era maravilloso, mágico y exquisito. No sabían cuanto durarían así, pero el tiempo pasaba lento, mientras disfrutan de sus pieles y se entregaban con cariño.

Miércoles por la mañana.

Óbito había pasado todo el martes en reuniones aburridas, ya en la noche, visitó a su amado y luego de unas cuantas disculpas por el dolor en sus caderas, simplemente le acompaño, beso y mimo. Un nuevo día había llegado, se levanto de su cama y miro a su acompañante, dormía plácidamente y seguramente despertaría más tarde, se dirigió al baño y se miró al espejo, pensaba de manera cuidadosa, volvió a mirar a Rin y un sentimiento de culpa lo abrumó, estaba engañando a esa pobre mujer, el no lo amaba. Recordó la noche en la que tuvieron por primera vez intimidad, Rin se entregó por completo y el, lo hacía sin sentimiento alguno, no había amor, cada caricia era forzada, los besos eran sin cariño, sus cuerpos no encajaban, no estaban moldeados para ambos, fastidiado, realizó sus actividades diarias y salió de casa con arma en mano y tristeza en su corazón.

Estaba decidido, terminaría su relación secreta con Deidara, le daría su lugar a Rin y quería en buenos términos con el rubio. Con nerviosismo camino hasta la casa del joven rubio, era muy temprano, probablemente el aún dormía, llegó y dudo en tocar la puerta, pero finalmente decidió que sería mejor hacerlo de una vez, dio un par de golpecitos y espero, escucho unos pasos acercarse y la puerta fue abierta. Deidara bostezaba, su cabello estaba alborotado y sus ojos hinchados, vestía prendas para dormir demasiado grandes y a los ojos de Óbito, era lo más tierno.

-B-Buenos días Óbito-. Dijo entre bostezos.

-Deidara necesito hablar contigo-.

-Esta bien, pasa-. Deidara se hizo aún lado y Óbito paso.

Era el momento, sería sincero y lo más amable posible.

-Y-Yo...-. Sus palabras fueron cortadas por Deidara, quien se había abalanzado sobre el y lo envolvió en un abrazo.

-Estás muy calientito, ven conmigo a dormir-. Hablo restregando su carita en el pecho del pelinegro.

-Deidara n-no puedo...-.

-Anda, solo un ratito, chiquito-. Hizo un ademán con su dedo índice y pulgar, sus ojos brillaban y rogaban por un sí.

-Esta bien, pero solo 20 minutos-.

-Gracias, ven, ven-. Deidara tomó la mano del pelinegro y lo llevó consigo a su habitación.

Óbito había caído ante los encantos del rubio, no podía negarse, no al ver aquel rostro tan precioso y amable, sus manos juntas hacían palpitar su corazón, el sentimiento de cariño llenaba su ser, adoraba al rubio, le quería como loco y estaba asustado, no quería lastimarlo, pero tampoco quería que Rin se entere de su infidelidad, era una decisión sumamente difícil y el no estaba preparado aún.

-Puedes cubrirte con esta manta, es la más calientita-.

-No hace falta, no dormiré, solo te acompañaré-.

-Entonces solo abrázame-.

Deidara se recostó en el futón y Óbito retiro sus botas ligeras y grandes, entro con el y lo abrazo por la cintura, observó con atención el rostro del rubio, tan perfecto y delicado, beso su frente y acarició su cabeza, envolvió a Deidara con las mantas y lo acercó más a su cuerpo, la calidez del momento le hacía sentir sueño, intento no cerrar los ojos, pero fue imposible,  sueño lo acogió de inmediato.

El cielo se despejó por completo, nubes esponjosas y blancas se movían lentamente, los pajaritos se posaban en las ramas del árbol junto a la casa, las horas y minutos pasaron, ambos enamorados no despertaron, siguieron durmiendo en un nido lleno de cariño, sus cuerpos encajaban a la perfección, Deidara se movía inquieto y de pronto, sus pies estaban sobre la cara de Óbito, quién dormía plácidamente sin importarle que un pie pegaba en su cara.







































































Remin

La leyenda del gato amarillo (ObiDei)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora