08. Escribiría un libro sobre ti

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«Uno, dos, tres, cuatro, cin

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«Uno, dos, tres, cuatro, cin... Se cayó el pendejo, no puede ser, ¿no te llamas Andy de casualidad?».

A través de la ventana cuento los pájaros que están arriba de un árbol para que la espera no sea tan larga y me rio en bajito cuando veo que uno de ellos se cae, sin embargo, este logra volar a tiempo y ceso mi risa. Si yo fuera un pájaro sería de su clase, la clase que no le sale nada bien y que por alguna divina razón termina salvándose de morir o de cagarla a último momento. Aunque si soy franco lo último no cuenta porque nunca me salvo de cagarla, el día en el que use el cerebro antes de abrir la boca ese día será el fin del mundo, cuidado.

Justo ahora soy ese pájaro, estuve a nada de recibir un gran golpe por parte de Diego, pero Edward detuvo su mano antes de que arruinara el único atractivo que tengo cuando me baño y no me desvelo: mi rostro. También estuve a punto de obtener un castigo en donde pudieron haber llamado a mi mamá, pero gracias al Dios inexistente de las aves que creé, solo me llamaron a la oficina del director para contar mi versión de los hechos.

Cuento las aves de nuevo y sé que es bastante inusual hacerlo, pero no soportaba seguir viendo la pared que estaba frente a la silla donde estaba sentado hace un instante; si continuaba viéndola un minuto más iba a volverme loco e iba a terminar estrellando mi cabeza en ella. He esperado afuera de la oficina del director por más de ocho minutos y la desesperación me está carcomiendo a tal punto que estoy pensando seriamente en ahorcarme con los cordones de mis zapatos.

Pese a que me siento aliviado de saber que no recibiré algún castigo o que no llamarán a mi mamá no puedo evitar sentirme preocupado por Edward y por lo que puede estar sintiendo ahora mismo. Bastante tiene con las palabras horribles que leyó en las notas y con lo que Diego le dijo como para lidiar con el director.

Y fue mi culpa que terminara así.

Si tan solo no hubiera abierto la boca él no hubiera confrontado a Diego y no estaría en la oficina del director ahora. No, ¿de qué estoy hablando? Lo que sucedió no fue mi culpa, todo esto no hubiera pasado en primer lugar si Diego y sus amigos no hubieran acosado de esa forma a Edward, ellos son los únicos responsables.

De solo recordarlo me hierve la sangre.

Aprieto los dientes y aparto la mirada de la ventana para caminar por el pasillo y así controlar la desesperación que tengo por saber lo que está pasando allá adentro. Ya se tardaron demasiado tiempo, no se supone que les tenga que tomar mucho, solo es decir «sí Diego, tú eres el maldito culpable de todo, estás expulsado, fuchi caca», y ya, no es tan difícil decir eso querido director, déjese de dramas que esos son para mí.

Edward y Diego están hablando con el director sobre lo que ocurrió en los casilleros, yo solo di mi testimonio y le di la nota que recogí para probar que Edward era la víctima de todo este problema, aunque la declaración de la maestra  era todo lo contrario. Según ella, Edward estaba golpeando a Diego, pero la maestra no vio lo que sucedió antes de que eso pasara, ¡y ni siquiera lo estaba golpeando! ¡Ojalá lo hubiera golpeado, pero no lo hizo! Señora mentirosa y metida.

Una perfecta confusión Donde viven las historias. Descúbrelo ahora