Capítulo 12

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Dos semanas mas tarde. 

Narra Trish.

¿Tía T? — gritó Layla desde la cocina mientras yo estaba acostada en el sofá. Me dolían los ojos, así que ni siquiera los abrí.
—¿Qué, Layla? —grité en respuesta.
—¿Puedo tomar cereales?
—¡Claro nena, tratar de no derramarlos esta vez!
—¡Está bien!
¡Sí! Paz y tranquilidad.
—¿Tía T? —gritó de nuevo. 
Gruñí profundamente en mi garganta antes de gritar de nuevo.
—¿Sí?
—¡No derramé el cereal! —afirmó emocionada. Volví a gruñir.
—¡Buen trabajo, cariño!
Silencio.
—¿Tía T? —gritó Layla. ¡Otra vez!
—¿Qué?
—¡Cómo que he derramado la leche!
Suspiré. —Dame cinco minutos, ¿vale?
El silencio me encontró. Esperé un minuto.
—¿Lay? —grité, pero cuando no obtuve respuesta, tiré de la sábana y estaba a punto de levantarme cuando finalmente ella gritó de nuevo.
—¡Está bien!
¡Oh, buen Dios! Me acosté y cerré los ojos. 
Sólo necesitaba unos minutos más para descansar los ojos.
Entonces se oyó un golpe en la puerta delantera.
—¡UGH! —Tiré del cubrecama y me levanté—. Un momento —grité en dirección a la puerta. Me dirigí al comedor para echarle un vistazo rápido a Layla.
Estaba bien, pero la caja de cereal había explotado por toda la mesa. —Cariño, ¿estás bien aquí?
—Mmm hmmm —respondió con la boca llena.
Llamaron de nuevo.
—¿Quién es? —grité. La única respuesta que obtuve fueron más golpes en la puerta—. ¡Muy bien, ya! —Miré a Lay—. Sé buena. Ya vuelvo. —Eso me consiguió otro.
—Mmm hmmm.
Con los golpes aún en la puerta, grité—: ¡Para el carro! —¡Todo lo que quería eran cinco malditos minutos más! ¿Era eso mucho pedir?
Caminé dando pisotones hasta la puerta, la destrabé, la abrí y grité—: ¿Qué? —Antes de ver quién era.

¡Santa Mierda! Nick.

Traté de cerrar la puerta, pero él interpuso su brazo para detenerme antes de que yo pudiera hacerlo. ¡Mierda!
—Encantado de verte también, Trish —dijo Nick burlonamente. 
Su voz seguía siendo tan profunda y áspera como la recordaba. 
También seguía siendo el tipo más caliente en la tierra.
¡Bastardo!
—¿Dónde está ella? —preguntó, exigiendo saber. Al no responderle sus ojos se estrecharon hasta convertirse en rendijas—. Quiero verla, Trish —gruñó con frustración.
Quería cerrarle la puerta en su hermosa cara y romperle la nariz, pero su mano me lo impidió.
Incliné mi cabeza hacia un lado y crucé los brazos sobre el pecho. 
Incliné mi rodilla y saqué mi cadera.
—¿A quién te refieres? —le pregunté con indiferencia y me complació ver que los músculos de la cara se le contraían.
—Tú sabes de quien estoy hablando, Trish, no juegues conmigo. Déjame verla.
—No sé de qué estás hablando, lo siento. —Honestamente, no sabía si estaba hablando de Anna o de Layla, pero seguro como la mierda que no le estaba dando nada.
Abrió la boca para discutir un poco más, pero rápidamente la cerró. Vi cómo se irguió en toda su estatura y se congeló. Estaba a punto de intentar cerrar la puerta una vez más cuando escuché los pequeños zapatos de tacón alto de plástico de Layla chasqueando por el suelo, estaba cerca.
—Tía T, ¿quién es? —preguntó la linda voz, un poco curiosa de Layla.
Cerré los ojos. ¡Mierda, mierda, mierda, mierda, mierda!
Cuando sentí su brazo alrededor de mi muslo le puse una mano protectora en la parte superior de la cabeza y rápidamente miré hacia abajo. Layla estaba vestida con su famosa corona de plata y enorme pendientes de clip de plástico, plata y rosa, con el collar a juego. Su pelo largo, negro y espeso caía y caía sobre sus hombros. El flequillo largo hacía destacar sus grandes ojos color ámbar. Llevaba un traje de princesa hada rosa con tacones que eran demasiado grandes para ella. El conjunto se remataba con uñas rosadas brillantes y brillo de labios color rosa cálido.
Estaba mirando a Nick.
—Eres un gigante —dijo Layla con asombro—. ¿Eres famoso o algo así? ¿Al igual que un hombre de fútbol? Pareces uno de esos tipos.
Ella se tranquilizó y esperó su respuesta. 
Eché un vistazo a Nick y él estaba mirando a su hija con los ojos llorosos.
—Me gustaría tener una pelota de fútbol —susurró para sí misma Layla—. Voy a pedirle a mamá que me compre una.
Nick seguía sin decir nada y de repente Layla se animó.
—¡Tengo Barbies! —gritó con entusiasmo—. ¿Quieres jugar a las Barbies conmigo? Tía T, ¿puede jugar a las Barbies conmigo?
Esto no era nada bueno. 
Miré de nuevo a Nick y aún tenía lágrimas nadando en sus ojos.
¡Mierda!
Él sabía que ella era suya y ya la amaba. ¿Quién no lo haría? Ni siquiera había conocido técnicamente a Layla y el amor estaba escrito con marcador permanente negro en toda su cara.
—Umm... Layla, es jugador de fútbol, no chico de fútbol, y este es Nick. Es un viejo amigo de tu mamá de la escuela secundaria, y estoy bastante segura de que no es famoso —le dije muy incómoda.
Layla miró de nuevo a Nick y sonrió.
—Sigues siendo un gigante.
Debido a que esta situación era tan torpe, me olvidé de filtrar mis pensamientos antes de hablar.
—Layla Jerry, él no es un gigante, es sólo un hombre muy alto.
—Layla Jerry.
Giré la cabeza hacia Nick porque le oí repetir el nombre de su hija en apenas un susurro desgarrador. Sentí pena por él.
¡Hijo de una galleta!
—Oh. Bien. ¿Puedo mostrarle mis Barbies, Tía T? —De repente, y sorprendentemente, Nick se agachó, poniéndose en cuclillas, por lo que estaba cara a cara con su imagen en el espejo con el pelo más largo.
—Siento decepcionarte, ángel, pero Trish tiene razón. No soy famoso, pero si jugué al fútbol en el instituto. Me encantaría ver tus Barbies.
Layla consideró lo que dijo durante un momento. Entonces sonrió.
—He cambiado de opinión acerca de las Barbies. ¿Me puedes enseñar a jugar al fútbol? —preguntó saltando arriba y abajo. Nick rió entre dientes.
Tal vez esto no sea tan malo.
Pero un segundo después de ese pensamiento vi el camión rojo de Anna entrando en el estacionamiento.
¡Mierda!
—Layla, necesito tener una charla de gente grande con Nick por un momento, ¿de acuerdo? Tal vez le puedas mostrar a Nick tus Barbies o jugar al fútbol en otro momento. ¿Puedes ir a ver caricaturas y esperar por mí?
—Awww... ¿tengo que hacerlo, Tía T? —se quejó con la cara arrugada por la decepción.
Asentí con la cabeza.
—Por favor. Estaré ahí enseguida. —Ella miró Nick con una sonrisa tímida, pero triste.
—Adiós, gigante —dijo en voz baja.
—Adiós, preciosa —respondió tranquilamente Nick justo antes de ponerse de pie y volverse hacia las escaleras. Vi como los músculos de sus antebrazos se constreñían cuando sus manos se cerraron en puños. Entonces lo vi apretar la mandíbula y fruncir los labios.

Sabía que Anna estaba aquí y sin duda estaba preparado para la batalla.

Anna, nenaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora